viernes, 11 de diciembre de 2015

Elizabeth Bisland, la rival de Nellie Bly en su vuelta al mundo, y mucho más (y II).

La persona elegida para competir con Bly, y lo que significó para ella su olvidada hazaña.


La persona elegida por Walker.

La joven en la que el editor y millonario John B. Walker -rico ya gracias a la alfalfa y la industria metalúrgica, metido a editor, y en un futuro, también a pionero del automovilismo- pensó para "perseguir" a Bly sería poco menos que su antítesis. Al menos, en teoría. Bisland era sureña y de origen aristocrático, frente a la yankee de origen más modesto Nellie Bly -si bien, como ya se comentó antes, la familia de Bly, sin haber sido nunca rica, tampoco era en absoluto pobre, así como la de Bisland, en poco tiempo, paso casi de la riqueza  a un nivel social mucho más bajo-. La primera escribía en el "Cosmopolitan", una publicación mensual y minoritaria, y sus temas eran, sobretodo, la literatura, y en menor medida el teatro, la filosofía, etc., mientras que la segunda era una periodista de campo, experta en adoptar falsas identidades, y sacar escándalos a la luz. Sin embargo, tanto una como la otra tenían fuertes convicciones feministas y, con toda seguridad y desde su juventud, sufragistas. Respecto a que una y otra sentían antipatía mutua, esto no está en absoluto demostrado. Más todavía, que se sepa, nunca llegaron a coincidir en persona, así que difícilmente podían caerse mal. O bien.

Una fotografía de Bisland -que le hace más justicia que otras más conocidas-, probablemente anterior a su viaje alrededor del mundo -cuando lo comenzó, ya tenía veintiocho bien cumplidos-.

Bisland recibió un mensaje urgente de su jefe, y tuvo que abandonar sus artículos, sus reuniones sociales -había montado en su propia casa un auténtico salón literario, donde invitaba a novelistas, poetas, historiadores, filósofos...-, y comenzar un viaje que tendría el sentido inverso al de Bly, pero que comenzaba el mismo día y a la misma hora. Si la mejor periodista -o al menos, la más famosa- de Pulitzer atravesaría el Atlántico para llegar a Europa, Bisland haría lo mismo con los Estados Unidos, y desde la Costa Oeste, daría el salto a Asia.
Bisland era una mujer alta y de buen porte, elegante, educada, muy culta, y de excelente conversación. Hablaba de los libros que leía, y lo mismo parecía saber -e interesarse- por Tolstoi, como por los relatos del Infante Don Juan Manuel -un escritor castellano del siglo XIV, y considerado uno de los "padres" de la literatura en dicho idioma-, o de nuevos poetas, o de sagas vikingas, y que aprendió francés por su cuenta lo suficientemente bien como para leer en su propio idioma a los filósofos del XVIII. No pocos escritores, como el periodista, traductor y orientalista -dio a conocer la cultura japonesa en Norteamérica- Lafcadio Hearn, que hablaba maravillas de ella y que, con toda seguridad, sentía un auténtico amor platónico por la periodista y crítica literaria  -la describía como "una especie de diosa"-. Era lógico que quizá pudiera caer antipática -bastante injustamente, por lo demás- a parte de los lectores de la época, pero también tenía no pocos simpatizantes. Que fuera vista como la antítesis de Bly. O no tanto. Ella, al contrario de las viajeras victorianas, casi contemporáneas suyas -o sin casi-, tampoco necesitaba ni compañía masculina, ni grandes cantidades de dinero, ni ir cargada de vestuario o sombreros. También era capaz de ir al Oriente con poco equipaje. 

Nellie bly y Elizabeth Bisland, conocidas como "turistas rivales" -aunque el término "turista" más bien quería decir en aquella época "viajero", en sentido más aventurero-, según recoge el periódico ilustrado de Frank Leslie.

