martes, 22 de diciembre de 2015

Los prerrafaelitas (XXVIII): ¿Hubo poetas prerrafaelitas? Pues parece que sí. Rossetti y Swinburne.

Después de los pintores y escultores, no está de más responder a la pregunta de si hubo una rama literaria del movimiento.


Poetas en un movimiento claramente pictórico.

Como ya se habrá visto, las entradas sobre los prerrafaelitas se van espaciando cada vez más. Resulta un tanto difícil ir encontrando más pintores de la Hermandad o seguidores de ésta posteriores en el tiempo, así como artistas mucho más modernos, pero siempre hay algo que se pueda añadir. Así que por eso he ido escribiendo anexos. Por el momento dos, aunque en un futuro podría haber algunos más. Mientras, la "serie principal", por llamarla así, se completa con los poetas, y con alguna que otra entrada más. Probablemente, sobre su influencia en cine y televisión, o comentando un nuevo interés sobre ellos, que se puede comprobar mediante el aumento de exposiciones dedicadas al movimiento y sus miembros, y la atracción, publicidad y reconocimiento que disfrutan por parte de críticos, expertos en arte, ciudadanos comunes y también, por los llamados neo-victorianos. Pero eso son ya otras historias.
Sobre la poesía en la Hermandad, y en autores posteriores -de "segunda generación", se podría decir, cuyos últimos cuadros llegaron ya al siglo XX, y por eso nos parecen algo más "modernos" o cercanos-, se vislumbra tanto en los temas, como en la forma de retratar personajes -sobretodo, los femeninos-, pero también ambientes, paisajes -y la naturaleza en general- o luces y sombras. Son cuadros que parecen transmitir, al tiempo, la alegría de vivir, y cierta languidez, así como una especie de recuerdo colectivo de tiempos mejores, tan lejanos que, más que conocidos, son sentidos. De ahí esa Antigüedad, y ese Medievo que parecen de cuento, y que tanto han ido influyendo -se reconozca o no- no sólo a la literatura, sino también a la ilustración, el cine y la televisión. Pero una cosa es que los cuadros, la pintura, pueda transpirar algo que se podría considerar "poesía en el aire", y otra que hubiera auténticos poetas -para entendernos, escritores, gente que ponía versos en el papel- que llegaran a publicar y ser conocidos no por ser, simplemente, parientes o amigos de pintores de la corriente -o de otros, más o menos influidos e influyentes sobre ellos-, sino por sus propios méritos.
Hubo casos de pintores o escultores que también practicaron la poesía, e, incluso, que resultaron ser mejores poetas de lo que cabría esperar. Un caso claro fue el escultor Thomas Woolner, del que ya se habló en su momento, si bien es cierto que fue su trabajo con la piedra el que le hizo famoso. La poesía, en su caso, más bien es un añadido a su biografía. Caso parecido fue el de la desdichada Elizabeth Siddal, la que fue modelo y amor de Millais, para acabar casándose con Dante Gabriel Rossetti, tan genial como celoso, y que acabó amargándole la vida. Se interesó por la poesía casi por casualidad -leyendo un poema en el periódico, en libros prestados... algo no tan raro en gente de origen social modesto, pero con intereses por la cultura que intenta saciar lo mejor que puede-, y eso la animó a escribir, como también, una vez tuvo contacto con la Hermandad, además de ejercer como modelo -la famosa Ofelia del cuadro de Millais, para la que tuvo que posar metida en una bañera llena de agua, para que el pintor pudiera retratarla lo mejor posible flotando ahogada sobre el río-, también probara como pintora. Pero sobre sus trabajos literarios y pictóricos, la verdad, poco se habla, aunque ella resultó mejor poeta y pintora de lo que podría creerse. Pero como artista además de musa y modelo, Siddal merecería una entrada por sí misma. Respecto a su marido, enamorado de ella, pero también agotadoramente posesivo y, al tiempo, infiel, Dante G. Rossetti, también resultó un poeta más que aceptable, pero no hay duda que fue la pintura, quién le ha hecho pasar a la posteridad. Al igual que Woolner, la poesía es algo a destacar, pero claramente secundario en su biografía y obra artística.
Sin embargo, sí que hay dos auténticos poetas prerrafaelitas: Christina Georgina Rossetti, y Algernon Charles Swinburne. Este último, además, dejó una impronta en sus contemporáneos -poetas o no- considerable.

