jueves, 21 de mayo de 2015

Los más exóticos y remotos descendientes de los soldados de Alejandro.

Si los griegos actuales no tienen tanto en común, como se podría pensar, con los helenos y macedonios antiguos, ¿qué podrán tener sus descendientes del Indostán?


Hablar de las hazañas de Alejandro Magno, el conquistador de gran parte del mundo conocido por los pueblos civilizados tanto del Mediterráneo oriental, como del cercano y medio Oriente -incluso más allá, pues los griegos poco sabían de la India o del actual Afganistán, por no decir apenas nada-, necesitaría no de un blog entero, sino de todo un libro, y no pequeño, precisamente.

Un retrato de Alejandro, recibiendo a la familia del vencido y muerto emperador persa Darío III, según Justus Sustermans, pintor flamenco del siglo XVII afincado en Italia, y que no tenía nada claro cóo vestían ni los griegos ni los persas de la Antigüedad.

Sin embargo, él fue capaz de hacer algo tan extraordinario como crear un imperio que, por tener, ni tan siquiera tuvo nombre porque, ¿cómo se llama el estado multiétnico, multireligioso que creó con la espada y el fuego, pero también fundando ciudades y creando comunidades de griegos y macedonios que extendieran la cultura helénica a lo largo y ancho de éste? Realmente, no tiene ninguno. Cierto que no es el único caso de estado que, en su momento, tuvo un nombre distinto al que, por medio de la influencia de historiadores, hoy en día le damos. El Imperio Bizantino, en realidad, siempre fue llamado por sus habitantes Imperio Romano -al menos, desde que cayó el Occidental; mientras tanto, eran el Imperio Romano de Oriente, por lo de diferenciarlo de su "hermano" del Oeste-. El de Carlomagno, no fue, como podría pensarse, Imperio Carolingio -que haría referencia a su nombre, Carlos el Magno, pero también a Carlos Martel, que si bien no fue nunca rey, sí gobernó el Reino Franco como si lo fuera-. En realidad, hay documentos que indican que ni él, ni los intelectuales o nobles que le ayudaban a gobernar, tenían una idea clara de cómo llamar a aquel enorme estado una vez que él fue proclamado emperador. Ya no era, simplemente, Reino Franco, pues para empezar, lo regía un emperador -desde el Bajo Imperio Romano, no había vuelto a haber dos emperadores coronados-, y, además, era un estado multiétnico y multicultural: Carlomagno era soberano de francos, longobardos, sajones, galorromanos, italianos, bávaros...-, así que lo de "Imperio Occidental, Franco, Sacro Imperio, Imperio Romano-germánico", podían ser todos tan válidos como incompletos.
Bien, ¿a dónde quiero llegar con todo esto? Pues reconozco que no lo tengo demasiado claro excepto que, en ocasiones, un solo individuo, o una serie de ellos, pero muy pocos, pueden extender las fronteras de un estado hasta límites poco antes inimaginables, y con ello, la cultura, la lengua, o la etnia del país conquistador. Eso pasó con Alejandro. Él no necesitó de más de entre 30.000 y 40.000 soldados, entre infantes, jinetes, oficiales, marinos y capitanes de barco -pocos, pero los hubo- y tropas especiales -básicamente, lo que ahora llamaríamos artillería, aunque sin pólvora, o técnicos diversos-, para someter la casi totalidad del inmenso Imperio Persa Aqueménida. Escaparon a su dominio, parece -no hay forma de saberlo realmente-, algunas zonas periféricas, pero, básicamente, el estado persa al completo fue engullido por aquella máquina de guerra que era el ejército alejandrino. Y con aquellos hombres, que raramente podían ser sustituidos a medida que morían -porque el gigante macedonio nunca tuvo grandes bajas militares en ninguna batalla, pero, por fuerza, siempre iba perdiendo soldados, aunque fuera poco a poco- creó no sólo una nueva nobleza, sino también la base de un ejército multiétnico -empezó a reclutar jefes y soldados, tanto simples auxiliares como veteranos, de todos los pueblos, empezando por los mismos persas, y siguiendo con partos, medos, armenios...-, pero también de una administración, un comercio intercontinental, un grupo de cultos individuos que expandieran la cultura helénica hasta los mismos límites del que parecía un imperio universal.

