sábado, 5 de diciembre de 2015

Elizabeth Bisland, rival de Nellie Bly en su vuelta al mundo, y bastante más ( I).

Al contrario que su famosa rival, ella no ha pasado a la posteridad, y apenas se le recuerda ya.


En cuatro entradas ya escribí sobre la vida, los viajes y acciones -llamarlas "aventuras" quizá no quede demasiado serio- de Nellie Bly, muy probablemente la periodista más famosa del siglo XIX, al menos, en este siglo XXI, y más hablando sólamente de mujeres. Pero eso hizo que su larga sombra ocultara el trabajo de otras, y en primer lugar, en esta lista de mujeres periodistas -y no pocos hombres también, pero el caso de las mujeres es más palpable- podría muy bien ir Elizabeth Bisland, que durante mucho tiempo, sólo ha merecido pasar a la historia como la competidora con Bly por dar la vuelta al mundo en menos tiempo que Fogg, la criatura imaginaria de Jules Verne. Probablemente, nadie se de cuenta en un primer momento de un detalle: Bly ganó, y con justicia -si recibió ayuda de su editor, tampoco es que Bisland no contara con nadie y, al fin y al cabo, cada una de ellas tenía el derecho, casi la obligación, de aceptar y aprovechar cualquier ayuda que pudiera obtener de cualquiera, y en primer lugar, de sus propios jefes-, pero ella quedó segunda, y a pocas horas. Su récord, pues, también fue de setenta y dos días, como su rival, sólo que unas pocas horas más.


Una dama sureña de arruinada familia se lanza al mundo del periodismo.

Elizabeth Bisland Wetmore -su apellido de casada, que nunca sustituyó al de su familia-, nació en 1861, muy poco antes de que comenzara la Guerra de Secesión Norteamericana, la guerra civil que arrasaría el país durante cuatro años, y donde morirían más de 600.000 estadounidenses. Sobre su origen social, es fácil adivinarlo, teniendo en cuenta que llegó al mundo en la Plantación Fairfac, parte del condado de St. Mary Parish, en el estado sureño de Luisiana. Era, pues, parte de una familia como mínimo, de posición acomodada, y es de suponer que los Bisland tenían, aparte de una enorme propiedad rural, donde debía cultivarse algodón o tabaco -no he logrado averiguar el qué-, poseerían un número importante de esclavos.


Una antigua "gran casa", centro de una plantación sureña, donde en otra época debieron trabajar multitud de esclavos. Es posible que el hogar de los Bisland, aunque un poco más modesto, se le pareciera.

