viernes, 6 de julio de 2012

"El sueño de Sultana", segunda parte.

Aquí va la segunda parte de la historia de Sultana. Respecto al nombre de la protagonista, la autora lo uso para dar a entender que era la esposa -o concubina- del un sultán. Lo que significaría, por un lado, una mujer de origen social muy elevado pero, al tiempo, con unos derechos extremadamente recortados, aunque pudiera, por lo menos, hacer oír su voz con más posibilidades de ser escuchada que cualquier mujer del pueblo.
En principio, la solución para acabar con el omnímodo poder masculino, muy parecido al que ejercieron en Afganistán los talibanes -y aún ejercen, en las zonas del país, y de Pakistán, que dominan-, pero, en general, también el resto de afganos, sin importar etnia o relación política con el ocupante norteamericano. Resulta curioso pensar que, un texto como este, hoy en día resultaría todavía más revolucionario, y herético, que en la época en que se publicó, hace más de cien años, en la revista "The ladies from India" de Madrás, donde lo mismo podían mandar relatos mujeres británicas como autóctonas -indígenas, como se les llamaba en aquella época-.

(Segunda parte).

-Los cerebros de las mujeres son un poco más rápidos que los de los hombres. Hace diez años, cuando los oficiales del ejército llamaban a nuestros descubrimientos científicos "una pesadilla sentimental", las mujeres más jóvenes desearon decir algo en respuesta a esas observaciones. Sin embargo, las  Señoras Directoras las detuvieron y les dijeron que no debían responder con la palabra, sino con hechos, si alguna vez tuvieran la oportunidad. Y tuvieron que esperar mucho para esa oportunidad.
-¡Qué maravilla! Lo aplaudo de corazón. Y ahora, son los señores orgullosos, los están soñando sueños sentimentales para sí mismos.
-Poco tiempo después, algunas personas vinieron de un país vecino y se refugiaron en el nuestro. Estaban en problemas después de haber cometido algún tipo de ofensa política. El Rey, que se preocupaba más por el poder que por el buen gobierno, pidió a nuestra bondadosa reina que los entregara a sus oficiales. Ella se negó, por ir en contra del deber de dar asilo a los refugiados. Por esta negativa el rey declaró la guerra a nuestro país.
Nuestros militares se pusieron en pie a todos a la vez, y marcharon al encuentro del enemigo. El enemigo, sin embargo, era demasiado fuerte para ellos. Nuestros soldados lucharon con valentía, sin duda. Pero a pesar de todo su valor, el ejército extranjero avanzó paso a paso dispuesto a invadir  nuestro país.
Casi todos los hombres habían salido a luchar, incluso niños de dieciséis años se fueron de la casa. La mayoría de nuestros guerreros murieron, el resto fueron rechazados, y el enemigo se encontraba a unos veinticinco kilómetros de la capital.
Una reunión  de damas sabias y prudentes se celebró en el palacio de la reina, para asesorarla en cuanto a lo que debía hacerse para salvar el reino. Algunas propusieron luchar como soldados, mientras que otras se opusieron y argumentaron que las mujeres no estaban entrenadas para luchar con espadas y fusiles, ni estaban acostumbradas a defenderse con cualquier tipo de armas. Una tercera señaló que, lamentablemente, eran demasiado débiles físicamente.
"Si no puedes salvar a tu país por falta de fuerza física -dijo la Reina-, trata de hacerlo con el poder de tu cerebro".
Hubo un silencio sepulcral durante unos minutos. Su Alteza Real  volvió a tomar la palabra: "Tendré que suicidarme si pierdo mi honor y mi patria."
Entonces, la Señora Directora de la segunda universidad (la que había recogido el calor del sol), que había guardado silencio reflexionando acerca de la situación, señaló que todas ellas parecían estar perdidas, pero que todavía les quedaba una pequeña esperanza. Había, todavía, un plan que le gustaría probar, y aquella sería su única oportunidad. Si no resultaba, no quedaría nada más que aceptar el suicidio. Todas las presentes se comprometieron solemnemente que nunca permitirían ser esclavizadas, sin importarles lo que pudiera suceder después de aquello.
La Reina les dio las gracias de todo corazón, y pidió a la Señora Directora que su plan podía llevarse a cabo. La Señora directora se levantó  y dijo: "Antes de ello, los hombres deben entrar en las zenanas y ser puestos bajo vigilancia. Hago esta oración para que la purdah sea así cumplida". "Así sea.", contestó Su Alteza Real.
Al día siguiente, la Reina exhortó a todos los hombres a retirarse a las zenanas por el bien del honor y la libertad. Heridos y cansados como estaban, ¡consideraron aquella orden como si fuera una bendición! Hicieron una profunda reverencia y entraron en los vigilados harenes  sin pronunciar una sola palabra de protesta. Estaban seguros de que no había esperanza alguna para este país.
Entonces, la Señora Directora, acompañada de sus dos mil estudiantes, marchó al campo de batalla, y cuando estuvo allá, dirigió concentrados todos los rayos de la luz solar, y el calor que transmitían, hacia el enemigo.
El calor y la luz eran demasiado para ellos. Todos huyeron presa del pánico, sin saber, desconcertados como estaban, de que manera podían contrarrestar aquel calor abrasador. Cuando huyeron, dejaron sus armas y municiones de guerra en manos del enemigo, tras lo cual fueron incendiadas por medio del mismo fuego solar. Desde entonces, nadie ha tratado de invadir nuestro país nunca más.
-¿Y desde entonces, vuestros compatriotas no han tratado nunca de salir  de la zenana?
-Sí, querían volver a ser libres. Algunos comisarios de la policía y  magistrados de distrito enviaron un mensaje a la Reina, argumentando que los oficiales del ejército, sin duda, merecían ser encarcelados por su fracaso, pero ellos nunca descuidaron su deber, y por lo tanto, no debían de ser castigados; y rogaron para ser restaurados en sus respectivos puestos administrativos.
Su Alteza Real les envió una carta circular, dándoles a entender  que si sus servicios acaso fuesen necesarios, se les haría llamar, y que mientras tanto debían permanecer donde estaban. Ahora que ellos están acostumbrados al sistema de purdah y han dejado de quejarse de su aislamiento, llamamos al nuevo sistema “mardana[1]” en lugar de “zenana”.
-Pero, ¿cómo os las arregláis -le pregunté a  Hermana Sara- para prescindir de  policía o magistrados en caso de robo o asesinato?
-Desde que el “mardana” ha establecido un nuevo sistema, no ha habido ningún crimen o pecado. Por lo tanto, no se requiere de ningún policía para descubrir al culpable, ni necesitamos un magistrado para tratar un caso criminal.
-Eso es extraordinario, desde luego. Supongo que si había alguna persona deshonesta, puede ser castigada sin ninguna dificultad. ¡Cuando eres capaz de ganar una victoria decisiva sin derramar una sola gota de sangre, bien puedes ahuyentar a la delincuencia y a  los indeseables  sin mucha dificultad!
-Ahora, querida Sultana, ¿deseas seguir aquí sentada, o me acompañas al salón? -me preguntó.