Un Buda con clara influencia griega. Y a la derecha, un indeterminado personaje muy probablemente de origen totalmente helénico.

Aquellos soldados fundaron ciudades -más bien, la fundación fue cosa de Alejandro y sus soldados, o de los soberanos que lo sustituyeron a la muerte de éste, los diadocos; pero, por fuerza, necesitaban un mínimo de griegos para que aquellas ciudades fueran helénicas-, cultivaron la tierra, formaron ejércitos que, tras la desaparición del coloso, se enfrentarían en innumerables guerras civiles, pero que, en pocas generaciones, consiguieron que el griego, con base lingüística en el dialecto ático o ateniense pero también, seguramente, con influencias de toda la Helade y más allá, se pudiera hablar desde Tracia hasta la India, y desde el Cáucaso y el Asia Central hasta Nubia y el norte de Arabia, además de toda Grecia, Sicilia, el sur de Italia, y poblaciones de la lejana Galia, y la casi legendaria Iberia. En algunos casos, además, los conquistadores se encontraron con unos compatriotas, por llamarlos de alguna forma -los griegos nunca formaron un estado único, así que, en ocasiones, se consideraban, al tiempo, hermanos y extranjeros unos de otros-, que habían llegado a lejanas regiones deportados por los emperadores persas. Caso de no pocos griegos de islas del Egeo, o de la costa de Asia Menor, que se habían rebelado siglos antes, y allá acabaron deportados.
Y está claro, que en los siglos que duró el dominio por medio mundo civilizado de los llamados estados helenísticos, donde lo griego y lo oriental -lo autóctono, en general- se entremezclaron, dicha cultura semi-griega se extendió mucho más allá que lo que nunca consiguieron las tropas de Alejandro. Cuando éste tuvo que volver grupas hacia Babilonia, la capital de su inmenso estado, quedándose con las ganas de cruzar el Indo y conquistar la India más allá de aquel río, nunca pensó que, en el Asia Central, un estado separado de uno de los reinos herederos del suyo, la Bactria, más tarde Imperio Greco-Bactriano -aquí, también veo un nombre aclaratorio inventado por historiadores posteriores-, que tras independizarse del Imperio Seleúcida crecería hasta ocupar gran parte de lo que ahora son Afganistán, Tayikistán y Kirguistán, tendría, al tiempo, otra escisión, que también crecería, formando el llamado Imperio Greco-Indio.
Pero estos estados, que expandieron el griego, y lo griego, por medio mundo, son otra historia, y merecerían una atención y una entrada propias. Lo que sí resulta interesante es saber qué es lo que queda de la helenización en aquellas tierras. Entre otras cosas, ¿existen descendientes más o menos directos de los soldados greco-macedonios en Afganistán, Pakistán o la India? Y más, si se tiene en cuenta que, tras el fin del Imperio de Skander, como se llamaba -entre otros nombres- a Alejandro de Macedonia, siguieron llegando nuevos contingentes de la Hélade y del reino de éste y Filipo, su padre, pero también de mestizos -por llamarlos de alguna forma- que eran, al menos en parte, griegos de sangre, lengua y cultura, pero también hijos de aquellas tierras, o de otras cercanas -Persia, Mesopotamia, Siria...-, adaptados no sólo al clima, sino también a su cultura, a su espíritu, a sus horizontes, cielos y espacios.
Realmente, es muy difícil contestar a dicha pregunta. La asimilación racial fue completa, y, en muchos casos, casi una gota en un mar de pueblos iranios, indostaneses y, más adelante, también túrquicos. La lengua griega se perdió, igual que su religión, o gran parte de su influencia cultural e intelectual. Al menos, de forma visible. Y respecto a si quedaron pequeñas colonias griegas sin contacto con el mundo exterior, es algo difícil de creer, pues los griegos acostumbraban a vivir en las ciudades y, por tanto, a la larga, a mezclarse con multitudes con las que llevaban generaciones viviendo, y que eran mucho más numerosas que ellos. Además, la inmigración helena era básicamente masculina, lo que favorecía la formación de parejas mixtas desde el primer momento. Lo griego, por tanto, se mantenía debido al poder político y militar de los helénicos. Una vez que sus dinastías se extinguieron, y sus reinos cayeron, la cultura externa, europea, fue asimilada por pueblos que, en su mayoría, formaban parte de civilizaciones tan antiguas, o mas, que la de la gente que en otra época llegaron del lejano Occidente. Quedaron edificios, influencias en las artes, en la filosofía y la literatura, pero al desaparecer incluso el recuerdo de los griegos, sus aportaciones fueron consideradas, a la larga, autóctonas.