Una fotografía de un paisaje real, de Osvaldo Mirante, que muy bien habrían inspirado a cualquier prerrafaelita, incluidos los que preferían el retrato de figuras humanas antes que la naturaleza en estado puro.


Christina G. Rossetti, y el demostrar que se es algo más que la hermana de un célebre pintor.

Christina G. Rossetti nació en Londres en 1830, y murió en 1894 en la misma ciudad. La capital británica fue siempre su hogar, y ella fue considerada poco menos que parte íntegra de ella durante mucho tiempo, porque Christina, llegado el momento, no sólo fue poeta -o poetisa, que por lo visto, no es palabra correcta, pero que a mí me suena bastante mejor-, sino que, dentro de la rama de la literatura a la que dedicó su vida, fue una de las más importantes del siglo XIX en su tierra.
Tuvo la suerte de nacer en una familia que, sin ser rica, sí tenía un nivel de vida medio, aunque quizá no acomodado. Su padre Gabriel Rossetti era un poeta napolitano exiliado, y su madre Frances Polidori, que era de origen anglo-italiano, y madre de John William Polidori. En aquella época, Polidori -el hermano- quizá era conocido por haber sido el médico, amigo y en cierto modo secretario del poeta Lord Byron, pero hoy en día, lo es, principalmente,  por haber sido el autor de "El vampiro", quizá la primera historia larga, de calidad literaria y actualizada -no puro folclore- del personaje del chupasangres, muy anterior a Drácula. Ella siempre se entendió mejor con su hermano Dante Gabriel, el pintor de la Hermandad -"las dos tormentas, o tempestades", los llamaba su padre-, y en ocasiones tenían sus más y sus menos con los otros dos hermanos, William Michael y María Francesca, a quienes el padre llamaba "las dos paces, o calmas". 
Cuando Christina era muy joven, la salud de su padre empeoró, lo mismo que la situación económica de su familia. Eso hizo que, junto a su madre, se refugiaran en la Iglesia Anglicana -aunque, en principio, eran todos católicos, por su origen total o parcialmente italiano-, lo que hizo que acabara rompiendo, más adelante, con el pintor, también prerrafaelita, James Collinson -autor, entre otras cosas de su "Sagrada Familia", que tanta fama le hizo ganar entre seguidores del arte más religiosos-, que decidió convertirse al catolicismo, y ni él quiso abandonar su nueva fe, ni tampoco ella. La religión, es de suponer, debió ser algo realmente importante en su vida, si hizo que rompiera su noviazgo, si bien es posible que la relación hiciera tiempo que no funcionara, y ella la usara como excusa para romper con su novio. También mantuvo una relación con el lingüista Charles Cayley, hijo él también de un inmigrante -un comerciante ruso-, pero éste se declaraba agnóstico, y no tenía un interés especial por la religión, más allá del que pudiera encontrarse en su relación con el arte, la sociedad o la historia -antropológico, se podría decir-. Aún así, ella le dedicó varios poemas, aunque en ocasiones no lo dejara claro de cara al público, y siempre mantuvieron una cercana amistad.

Christina Rossetti, en un retrato de su hermano Dante Gabriel.

Una portada de una edición decimonónica de "The Goblin Market" de Christina Rossetti.


Una de las ilustraciones de Florence Harrison para una publicación de los poemas de Christina, en 1910.