Pero todo eso acabó pronto. La familia abandonó la casa antes de la batalla de Fort Bisland, que precisamente, se llamó igual que ellos por la cercanía a su propiedad. Si nació rica, ni llegó a enterarse, y tras la guerra, tuvo que sufrir junto a los suyos la dureza y amargura de los vencedores de toda guerra civil. Más tarde, marcharon a una casa heredada por su padre, en Natchez, también en Luisiana, y allá rehicieron su vida lo mejor que pudieron, pues aunque ya nunca disfrutaron del nivel de vida anterior a la contienda, parece que tampoco llegaron a vivir en la auténtica pobreza, y poco a poco se recuperaron de sus pérdidas. Fue en ese momento cuando Bisland empezó a escribir, siendo todavía una adolescente. Pero al contrario que Bly, ella no envió una furibunda carta en respuesta a un artículo tremendamente misógino y machista, sino una poesía a un periódico de Nueva Orleans, con el seudónimo de BLR Dane. De ahí, a explicar a su familia que deseaba dedicarse profesionalmente a la escritura, y de marchar a la capital del estado a trabajar en el "New Orleans Times", el periódico donde publicara por primera vez, pasó muy poco tiempo. En aquellos tiempos, la prensa contaba con una enorme cantidad y variedad de publicaciones, que necesitaban de forma incesante de nuevas plumas, y Bisland fue una de las no muy numerosas mujeres -tampoco tan escasas como podría pensarse- que intentó abrirse camino en alguna de ellas.
En 1887, Bisland decidió marchar a Nueva York, la capital no oficial de Estados Unidos, y que iba camino de serlo de todo Occidente, y tras trabajar en algunos periódicos menores, como "The Sun", acabaría en la nómina de  John Brisben Walker, editor de varias publicaciones, y entre ellas, su preferida, "Cosmopolitan". Ésta no era, realmente, un periódico, sino una revista mensual, que no estaba pensada para el gran público, sino para un pequeño número de individuos de origen social entre medio-alto, y alto, y donde se mezclaban la crítica literaria y teatral, la literatura de viajes -o directamente, se aconsejaba donde valía la pena o no viajar, en caso de poder permitírselo el lector, claro está-, la política, la música, la moda y, en general, cualquier cosa que pudiera interesar a la minoría culta y exigente que estuviera dispuesta a pagar por una revista que era de lo mejor de la época, pero también especialmente cara. Comprar "Cosmopolitan", pensaba Walker, llevarla bajo el brazo, debía ser señal de buena posición y exclusividad. La revista por sí misma debía simbolizar tanto como su contenido. (En la foto, con unos veintiocho años, poco antes de iniciar su vuelta al mundo).
Antes de continuar, un inciso. A la hora de hablar de las diferencias entre Bly y Bisland, se comenta su origen social, cuando, realmente, no eran tan distintos. Bisland nació rica, o casi, pero acabó siendo de origen social modesto, aunque no pobre, por la guerra, pero su familia se fue recuperando durante la posguerra, y parece que, cuando marchó a Nueva York, no lo llegó a pasar mal, aunque tampoco estaba sobrada de dinero. Bly tenía un origen social algo más bajo, pero más que desahogado, pero su familia lo pasó mal, sobretodo cuando sus padres, por lo visto, se separaron, y al poco, murió el padre -ella no se hacía llamar "una pobre huérfana" porque sí, realmente lo era-, y en la gran ciudad, debió pasarlo peor que Bisland, pero nunca llegó a conocer la auténtica pobreza. El periodismo hizo que ambas vivieran bien, aunque ninguna se llegó a enriquecer con ello -eran otros tiempos; hoy en día, sin embargo, algunos profesionales del periodismo han podido ganar mucho, mientras la mayoría, como mucho, se ganan bien la vida sin más, y en época de crisis, ni eso-. Respecto a qué se dedicaban, dentro de su mundo laboral, no podía ser más distinto. Bly se especializó en el periodismo a pie de calle. No dudaba en hacer periodismo de investigación, incluso, de inmersión, haciéndose pasar lo mismo por una sirvienta, como por una enferma mental para acabar recluida en un manicomio. Pero Bisland, que tenía un acerbo cultural mucho mayor que Bly, y que empezó a trabajar en Nueva York siendo algo mayor -aunque apenas nació unos pocos años antes-, escribía, principalmente, sobre literatura. Era algo que a ella le gustaba, y que le ayudó a conocer a todo tipo de gente, y a codearse con escritores e intelectuales de la ciudad. Parecía que iba a tener una vida tranquila, sin sobresaltos, prácticamente hasta que ella quisiera, pero eso iba a cambiar muy pronto.


Quizá la foto más conocida de Bisland, tomada mientras realizaba en barco su vuelta al mundo -¿cuándo se disponía a partir desde la Costa Oeste hacia Asia?-.

A finales de 1889, John B. Walker estaba leyendo el "New York World", el periódico más vendido de la ciudad, y quizá de toda Norteamérica. Allá, pudo leer en primera plana un artículo donde se hacía saber que su periodista estrella, la aventurera y decidida Nellie Bly, que ya era una auténtica heroína popular, se disponía a dar una vuelta al mundo, ella sola, sin compañía de hombre alguno, para batir el récord de ochenta días que había realizado Phileas Fogg, el personaje -imaginario, además; resulta un poco difícil, competir con alguien que sólo ha existido en la mente de su creador, y que le hace capaz de realizar cualquier cosa- del escritor francés Jules Verne, uno de los superventas de la época. Hacía sólo dieciséis años que Verne había escrito el libro, y ahora -en aquel entonces-, una joven norteamericana estaba dispuesta a realizar semejante hazaña en sólo setenta y cinco. ¿Alguien se veía capaz de igualarla en atrevimiento y temeridad? Aquello era una mina, Bly y sus aventuras harían del periódico de Pulitzer algo que todo el mundo, todo, querría leer. Walker pensó y pensó. Necesitaba una alternativa. Y a ser posible, que fuera distinta pero, al mismo tiempo, lo más parecida posible a Bly. Debía mandar, él también, a alguien a dar la vuelta al mundo. Y a ser posible, que fuera también otra mujer, y periodista. Pero diferente a ella, que hubiera otra gente, capaz de empatizar con la nueva aventurera.
La solución: el "Cosmopolitan" patrocinaría una carrera, pero en sentido contrario. En lugar de partir de la Costa Este a Europa, su periodista atravesaría Estados Unidos de parte a parte, llegando a la Costa Oeste, y de allá, a Asia, llegando a Nueva York lo antes posible. Sabía que no podía perder el tiempo, pues deseaba que su elegida comenzara su viaje al mismo tiempo de Bly, así que llamó a Bisland, y le dijo que quería verla con urgencia.


John Brisben Walker, editor del "Cosmopolitan", con su esposa. También probó suerte en la industria del automóvil.


Detalle de la portada del "Cosmopolitan", durante el siglo XIX, en tiempos de Walker.

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