Un mapa con las fronteras aproximadas -nunca se llegó a saber dónde llegaban, realmente- del imperio de Alejandro, así llamado porque, realmente, no llegó a tener ni un nombre propio, excepto el de su creador.

¿Qué comunidades, que pueblos -pequeños en demografía, apenas unos miles, pero únicos por su cultura y singularidad- podrían ser candidatos a ser descendientes, aunque sea sólo en parte, de aquellos griegos y macedonios extraordinarios? Difícil decirlo. Quizá, entre persas, kurdos, árabes, pashtunes o punyabíes podríamos encontrar a muchos, pero el origen europeo, aún así, sería mínimo. En otros, sin embargo, por su color de piel, sus ojos azules o verdes o su cabello rubio o castaño, sí que se les considera probables descendientes con un origen étnico donde lo griego destacaría mucho más, aunque, de todas formas, ¿ese físico, que parece sugerir algo de origen celta o germánico, más que mediterráneo, realmente correspondería a gente originaria de Atenas, Macedonia, Beocia o la costa egea de la actual Turquía, la antigua Jonia? Nada claro. Más bien, serían descendientes más o menos "puros" -lo pongo entre comillas; no me gusta nada en absoluto, el hablar de "pureza" cuando me refiero a pueblos y naciones- de las antiguas tribus arias que llegaron, hace tiempo inmemorial, a Irán o la India, en sucesivas oleadas que duraron siglos, barriendo, mezclándose o expulsando a sus antiguos habitantes, cuando los había. Y lo de ario, eso hace tiempo que quedó claro, poco tiene que ver con lo germano en particular. Al menos, no más que con el resto de europeos. Pero mejor pasar a enumerar a estas escasas gentes, y donde viven, o sobreviven:


Los kalash (o kalasha): 