“¡Tu cocina no es más pequeña que la cámara de una reina!" Me respondió con una sonrisa agradable. “Ahora tenemos que irnos. Seguro que los caballeros pueden estar maldiciéndome por mantenerlos alejados de sus funciones en la cocina durante tanto tiempo”. Nos reímos de buena gana.

-¡Cómo de divertidos y extrañados se sentirán mis amigos, cuando vuelva a mi hogar y les diga que en la lejana Ladyland, son las mujeres las que gobiernan en el país, y controlan todos los asuntos sociales, mientras que los hombres pasan su tiempo en los mardanas con sus mentes infantiles, cocinando, o realizando todo tipo de trabajo doméstico! Y cocinar resulta tan fácil, ¡que tener que hacerlo resulta sencillamente un placer!
-Sí, cuéntales todo lo que aquí has visto.
-Por favor, explícame cómo cultiváis y aráis la tierra, y de que forma realizáis otros trabajos manuales igual de pesados.
-Nuestros campos están labrados por medio de la electricidad, que suministra la fuerza motriz para el trabajo duro, así como también la empleamos para nuestros transportes aéreos. Aquí no tenemos ninguna vía férrea, ni calles pavimentadas.
-Por consiguiente, aquí no sufrís accidentes de tráfico o de ferrocarril -dije yo- ¿Nunca sufrís por la falta de agua de lluvia? -le pregunté.
-Nunca, desde que se construyera el globo de agua. Tú misma puedes ver el gran globo, y los tubos conectados a éste. Gracias a él, podemos sacar tanta agua de lluvia como sea necesaria. Tampoco sufrimos nunca de inundaciones o tormentas eléctricas. Todas estamos muy ocupadas, sacando todo el provecho posible de la Naturaleza. No tenemos tiempo para pelearnos entre nosotras, ya que nunca estamos ociosas. Nuestra noble Reina es muy aficionada a la botánica, y su mayor ambición es convertir el país entero en un gran jardín.
-La idea es excelente. ¿Cuál es vuestro principal alimento?
-Frutas.
-¿Cómo se mantiene vuestro país fresco cuando hace calor? Nosotros consideramos  lluvias de verano como una bendición del cielo.
-Cuando el calor se vuelve insoportable, rociamos la tierra con lluvia abundante, extraída mediante nuestras fuentes artificiales. Y cuando el clima es más frío, mantenemos nuestra habitación caliente gracias  al sol del calor.
Ella me mostró su cuarto de baño, cuyo techo era desmontable. Podía disfrutar de una ducha cuando gustara, simplemente retirando el techo (que era como la tapa de una caja) y abriendo el grifo de la tubería de la ducha.
-¡Sois un pueblo afortunado! –exclamé-. No os falta de nada. ¿Cuál es vuestra religión, si se puede saber?
-Nuestra religión se basa en el Amor y la Verdad. Es nuestro deber religioso  amarnos unos a otros y ser siempre sincero y decir la verdad. Si alguna persona miente, él o ella es....
-¿…castigado con la muerte?
-No, no con la muerte. No existe placer en matar a una criatura de Dios, especialmente un ser humano. Al mentiroso se le pide que deje esta tierra, por su  bien, y que no vuelva nunca.
-¿Un delincuente, nunca puede ser perdonado?
-Sí, si esa persona se arrepiente sinceramente.
-¿No se te permite ver a ningún hombre, exceptuando tus propias relaciones?
-A ninguno, excepto si existen relaciones íntimas o estrechas.
         -Nuestro círculo de relaciones íntimas es muy limitado, e incluso entre primos hermanos no lo son.
-Pero la nuestra es muy grande, un primo lejano es tan sagrado e importante como un hermano.
-Eso es muy bueno. Yo veo la pureza misma reina en su tierra. Me gustaría ver a la Reina, tan sagaz y con tanta visión de futuro, y que ha redactado  tan buenas leyes.
-Está bien -dijo Hermana Sara.