Aunque escribió poesía desde niña, su primera publicación fue con treinta y un años. Se trata de "El mercado goblin y otros poemas", de 1862. Estos goblin son unos duendes -así se les traduce, directamente como "duendes", aunque los goblin son un tipo o especie de ellos muy particular, sobretodo, porque no son nada de fiar- o seres del bosque de la mitología anglosajona, y más bien parece hablar de algún tipo de juego entre dos hermanas humanas con esos mismos seres de fantasía, pero una vez leído al menos una parte del poema, que resulta más profundo, complicado, y con doble sentido de lo que podría suponerse -y más, si no se hace en su lengua original, como fue mi caso- cabe preguntarse qué es lo que la autora quería decir. En ocasiones más bien parece hacer creer que los goblin son más bien los hombres reales, y su deseo de hacerse con las hermanas como si fueran poco menos que conquistas o apropiación de bienes. O bien, al contrario, un ejemplo de independencia femenina, pero también de enfrentamiento o traición entre hermanas, que recuerda el "mercado de maridos" que había en la Inglaterra -y en realidad, en cualquier país europeo- de la época entre las familias de clases media y alta, que llega al enfrentamiento entre hermanas o amigas de toda la vida. Lo mismo se puede encontrar deseo erótico, como de demostrar personalidad propia y una independencia que las mujeres victorianas difícilmente encontraban. 
Más adelante, se dedicó a la poesía religiosa, y a la dedicada a los niños -alguno, incluso, llegó a ser popular villancico-, como "Sing-Song: Libro de rimas para guardería", o "El viaje del príncipe y otros poemas". Otros poemas los publicó en revistas o periódicos literarios, y luego vueltos a publicar en libros recopilatorios, tipo "Versos", o "Poemas". Respecto a si en su poesía había algún tipo de mensaje social, más allá del religioso, parece claro que, si no se ve a primera vista, es porque puede estar escondido, o porque ella lo transmitió de una forma tan sutil que en ocasiones cuesta encontrarlo. Fue voluntaria durante diez años en una casa de acogida de prostitutas, y por lo visto, consideraba la religión como algo más que una forma de estar cerca de Dios. También podía ser, lo era para ella, un conjunto de valores, y una forma de ver el mundo. De ahí, a considerarla feminista, o incluso sufragista, hay una distancia. Además, el movimiento sufragista se empezó a desarrollar con fuerza en los últimos años del siglo XIX, para explotar ya en el XX. Eso no significaba que no hubiera proto-feministas que llevaban la igualdad de la pura teoría a la lucha en el mundo real, pero no se sabe si Christina tenía interés real en ellas.

Y su hermano, el pintor Dante Gabriel, en un retrato de su amigo, y parte de la tríada fundadora de la Hermandad, William Holman Hunt.

Siempre formó parte del movimiento prerrafaelita, junto a su hermano Dante -a quién parece que nunca echó mucho en cara su trato a su esposa-, y a Millais y Holman Hunt. Fallecida en 1894, como muchos otros poetas y escritores en general del XIX que, aún alcanzando fama, no llegó nunca a ser un personaje principal de la cultura Victoriana -o de cualquier otra, pues no sólo sucedió con los británicos-, su nombre y su obra fueron olvidados durante décadas, hasta que, a partir de los años setenta, han ido siendo recuperados, pero más bien por el deseo de re-descubrir artistas femeninas de todo tipo, e intentar encontrar algún tipo de mensaje feminista o igualitario en sus versos. Es muy probable que se encontrara algo, si se busca bien, pero también hay que tener en cuenta que Christina Rossetti era hija de su tiempo, y no se puede encontrar una mujer de principios del siglo XXI en una del siglo XIX.


Algernon Charles Swinburne, el hombre que llevó el escándalo a la poesía Victoriana.