Seis horas después de su entrevista, ya había cogido un tren hasta San Francisco. Atravesó Asia -Honk Kong, donde Bly supo de ella, la isla de Ceilán, el Yemen; todos ellos colonias británicas-, Egipto, hasta llegar a Europa. Allá tuvo que viajar por Francia, después Gran Bretaña, y finalmente a Irlanda en tren y en ferry, para intentar coger, infructuosamente, un vapor rápido que le llevara a Nueva York. No llegó a embarcar en el que tendría que haber cogido -que estaba esperándola, incluso, tras previo pago de su editor-, y tuvo que ir en uno más lento "Botnia". Aún hay dudas de si alguien -seguramente, de ser así, pagado por Pulitzer- la engañó, diciéndole que el barco alemán que debía coger ya había partido, pero aquello significó que no pudo adelantar a Bly, llegando cuatro días más tarde que ella. Sin embargo, si su contrincante tardó setenta y dos días en dar la vuelta al mundo, ella tardo setenta y seis. También, por tanto, batió el récord de Fogg, y, de no haber sido por la dicharachera e impetuosa Nellie, habría realizado la vuelta al mundo más rápida hasta la fecha.
Respecto a lo que significó el viaje para Bisland, es un tanto difícil de explicar, después de más de un siglo -la carrera, porque de eso se trató, duró entre 1889 y 1890-, pero ella, cuando habló con Walker, intentó convencerle de que no había viajado nunca al extranjero, que no tenía nada que ponerse para un viaje tan largo, y que dudaba de que fuera capaz de llevarlo a cabo. Aparte, de que tenía citas y reuniones, y no deseaba dejar plantados a amigos e invitados. Y no parece que hablara por hablar. De lo que sí se dio cuenta enseguida, es de la enorme fama que le daría el viaje, y de lo importante que sería para su carrera. Al igual que Bly, ella llegó a la Gran Manzana con poco dinero -unos cincuenta dólares de la época-, y aunque empezó a trabajar antes que ella, no se podía negar que si había conseguido hacerse un hueco en el periodismo culturas y literario, y había ganado algunos miles de dólares, había sido gracias a su esfuerzo y dedicación, y a las horas que le echaba a su trabajo, en ocasiones, hasta dieciocho muchos días. Nadie le había regalado nada, así que, bien mirado, ¿por qué no aprovechar aquella ocasión? Con toda seguridad, un empresario como Walker no estaba dispuesto a confiarle algo así sin estar seguro de su valía.
Respecto a lo que ganó después, tras el retorno a su país, después de haber sufrido el frío, el calor del desierto, hambre y sed, y tormentas en pleno océano, vio como su sueldo aumentaba -tampoco mucho-, y cómo se le abrían las puertas de cierta alta sociedad, y su fama crecía aún más. Pero no se hizo rica, ni con libros de memorias, ni entrevistas, ni conferencias, pues se negó a ello -Bly sí las hizo, pero parece que le fueron bastante mal-. Su compañera, incluso, se quejó a Pulitzer de que mientras su periódico vendió millones de ejemplares, su sueldo apenas había subido, aparte de que no ganó un céntimo de los muchos productos -desde juegos de mesa, hasta cartas, o pastillas y jarabes para todo tipo de dolencias, reales o imaginarias; Bisland también se abstuvo de todo ello-. En aquella época, el derecho de imagen todavía no existía, lo que hizo que no pocos hombres o mujeres de aquellos tiempos no pudieran ganar apenas nada de sus hazañas o fama.

La ciudad de Colombo, en la isla de Ceilán -Sry Lanka, hoy en día-, más o menos en tiempos en que la visitara Bisland.

Restos arqueológicos en Yemen, en una fotografía de época incierta, pero nada actual.