Los kalash son un pueblo cuyo número ronda entre los 3.000 y los 6.000, lo que parece una diferencia pequeña, pero no deja de ser la cifra más alta el doble que la más baja. Además, cuando una comunidad étnica y cultural se reduce a un número especialmente pequeño, apenas unos pocos millares, esta diferencia permite, o al menos facilita, o al contrario dificulta mucho, que desde un punto demográfico y genético ésta pueda perpetuarse y perdurar, o desaparecer, asimilada entre las etnias mayoritarias.
Los kalash no han tenido mucha suerte, teniendo como patria Pakistán, y como vecinos a los pasthunes, un pueblo en general -tampoco se puede generalizar, pero sí hablar de una gran mayoría- dividido y subdividido en tribus, sub-tribus y clanes, muy dado a la xenofobia y a replegarse sobre sí mismo, a la venganza, a no estar dispuestos a repartir el poder y el territorio con otras comunidades y, como habrá visto cualquiera que conozca mínimamente tanto Pakistán, como su vecino Afganistán, en gran parte simpatizante, o de los talibanes, o al menos de una forma de islam extremadamente intolerante, autoritario, machista y más dado a usar las armas que la palabra para decidir o solucionar cualquier problema que pueda surgir.
Como es de suponer, eso ha favorecido la paulatina extinción -pues de extinción podría hablarse- de los khalash. Aunque si cifra rondara los 6.000 -quizá, si se incluyera no sólo a los que viven mezclados entre musulmanes, sino también algunos que, por conveniencia, miedo, o amenaza de muerte, han aceptado la conversión al islam, y sus hijos nacidos ya en hogares musulmanes-, no dejan de ser una muestra muy pequeña de lo que fueron hace sólo un siglo y poco. A principios del siglo XX, probablemente rondaban los 100.000, si bien la mayoría vivían en Afganistán, en un territorio conocido en aquella época como Kafiristán -el país de los kafires, o sea, de los infieles, de los paganos o animistas, politeístas-. Sometidos por los monarcas afganos, obligados a convertirse al islam, muchos se asimilaron a los pasthunes o tayikos -el otro gran grupo étnico de Afganistán, mucho más cercanos, por lengua e historia, a los persas; el dari, la lengua tayika, no deja de ser, en realidad, un dialecto muy diferenciado de la raíz original del farsi, la lengua persa-, cuando no, simplemente, murieron en combate, matanzas o hambrunas. Poco a poco, el animismo desapareció completamente del extremo noreste de Afganistán, y su territorio pasó a llamarse Nuristán, el país de la luz, porque, se supone, la luz de la civilización -islámica, en este caso, como en otras era la supuesta luz de Occidente, o de China, o de cualquier otra cultura poderosa, la que absorbía o barría culturas más pequeñas y débiles- la que había hecho retroceder para siempre las -en teoría- tinieblas del paganismo primitivo.
La religión de los kalash, en teoría, y según cuentan en ocasiones ellos mismos, podría ser una degeneración de la de los antiguos griegos. Pero, realmente, más bien sería una mezcla del animismo panteísta típico de muchas pequeñas sociedades tribales, con una forma primitiva de hinduismo, del brahmanismo que practicaban las tribus arias que invadieron el actual Pakistán, y el norte de la India, hace cerca de tres mil años, acabando con la cultura de Indo -Mohenjo Daro y Harappa, como ciudades principales-, y otras menores que, con toda seguridad, allá existieron anteriormente a su llegada.


Jóvenes kalash en un festival cultural de Pakistán, donde en los últimos años, la parte más abierta de mente de la población ha tomado conciencia de su discriminación y persecución, haciendo que las autoridades hayan decidido a ayudarles -aunque no sea con mucho interés, las cosas como son-.

Exterminados, expulsados, esclavizados, o en tiempos recientes, obligados a convertirse al islam sunnita más rigorista -talibanes o todo tipo de salafistas o fanáticos de todo pelaje-, aunque en ocasiones hayan recibido atención y ayuda del estado -gracias a ello, se les protegió en ocasiones, y se les ayudó a reducir su mortalidad infantil, y aumentar su esperanza de vida, lo que hizo que su número aumentara poco a poco-, quizá sólo tengan, a la larga, dos alternativas: o la asimilación a los pasthunes o los punjabíes -son demasiado escasos para formar un nuevo pueblo, en su caso converso al islam, como pasó con sus hermanos afganos, transformados en nuristaníes-, o acaban emigrando en bloque a otro país. Lo cual es, desde luego, mucho más difícil. Y no deja de ser curioso, por no decir inexplicable. Aún siendo 6.000 -incluyendo algunos conversos "reconvertidos" a su religión original-, no dejarían de ser una comunidad muy pequeña, que, incluso, en caso de integrarse en un país que los acogiera bien, acabarían por asimilarse completamente. Cualquier país occidental -o la India; es difícil imaginar otros estados dispuestos a acogerlos- recibe anualmente un número muy superior de inmigrantes. Pero el hecho de ser un pueblo completo parece que hace dicha emigración como algo mucho mayor de lo que realmente debería ser.
Respecto a si es verdad o no su origen griego, quedo claro una cosa, una vez que se hicieron numerosas pruebas genéticas: no hay rastro de sangre greco-macedónica. Sólo parentesco tanto con los pueblos indostaneses, como iranios -persas, kurdos, tayikos-. Tal vez, junto a los pasthunes, sean una especie de "pueblo-puente", étnicamente emparentado tanto con unos, como con otros, aunque un poco más con los habitantes de India y Pakistán.