Algernon Ch. Swinburne nació en Glosvenor Place, una zona de clase alta de Londres. Era hijo de un almirante, y miembro de una familia de origen aristocrático. Su abuelo paterno era francés, y se trajo a Gran Bretaña la cultura, pero también la forma de vida y el pensamiento típico de una élite económica -en no pocos casos, más bien una casta mantenida por el pueblo- que no casaban bien en un país que, aunque muy clasista, no contaba con unos nobles tan poderosos y que, en muchos casos, se veían con el derecho, casi la obligación, de tener una existencia parasitaria con el resto de la sociedad. Su otro abuelo era conde, así que resulta evidente que Swinburne podría haber sido un personaje aparentemente educado y elegante, flemático pero también hueco, engreído y, al mismo tiempo, observador de la etiqueta y del saber estar de su clase. Amigo de llamar la atención, pero de escandalizar sólo lo justo. Él lo haría bastante más, ciertamente.Vivió su infancia y juventud en lugares recónditos, lejos de Londres: la isla de Wight, en el Canal de la Mancha, y en Northumberland, en el norte de Inglaterra, cerca de Escocia, una zona no muy poblada, y con un inglés hablado casi ininteligible para la nobleza o burguesía capitalinas, que los consideraba parientes de los escoceses -que no es que fuera algo muy recomendable, según sus puntos de vista-. Hablaba bien el francés y el italiano, tenía una cultura general -y sobretodo artística y literaria- considerable, a pesar de su juventud -antes de los veinte-, recibió una educación religiosa, mucho, y además estudió en Eton y Oxford. Y decir eso, es destacar que había pasado por los "palacios del saber y la educación" de la Gran Bretaña Victoriana. Poco más podía faltarle, para ser el prototipo de aristócrata inglés perfecto. Pero en Oxford se encontró a un hombre que le cambió la vida: Edward Burne-Jones. En 1857, recibió el encargo de pintar los frescos murales de la Oxford Union, una sociedad de debates relacionada con la universidad, y tras él, a Dante Gabriel Rosetti -que parece estar en todas las salsas- y a William Morris, que si bien no era pintor, sí que fue lo mismo arquitecto, como crítico o impulsor cultura. Aunque poco se haya hablado de él, Morris fue un potente impulsor -conocía gente, sabía moverse en cualquier ambiente, era escuchado y tenido en cuenta- de la Hermandad, y del movimiento prerrafaelita consiguiente. Sin embargo, Swinburne, aunque sabía y gustaba de la pintura, no sabía pintar. Al menos, no de forma profesional, como un auténtico artista. Una cosa era hacerlo para distraerse, y otra ser reconocido como un pintor de verdad.
A él le gustaba escribir. Había vivido poco, y sufrido menos... excepto por el amor. Desde su adolescencia estuvo muy unido a su prima Mary Gordon, algo habitual en una clase social que estudiaba, trabajaba o se reunía con personas de su mismo sexo, y que tenía problemas para tener amistades, o amores, fuera de sus ambientes, con alguien del sexo contrario -en realidad, la homosexualidad y el lesbianismo eran más comunes de lo que podría considerarse; estaban muy mal considerados entre pobres y clases medias, pero se admitía entre ricos, si tenían el "detalle" de no hacerlo demasiado público, de que la gente "bienpensante" no tuviera semejantes desviaciones delante de sus narices-.  Era normal, entonces, los amores entre primos, algo que, además, prohibía la ley y criticaba la iglesia -la anglicana, la católica... todas-. Más adelante, en bailes, reuniones familiares, sociales o viajes, o por medio de matrimonios más o menos pactados entre familias, sí podían conocerse futuros maridos o esposas, pero había que esperar, y además, luchar por los considerados -por la razón que fuera- los y las mejores. El poema de Christina Rosetti sobre los goblins y las hermanas hacía referencia a eso, en lo que ella no quiso participar. Quizá por ello prefirió quedarse soltera -o solterona, como se decía en la época-. Pero Mary Gordon se casó, seguramente en un matrimonio, si no pactado por las familias, sí favorecida, y su primo se quedó, como quién dice, compuesto y sin novia.