Bisland escribió siete artículos sobre sus viajes. No pudieron ser tantos como los de Bly, pues era más lenta y metódica escribiendo. Y también mucho mejor escritora. La segunda era una periodista de acción, y la primera, más bien una escritora que, a falta de libros que poder publicar, se hacía servir de periódicos y revistas para hacerse con una carrera literaria. Los siete fueron publicados mensualmente en el "Cosmopolitan" -evidentemente, la mayoría ya con Bisland en su ciudad-, y más adelante, publicados en forma de libro, "En siete etapas: Un viaje a través del mundo" -es la traducción más aceptable que he encontrado-, que quizá no llegara a tener, ni en su época ni en el futuro, el éxito de otros libros de viajes, pero que está lleno de lirismo, y de bellas descripciones de los paisajes que encontró a lo largo de su periplo. Lo que pareció marcarle más fue el encontrarse, de un día para otro, en un barco navegando por el Índico, muy cerca de la costa de la India, y su llegada a Sry Lanka -la isla de Ceilán-, así como la mezcla de silencio, soledad, y restos de civilizaciones olvidadas que encontró en el Yemen -es de imaginar que pudo ver lo que quedaba del alcantarillado y el sistema de riego de algún reino del sur de Arabia, construidos en tiempos lejanísimos, tal vez la misma Saba-. De aquella experiencia, nació en ella una atracción inextinguible por viajar, cuanto más exótico fuera el destino, mejor, que no desaparecería ya a lo largo de su vida.
Realmente, al poco de llegar, y cuando todavía era famoso en todo el país, responsable junto a Bly de que los periódicos -no sólo los suyos, todos en general- se vendieran más que nunca, y que la gente enloqueciera con sus nuevas heroínas aventureras, fue marchar a Gran Bretaña, donde vivió durante un año. Allá conocería a novelistas, críticos e intelectuales, entre ellos a la escritora Rhoda Broughton, con la que escribió una novela a medias, "Un viudo de hecho", y a Rodyard Kipling, el gran, y reverenciado, "escritor del Imperio" -británico, se entiende-, que le reconoció su admiración incondicional. Se cartearía con él, y con otros muchos, a lo largo de su vida, porque, por lo visto, cuando se conseguía su amistad, era difícil olvidarse de ella. 
A su regreso a Nueva York, que ya era su único hogar desde su juventud -no perdió nunca, de todas formas, su acento y sus modales sureños-, se casó con el abogado Charles Wetmore, y juntos diseñaron y construyeron la finca Applegarth, en Long Island. Una de sus características era la chimenea de piedra del salón, que se inspiraba a una que poseía en su palacio la reina Isabel I, que Bisland consideraba ejemplo de monarca femenina independiente y fuerte, sin ninguna subordinación a hombre alguno.

Una vista de la casa de Bisland y su marido, en Long Island. Ella  nunca quiso perder su apellido de soltera, que en realidad consideraba de su familia -como así era-, y parte de su personalidad. Casada, fue Elizabeth Bisland Wetmore.

Aprovecharía esos últimos años para escribir, entre 1903 y 1910, gran parte de sus obras no periodísticas, entre ellas su autobiografía novelada, "Una vela de conocimiento", y una introducción a la vida y obra de su amigo Lafcadio Hearn en dos volúmenes. También escribió ensayos, donde defendía el placer de la literatura, y criticaba el machismo y el patriarcado. El más famoso quizá sea "La abdicación del Hombre", donde el hombre, el varón, es representado como esa mitad de la humanidad que ejerce un poder omnímodo no sólo sobre la Tierra y la naturaleza, sino también sobre la mitad femenina de ésta, desde tiempos tan lejanos que parecen eternos, seguido de "La verdad sobre los hombres y otros asuntos", donde considera que la visión del mundo, la historia, la cultura y la sociedad sólo han sido plasmados y considerados desde el punto de vista masculino, como si las mujeres, en la práctica, o hubieran existido más que como parte del paisaje, o de las propiedades de los varones También en aquella época, y quizá por influencia de Hearn, que visitó, vivió y conoció bien la cultura de Japón, se interesó cada vez más por la cultura y sociedad japonesas.

La últia fotografía que se conserva de Bisland, ya madura, pero escritora a pleno rendimiento.

Bisland murió en 1929, con sesenta y siete años -una edad realmente avanzada, para la época-. Sus libros hace mucho que no se reimprimen en inglés, y en otros idiomas, son inencontrables, básicamente porque no llegaron a traducirse. Tal vez, debido a la costumbre -buena costumbre, en general- de ir recordando, desenterrando del olvido, a escritores, artistas, viajeros, y todo tipo de personajes que, en su época, tuvieron justa fama, pero que hoy en día duermen el sueño del olvido, también Bisland acaba conquistando a los lectores de hoy en día.
Como curiosidad,  murió de neumonía, y fue enterrada en el cementerio de Woodlawn, en Nueva York. La misma dolencia, y el mismo lugar, de la que murió, y donde fue enterrada, su rival Nellie Bly, en 1922.
Respecto a dónde he conseguido la información, en parte ha sido en la wikipedia, pero mi mayor ayuda ha sido la web en inglés "Publico domain review", tan interesante, que he decidido poner un enlace.
Y para quien quiera leer, también en inglés, su obra principal, "En siete etapas...", puede hacerlo aquí.



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