Los más fanáticos no soportan la existencia de un pueblo pequeño, donde la música, la danza, el color y las ganas de vivir no dejan apenas espacio a la amargura del fanatismo.


Los drokpa (o brokpas):

Los drokpas viven en la India en la zona más fértil del valle de Ladak, en una zona montañosa del extremo norte, muy cerca de Pakistán, y racialmente, se les incluye en la etnia dard. Están rodeados de pueblos de raza y lengua tibeto-birmana -resulta un tanto curioso averiguar que tibetanos y bhutaneses están emparentados directamente con parte de la población de Myanmar, la antigua Birmania, sobretodo con los birmanos propiamente dichos, pero es así. La razón de su separación, y sus diferencias físicas y culturales, serían antiquísimas migraciones, además de mezclas raciales y absoluta integración en las nuevas tierras donde los antiguos emigrantes llegaron.
Son cerca de 2.500 personas, aunque algunos piensan que podrían ser el doble. Más o menos bien tratados por los indios, viven en gran parte por la venta de productos agrícolas, que cultivan en sus numerosos y bien cuidados huertos, aparte de, en los últimos tiempos, por la atracción turística de los festivales étnicos en los que participan. En general, siempre han sido más abiertos de mente, y más deshinibidos en cuestiones sexuales y de pareja -no tienen problema en besarse en público, o hacer bien visible su amor, o la atracción física o sexual que sienten por otra persona de su pueblo, y los intercambios de pareja, al menos hasta hace pocas décadas, eran de lo más común-, lo que no les ha ayudado a estar demasiado bien vistos por sus vecinos, más conservadores en estas -y otras- cuestiones. Aún así, y a pesar de su debilidad por su escaso número, no han demostrado interés en abandonar completamente su cultura, ni tampoco su religión, que es claramente animista -más que dioses antropomorfos, creen en la existencia de todo tipo de espíritus y fuerzas naturales-, y no parece tener gran influencia por el hinduismo, ni tan siquiera de su forma más antigua.
Sus tocados formados por flores naturales, sus capas de piel, sus múltiples adornos de huesos, garrar y demás adornos de origen animal, que parecen sepultarlos por su cantidad, diversidad y llamativo encanto, hacen de ellos una auténtica obra de arte en forma de pequeña comunidad humana. Lamentablemente, y al igual que los kalash -aunque, en principio, menos e peligro de ser barridos por el fanatismo religioso de sus vecinos-, al ser tan escasos, hace que, si no mezclan alta natalidad, baja mortalidad infantil, y cierta mezcla racial, su desaparición por asimilación o disolución en comunidades mayores podría ser cosa de un par de generaciones. O menos.
Y respecto a serían o no descendientes de algún puñado de soldados greco-macedonios enviados a algún olvidado rincón del imperio de Alejandro, o de sus sucesores en Asia Oriental, la dinastía de los Seleúcidas -descendientes del general Seleuco, uno de los sucesores del gran conquistador a la hora de repartirse sus territorios-, no hay lo que se dice pruebas concluyentes, pero sí que existen estudios no sólo etnológicos, sino también genéticos -sobre su seriedad, eso es otra cosa- que si bien los consideran un pueblo indo-iranio -también, más indio que iranio, como sus hermanos kalash-, sí que parecen tener algo de sangre indoeuropea mediterráneo. Aunque poca, pues, sí que tendrían algunos genes de aquellos aventureros y conquistadores helenos. Lo que, por lo demás, incluso para ellos, no deja de ser una simple anécdota histórica.