Hay que tener en cuenta, a la hora de analizar la obra de Swinburne, qué tipo de persona era. Por lo que se sabe o se cuenta, nuestro hombre tenía un carácter realmente fuerte, poca paciencia y gran facilidad para acalorarse, excitarse o, directamente, enfurecerse, y no parece que fuera fácil calmarlo, ni tampoco que se calmara por sí solo. Era de baja estatura, y por lo visto, su físico correspondería a un joven de buena familia que no practica ni mucho ejercicio, ni ningún tipo de trabajo físico. Su salud, por lo visto, era bastante mala, pero eso no le impedía practicar la escalada -fue el primero en llegar a la cima del Culver Cliff, la montaña más alta de la isla de Wight-, o realizar largos paseos, más bien caminatas, o probar con tal o cual deporte -si practicaba alguno con asiduidad, más bien parece que no-. Era, eso sí, una persona a la que le llamaba llamar la atención, y si era haciendo algo que realmente le gustaba, y en el que destacaba, en el que fuera realmente bueno, mejor. Aún así, es probable que, como contaba Oscar Wilde, le gustaba más predicar a favor del vicio, cualquier vicio, que el practicarlo realmente. Y Wilde sabía de qué hablaba, pues él también fue y tuvo muchos escándalos, empezando por su homosexualidad -o más bien, sus relaciones homosexuales, pues él, realmente, era bisexual; hasta, en su juventud, logró robarle una novia a Bram Stoker, el autor de "Drácula", cuando ambos vivían en su Irlanda natal-.
Swinburne escribía sobre temas que, en su época, eran tabúes. Lo de "políticamente incorrectos" se quedaba corto. Realmente, era algo bien distinto. No se trataba de no hablar de según que forma para no ofender, sino de no hacerlo sobre según que cosas, porque se consideraba no ya de mal gusto, sino indecentes, relativos a gente indeseable. No era en absoluto religioso -a pesar de su educación-, así que no dudaba en, sino proclamar, sí dejar ver que era ateo, o al menos agnóstico, y no tenía problema en tratar sobre el sadomasoquismo, el suicidio -considerado en aquella época un pecado, e incluso un crimen; en teoría, si una persona se intentaba suicidar y no lo lograba, podía ser encarcelado por ello; y en el caso de los que lo consiguieran, no podían ser enterrados junto a la gente "decente", sino en un espacio aparte, junto a delincuentes y criminales, o mendigos de los que no se sabía nada-. Otro tema era el lesbianismo. Y esto podría tener una explicación un tanto distinta. Él podía ser -o aparentar ser- sadomasoquista, también podía comprender, o incluso defender el derecho a quitarse la vida, pero el lesbianismo era distinto, pues Swinburne, por razones evidentes, no podía practicarlo, por ser hombre, y tampoco está nada claro de que fuera bisexual -homosexual, seguro que no, porque entonces, ¿de dónde salía, su amor por su prima?-. Más bien, se sentía entre turbado y atraído por la relación íntima de dos mujeres, desde un punto de vista más emocional o galante que físico -la verdad es que los hombres actuales más bien sentiríamos el otro tipo de atracción por el amor entre mujeres, para qué engañarnos-. Pero todo aquello era un escándalo para la conservadora, religiosa e hipócrita sociedad Victoriana. Realmente, aunque la homosexualidad masculina estaba castigada con la cárcel, si había un menor de por medio, una denuncia, se consideraba que atentaba contra la moralidad pública, o cualquier otra cosa que las autoridades quisieran inventar o aducir, pero el caso del lesbianismo era distinto. No estaba castigado con cárcel, porque no había penetración, y se pensaba que las mujeres eran, en cierto modo, débiles mentales, o inferiores desde un punto de vista emocional -a veces también intelectual, pero el que hubiera escritoras y otras artistas, y llegado el momento, también empresarias o universitarias, daba al traste con semejantes estupideces, aunque muchos hombres insistían en no querer ver la realidad-, así que el lesbianismo, más que vicio, era ejemplo de debilidad moral. El vicio, en sí mismo, es que un hombre se sintiera atraído por ello, y que lo dejara claro, no simplemente entrevisto -ahí, hasta se aceptaba bastante bien, porque no quedaba claro; un ejemplo de la época, sería la novela corta "Carmilla", de Le Fanu-, en una conversación pública, y aún peor, en una obra de arte.

