Los prerrafaelitas (XVII): Arthur Hacker, ilustre secundario, entre prerrafelismo y academicismo.
El último de una larga lista de pintores aquí retratados junto a su correspondiente obra.
Aquí tenemos un caso de artista tan ecléctico, tan abierto a experimentar con nuevas técnicas y tratar diversos temas, que es difícil considerarlo prerrafaelita, academicista, ambas cosas, o algo más. Probablemente, fue todo ello, y si bien nunca fue un fuera de serie, ni alcanzó la fama de otros autores, ni prerrafaelitas, ni más dados al academicismo o el neo-clasicismo, en todo fue un gran retratista. El hecho de no destacar en nada en particular, aunque parecía bien que era capaz de resaltar, o al menos de cumplir bien en todo, tal vez ha hecho que, pasado el tiempo, sea poco recordado incluso entre la gente entendida en arte de su propio país.
El hombre que no se cansaba de buscar nuevos caminos.
Arthur Hacker nació y murió en Londres (1858-1919), y en general, se le incluye siempre como pintor del academicismo inglés más típico. Lo mismo pintó retratos individuales, escenas al aire libre, mitológicas, o medievales. Un poco de todo, en resumidas cuentas, lo que hace que su obra no parezca haber sido pintada por una sola persona.
Arthur era hijo de un grabador e impresor, Edward Hacker, experto en escenas deportivas y de animales, y estudió, como tantos otros, en la Royal Academy desde 1876, donde aprendió a ser un buen retratista con un estilo, como no, academicista, aunque con la mente abierta a nuevas influencias. Aunque no tuvo amistad o trato directo -que se sepa- con célebres prerrafaelitas, sí que acabó recibiendo influencias de ellos, pues después de varias obras claramente academicistas, clásicas -no en el sentido de tratar la Antigüedad clásica, pues eran en no pocos casos retratos de personas reales y contemporáneas suyas-, pasó a practicar dicha corriente con bastante suerte. Aunque nunca fue un pintor especialmente reconocido, tampoco fue un artista hasta cierto punto oscuro. Fue conocido, y se ganó bien la vida, y el hecho de pintar un poco de todo también ayudó a encontrar nuevos clientes -o sea, lo que ahora se diría "nuevos mercados".
"La tentación de sir Percival" (1894), que sería una de sus obras más auténticamente prerrafaelitas, donde la leyenda medieval y la religión -desde un punto de vista más mítico que místico- se entremezclan. Y no, Percival, protagonista del ciclo del Grial -derivado, a su vez, de la leyenda del rey Arturo- no cayó en tentación alguna. O eso se cuenta.
"Pelagia y Filemón" (1887). Una imagen basada en una de las últimas páginas de la novela "Hipatía", de Charles Kingsley, publicada en 1853. Filemónera un monje, que vivía como un eremita en el desierto del Egipto de los últimos días del Imperio Romano Unificado, y que mira -y piensa, a saber qué- a su hermana durmiendo prácticamente desnuda -en realidad, en la novela lo está completamente-.
Tras el realismo (Bonnat) y el academicismo francés -en realidad, el más influyente en Europa, por encima del británico de la Royal Academy, que tenía a Turner o Reynolds como totems intocables-, pasaría al prerrafaelismo propiamente dicho, que fue el que le dio más fama, para pasar al exotismo y, sobre todo, al llamado plenairismo, una corriente -o más bien sub-corriente, que incluía a pintores de diversos estilos y nacionalidades- consistente en pintar al aire libre, retratando las luces, sombras y colores que se pudieran encontrar no sólo en determinado lugar, sino también en una u otra hora del día, o momento del año. Prefirió, en lugar de centrarse sólo en espacios al aire libre, en zonas rurales, pintar también escenas urbanas de las calles de Londres, mientras que, a la hora de hacer retratos, eligió no a personas importantes o conocidas de la época -y posibles clientes, agradecidos por un buen retrato, y por tanto, buenos pagadores- sino a sus seres más cercanos, familia y amigos.
Fue académico a partir de 1910, y pudo exhibir en dos -en 1878, y en 1910- ocasiones en la Royal Academy, en Londres, aunque no fue, lo que se diría, un socio de los principales o más carismáticos, pero sí mereció, vista su obra, formar parte de la Academia -con mayúsculas- por derecho propio.
Por último, destacar que, en aquella época, tan llena de genios o, como mínimo, de grandes artistas, estos siempre acababan congeniando, conviviendo, influyéndose, o trabajando, si no juntos, sí unos para otros. Se diría, incluso, que unos acababan ayudando, sabiéndolo o sin darse realmente cuenta de lo que podría hacer en un futuro la persona a la que daban una oportunidad, a otros futuros artistas, que en no pocas ocasiones abrirían nuevos caminos. En el caso de Hacker, fue, por un lado, uno de los afortunados que consiguió que el gran escultor Edward Onslow Ford quiso inmortalizar en una de sus geniales esculturas. Por otro, cuando quiso habitar una nueva casa en Health End, en el pueblo de Checkendon -condado de Oxfordshire-, en 1902, en lugar de comprarla, le dio el encargo de proyectarla y dirigir las obras a un jovencísimo arquitecto escoces, Maxwell Ayrton, que años después, llenaría Londres con sus edificios, de un corte más moderno y funcional que el estilo neo-imperial -o neo-clásico- victoriano.
Fue académico a partir de 1910, y pudo exhibir en dos -en 1878, y en 1910- ocasiones en la Royal Academy, en Londres, aunque no fue, lo que se diría, un socio de los principales o más carismáticos, pero sí mereció, vista su obra, formar parte de la Academia -con mayúsculas- por derecho propio.
"Trafalgar Square" (1919), fue quizá la última de sus obras, y un ejemplo de sus pinturas "de exteriores", sólo que él prefirió retratar las calles y plazas de la gran metrópolis londinense, antes que verdes y tranquilas escenas campestres.
"Fantasías de fuego", tal vez no sea su mejor obra, pero me resulta atractiva porque el autor pinta a la protagonista que sabemos sentada delante de la chimenea, iluminada por el fuego, y con el comedor de su casa al fondo, en semi-penumbra.
"La sirena", donde un pobre pastor se siente espantado, pero también fascinado -¿y repentinamente enamorado?- de una sirena que, al estar lejos de su elemento natural, el agua del mar, toma aspecto de mujer humana, aunque con un aura o energía que indica su origen más o menos divino.
"Hojas llevadas por el viento" -traducción aproximada de "Leaf drift"-, también de 1919, lo que hace suponer que el autor estuvo trabajando hasta el último momento. Como buen prerrafaelita, aunque no lo fuera en todo momento, gustaba tanto de las mujeres hermosas y lánguidas, como la fiel y realista reproducción de la naturaleza, principalmente de la flora, hojas secas incluidas.
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