Exteriormente, y de lejos, más que un pueblo emparentado más o menos cercanamente con las etnias de Pakistán o Afganistán, los drokpas podrían pasar por nativos norteamericanos. Su unión con la naturaleza es completa, considerándose ellos parte íntegra de ésta.

Una mujer drokpa en un festival étnico.


Los hunza (o hounzas, o hunzakuts):

Los hunza viven en el valle del mismo nombre, en la hermosa pero torturada región de Cachemira, repartida entre Pakistán -casi la mitad oeste-, la India -el centro y gran parte del este- y China -una faja de terreno del extremo oriental del territorio-. Son entre 40.000 y 50.000 personas, que si bien no es mucho, al menos les permite tener cierto peso demográfico en el territorio donde viven. En su caso, no son animistas, sino ismailíes, una rama heterodoxa del islam chiíta extendido básicamente por Pakistán y la India -además de unos 100.000 en Siria, y un puñado en Occidente y otros países musulmanes. Aunque el ismailismo es una corriente bastante filosófica y un tanto complicada de comprender en profundidad -considera el Corán no como un libro a seguir a rajatabla, sino que defiende que se le interprete de una forma alegórica- en general, los hunzas no se complican la vida con disquisiciones teológicas, si bien es cierto que son una comunidad mucho más liberal y abierta que gran parte de los musulmanes de su país -en realidad, ismailiíes y ahmadíes, una rama muy heterodoxa y marginada del sunnismo, originaria de Pakistán, son las dos comunidades musulmanes, desde un punto teológico, no étnico, más modernas y abiertas de mente del país-. El analfabetismo es inferior a la media nacional, y la casi totalidad de los niños y niñas -también ellas- están escolarizados, mientras que es prácticamente imposible ver una mujer con nikab -el velo en el rostro, y algunas ni tan siquiera lo llevan el la cabeza. Su lengua es el burushaski, un idioma aislado, hablado por ellos y algunos pueblos vecinos también musulmanes -no hay ni 100.000 hablantes de dicha lengua-, aunque también conocen el urdu, el hindi -en realidad, dos dialectos de la misma lengua, que recibe distinto nombre, sea hablada por musulmanes o hindúes, oficial en Pakistán o India-, o el punjabí. Teniendo en cuenta que es una pequeña comunidad rural, con poca relación con el resto del mundo -y por tanto, no han tenido la oportunidad de conocer gran cosa de lo que sucede más allá de su valle, excepto los emigrados a las ciudades, que son pocos-, no es poco decir.

El valle del Hunza -su nombre viene del río que por él circula, y que también nombra a sus habitantes-. En un lugar así, la vida puede ser dura, pero también tan agradable, que morirse hasta dé pereza, y se quiere permanecer en él todo el tiempo biológicamente posible.