Swinburne en su juventud, cuando era toda una estrella de la poesía, y vivía para el escándalo, aunque nadie podía negarle su arte.

Pero Swinburne también demostró una gran atracción por la Edad Media, y en sus primeros poemas la idealizaba, y  la retrataba de una forma que bien podría ser el acompañamiento literario de muchas obras prerrafaelitas, de ahí que se le incluya -y él, de estar vivo, no habría tenido problema en admitirlo, pues seguramente lo hizo cuando lo estaba- como parte de esta corriente o escuela artística. No dudó, incluso, en imitar el estilo y la forma de cantares o poemas realmente medievales -lo que se diría una obra arcaizante-, como "El leproso", "Laus Veneris" o "Santa Dorotea". También lo intentó con el teatro, aunque con escaso éxito. En realidad, sus primeras obras, "La reina madre" y "Rosamunda", ambas de 1860, no tuvieron apenas éxito, lo que hizo que se olvidara definitivamente de ser dramaturgo.
De ahí, pasó a escandalizar con sus poemas, pero también con su forma de vida. Cayó en el alcoholismo, podía resultar violento, tal vez sufriera epilepsia -tuvo ataques en público-, hasta que acabó en un estado calamitoso, y cercano a la muerte. Antes, tuvo tiempo de conocer a Giuseppe Mazzini, patriota y revolucionario italiano, antecesor de Garibaldi a la hora de defender la unidad de su patria, y a quien Swinburne -seguramente influido por el movimiento romántico, aunque en su época ya era más una influencia que una corriente cultural o política realmente viva- admiraba profundamente. Su amigo Theodore Watts-Donton, que acabó siendo tutor suyo, le convenció para que cambiara de vida, y se fueron a vivir juntos a Putney, en los alrededores de Londres. Poco a poco, a medida que cumplía años, se transformó en un hombre respetable y tranquilo, aprendió a controlarse y a no estar airado con el mundo, y su vida se alargó más de lo que cabía esperar, pues murió de una gripe -algo bastante habitual en la época- en 1909. Teniendo en cuenta que nació en 1837, vivió, pues, setenta y dos años casi exactos, que era mucho para aquellos duros tiempos.
Entre sus obras, una que quizá no obtuvo demasiada atención en su país fue "Cantos antes del alba" (1871), donde se defendía la unificación de Italia, que durante ese año ya era un hecho, a manos de Cavour y Garibaldi -aunque Mazzini, como personaje, resultaba mucho más atractivo que los otros dos-, y "Atalanta en Calidón" (1865), que era un drama lírico, casi musical, que fue muy bien recibido. Nada que ver con sus "Poemas y baladas", donde no se trataba de un tema o personajes en particular, y de los que publicó dos tomos -el primero en 1866, el segundo ya en 1878-. El primero, al menos, fue atacado como una obra indecente, inmoral e impresentable. Algo, que por lo demás, no le importaba en absoluto, más bien al contrario. Incluso, realizó un estudio sobre Shakespeare, publicado en 1880, al que siguió, en 1909, cuando ya era anciano y muy poco antes de la muerte, "La época de Shakespeare", que bien podría ser la continuación o segunda parte del "Estudio de Shakespeare" que publicara veintinueve años antes. En "Tristán de Lionesse", donde se cuenta la historia de Tristán e Isolda.

En edad más madura, cuando ya había conseguido ser una persona respetable.