Entonces, ella atornilló un par de asientos en una pieza cuadrada de plancha. Bajo esta tabla, colocó bien sujetas dos bolas lisas y bien pulidas. Cuando le pregunté lo que eran aquellas bolas, me explicó que eran esferas con hidrógeno, y que se utilizaban para superar la fuerza de la gravedad. Había esferas de diversos tamaños, para ser usadas de acuerdo con los diferentes pesos que debían ser levantados. A continuación, nos colocamos en aquel vehículo aéreo, que contaba con dos alas parecidas a hojas, las cuales, dijo, fueron fabricadas con ayuda de la electricidad. Después, nos sentamos cómodamente, tocó un botón, y las hojas empezaron a dar vueltas, moviéndose más y más rápido a cada momento que pasaba. Al principio,  fuimos elevadas a una altura de unos seis o siete pies –entre metro ochenta, y poco más de dos metros-, y entonces, empezamos a volar. Y antes de que pudiera darme cuenta de que habíamos comenzado a movernos, llegamos al jardín de la Reina.
(Un jardín que, salvando las distancias, podría ser como el de la foto).

Mi amiga hizo aterrizar el vehículo aéreo, invirtiendo la acción de la máquina, y cuando el coche tocó suelo, el aparato se detuvo y ella descendió.
Yo ya había visto desde el aire el vehículo aéreo de la reina, planeando sobre un sendero del jardín, con su pequeña hija (que tenía cuatro años) y sus damas de honor.

-¡Mis salutaciones! ¿Vos por aquí?  -exclamó la Reina frente a Hermana Sara- Me presentaron a Su Alteza Real, y fui recibida cordialmente y sin ninguna ceremonia.

Yo estaba encantado de conocerla. En el curso de la conversación que tuve con ella, la Reina me dijo que no tenía objeciones a permitir que sus súbditos  comerciaran con otros países. “Pero”, continuó, “no será posible el comercio con países donde las mujeres sean recluidas en harenes bajo vigilancia, y por  tanto, no puedan ellas venir y comerciar aquí con nosotras. Los hombres, creemos, son de moral más baja y por eso no nos gusta tratar con ellos. Nosotras no codiciamos la tierra de otras gentes, ni luchamos por un pedazo de diamante, aunque pueda ser mil veces más brillante que el Koh-i-Noor[2], ni sentimos rencor hacia un gobernante por su Trono del Pavo Real. Nos sumergimos profundamente en el océano del conocimiento, y tratamos de encontrar  allá las gemas preciosas que la naturaleza ha reservado para nosotras. Disfrutamos de esos regalos tanto como podemos”.
Después de despedirnos de la Reina, visitamos las famosas universidades, y me mostraron algunas de sus fábricas, laboratorios y observatorios.

Y tras conocer aquellos lugares de interés, subimos de nuevo en el vehículo aéreo, pero tan pronto como comenzó a moverse, de alguna manera se precipitó hacia abajo, y la caída me hizo despertar de mi sueño. Y al abrir los ojos, me encontré en mi propia habitación,  ¡donde seguía sentada en mi sillón!

     


[1] El equivalente masculino de la zenana, en caso de existir. Es una expresión inventada por la autora, que también viene del persa –como muchas palabras del urdu, bengalí, etc-, y significaría “lugar apropiado para los hombres.
[2] Legendario diamante de la India, de valor incalculable. Fue propiedad de distintos monarcas musulmanes –Imperio Mogol de la India-, hindúes y sikhs, después de haber pertenecido a los soberanos persas, y antes de pasar a los británicos. Actualmente, es una de las famosas joyas de la corona británica, y propiedad de los soberanos del Reino Unido.


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