Una de las leyendas que más se cuenta de ellos es que tienen una esperanza de vida altísima. Probablemente, serían uno de los pueblos más longevos del mundo, junto a los japoneses, y algunas comunidades del Cáucaso -como los georgianos y los abjasios-. Incluso, que con cincuenta años, muchos de ellos parecen apenas treintañeros, y no pocas mujeres son capaces de ser madres, de forma natural y sin ayuda alguna de la ciencia, rondando los sesenta. Sobre todo ello, no deja de haber una parte de verdad. Debido a múltiples razones o causas -dieta, clima, inexistencia de alcohol o droga, y apenas tabaco, o que la población trabaja o realiza ocupaciones físicas durante toda la vida, pero sin caer casi nunca en la explotación o exceso de trabajo-, sí es cierto que son un pueblo longevo, y que se conservan físicamente bien. Pero decir que casi toda la población llega a centenarios, y que no pocos han llegado a cumplir ciento veinte -cabe preguntarse cómo lo habrán demostrado, si casi ninguno ha tenido nunca carnet de identidad, o lo obtuvieron décadas después de haber nacido, y sin que hubiera documento alguno que certificara fecha de nacimiento- es, como mínimo, una exageración. Eso sí, no pocos médicos -o pseudomédicos-, defensores de la vida sana, adeptos a la new wave, y alternativos varios los consideran como un pueblo extraordinario, como diferentes y superiores al resto de la humanidad, y su forma de vida y su dieta, ejemplos a seguir, aunque en ocasiones no sepan exactamente el por qué, y sin tener en cuenta también el clima, la genética, etc. Pero una cosa sí es cierta: viven mucho, y llegan a viejos en unas condiciones físicas y mentales extraordinarias. Aparte de la dieta, tal vez también habría que tener en cuenta, además del trabajo y el ejercicio físico en sí mismos, el hecho de que cumplen anualmente varios periodos de ayuno voluntario, sus baños en aguas frías, o que gustan de practicar deportes -incluso niños y ancianos- a temperaturas que a casi cualquier otra persona -dejando aparte inuit, rusos y otros "pueblos del frío"- metida en su casa, a no ser que resulte extraordinariamente necesario el tener que salir de ella.
Respecto a si son o no descendientes de griegos o macedonios, sí que tienen un físico bastante europeo. Tienen la piel clara, y algunos son rubios o castaños. Pero esto también se puede ver entre los kalash -no tanto entre los drokpa, que en cambio, sí que parecen tener un poco de sangre helénica- y en su caso, 


Aunque el paisaje sea espectacular, la vida de los hunza es difícil, y materialmente modesta. Pero la mayoría no se moverían nunca de allá, a no ser que no les quedara más remedio.


En realidad, no deja de ser curioso que se busque a descendientes de griegos y macedonios, bien sean llegados con Alejandro, o con sus sucesores políticos -los diadocos-, o anteriores -durante el dominio persa de un espacio geográfico muy parecido, o posterior -reinos helenísticos, dominio romano, Imperio Bizantino, mercenarios, esclavos, viajeros y comerciantes de todo tipo- entre pequeñas tribus de valles escondidos. Quizá, sería más lógico hacerlo en grandes ciudades de pasado antiguo, o, al menos, en zonas que han contado con gran densidad de población desde tiempos muy remotos. Los griegos de aquella época eran gente urbana -excepto en la misma Grecia, claro está, donde eran la enorme mayoría de la población, y vivían en todas partes, en el campo y en la ciudad-, así que, cuando colonizaron el Oriente, incluso en estados que se crearon mucho después de la muerte de Alejandro, y que crecieron y expandieron la cultura griega mucho más allá de su imperio -como el Imperio Greco-bactriano, o el Greco-indio, como se les conoce hoy en día-, optaban, o bien en residir en grandes ciudades de la época, o en crearlas ellos mismos -las famosas Alejandrías, por ejemplo- o en elegir una población de tamaño mediano o pequeño, pero que se encontrara en una situación estratégica -en la costa, en medio de una ruta comercial importante, en una zona estratégica para defender una región de una posible invasión exterior- y acababan haciendo de ella una capital importante. Es muy probable, entonces, el poder encontrar descendientes de helenos entre persas, turcos, kurdos, árabes de Irak, Siria o Líbano, o tayikos o punjabíes. O no, porque, realmente, las comunidades griegas, grandes o pequeñas, en ocasiones desaparecieron casi sin dejar rastro, sin saber bien qué fue de ellas, caso de muchas en el Asia Central o el norte de la India.

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