Hasta los treinta años, fue realmente escandaloso, pero al tiempo, también se le consideraba uno de los mejores poetas en lengua inglesa de su época, y de todas las épocas. Si lo fue o no, es algo discutible, aunque probablemente él debió pensar que sí. Pasado el tiempo, parte de su obra ha ido quedando un tanto anticuada, y no se le lee como en sus tiempos, conocido, popular y casi venerado entre los estudiantes universitarios británicos de Oxford o Cambridge. La crítica actual lo pone más en su sitio, considerando que ni realmente resulta tan escandaloso -a ojos actuales, se entiende- ni, tal vez, merecía estar en un pedestal tan alto. Aún así, renovó la poesía inglesa, y adoptó rimas medievales -francesas- para actualizarlas y dar más vida y musicalidad y rima al arte poético en su lengua y época. La influencia de los prerrafaelitas sobre él fue clara, como también los parnasianos, que tendían a mirar al Medievo, y en ocasiones a la Antigüedad -como los pintores de la Hermandad y sus seguidores, por lo demás-. Hoy en día, si se leyera parte de su obra, podría resultar un tanto pesada, con un vocabulario rebuscado, y en ocasiones inexplicable -más bien buscaba la rima, más que la completa lógica-, pero algunas de sus poesías de "Poemas y baladas" han envejecido muy bien. Además, sirvió de inspiración para artistas posteriores, de gustos y formas más modernas, pero que, como todos, también tuvieron unas primeras lecturas -y posteriores también- que se dejaron notar.
Existe una obra en particular, "Lesbia Brandon", una novela que publicó anónima y postumamente, y que fue ilustrada, nada menos, que por Simeon Salomon -ya sabemos qué aficionado al escándalo, y a decir lo que pensaba y a no ocultar nada, era también este hombre-  y que fue escandalosa porque aquí, Swinburne no se fue con medias tintas, y en su momento se le consideró claramente pornográfica. Aunque hoy en día se puede pensar que no había para tanto, hay que tener en cuenta en qué época se público. Ni él mismo, amante de llamar la atención y de poner nerviosos a sus bienpensantes compatriotas, se atrevió a publicarlo con su propio nombre. Y llamándose Lesbia su protagonista, está claro que se trata de un relato de sus amores lésbicos -o sáficos, como se llamaba también en la época, quizá más que lésbico-, aunque realmente hay un poco de todo. Y que se lo debió pasar muy bien escribiéndolo. Lo sé por experiencia propia.

La imagen también la utilicé en una entrada para Simeon Salomon, pero aquí también viene a cuento. Es una de las ilustraciones para "Lesbia Brandon", de Swinburne, aunque él nunca la firmó con su nombre.

Aquí un poema corto, "Pena" -"Sorrow"-, encontrado en el blog "El espejo gótico", que es lo suficientemente interesante como para dejar un enlace:


PENA.

Tristeza, alado ser que recorres el mundo,
Aquí y allí, a través del tiempo, pidiendo reposo,
Si reposo es acaso la dicha que el Dolor reclama.

Un pensamiento yace cerca de su corazón,
Profunda pena de voluptuoso calor,
Una hierba seca en el río creciente,
Una lágrima roja que recorre la corriente.

Corazones que cortan las cadenas,
El vínculo de ayer será el olvido de mañana,
Todas las cosas de este mundo pasarán,
Más nunca la pena.



Y aquí, una pequeña parte de su "Oda a Anactoria", donde el poeta se pone en la piel de la legendaria Safo, la primera poetisa, la extraordinaria griega que fue considerada "la décima musa", sufriendo por el amor no correspondido a su querida, y al tiempo odiada, Anactoria:

Safo
Safo, retratada, precisamente, por un prerrafaelita: Alma-Tadema.

ODA A ANACTORIA (sólo unos versos):

(...)
Quisiera matarte con mi amor; estoy harta
de verte viva, y mejor preferiría tu muerte.
Querría que la tierra se alimentara de tu cuerpo,
y nadie más que la serpiente te encuentre dulce.
Querría encontrar maneras de asesinarte,
con métodos intensos, dolor exacerbado;
Humillarte con agónicos amores, pasear
la vida por tus labios, dejarla allí para que duela.
Extraer tu alma con suaves dolores para matar,
interludios eternos e infinito malestar;
recaída y renuncia del suspiro,
Tonadas vacías y escalofriantes y mortales semitonos.
(...)

Y para poder leerla al completa, dejo aquí otro enlace.

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