miércoles, 19 de febrero de 2014

Un par de descubrimientos históricos recientes.

Un par de poemas de Safo, y una ciudad mesopotámica que pasa de la leyenda a la realidad.


A falta de más tiepo para entradas más largas, me gustaría escribir sobre un par de cosas que he leído en la prensa, y cuya historia completa he intentado ampliar. Una, es el descubrimiento, en Gran bretaña, de dos poemas -uno aparentemente casi completo- atribuidos, con una casi total seguridad, a la misteriosa y extraordinaria poeta -o poetisa, que parece ser una palabra errónea, pero que a mí me suena mejor- Safo de Lesbos. No se trata de explicar aquí lo poco que se sabe de su biografía, ni de comentar a fondo lo poco, poquísimo, que ha llegado a nuestra época: apenas un poema casi completo, y detalles, casi retales literarios, del resto de su obra, unos nueve libros; teniendo en cuenta, claro está, que el término libro", para griegos y romanos, más bien se podría traducir como "obra o trabajo literario completo", que podría no ser el equivalente a un libro actual, de cientos de páginas, sino uno o varios papiros o manuscritos que, a la hora de pasarlo a páginas, serían o mismo un centenar, como unas docenas, o incluso menos.
La otra, sería el descubrimiento en Irak -para ser más exato, en el Kurdistán iraquí- de una ciudad que sólo se conocía por escritos, en listas de poblciones que formaban arte del Tercer Imperio Asirio, suúltima y mejor época, la de máxima expansión-, bien como capital provincial, o como ciudad-estado vasalla, pero que, en épocas anteriores, lo mismo estaba en manos de babilonios o asirios, como formaba un pequeño estado independiente. Esta oscura ciudad, ahora parte de la historia y no sólo de suposiciones o leyendas, se llamaba Idu.


Safo, espíritu de otra época ya pretérita, y cuya historia se nos escapa.
El descubrimiento de los dos poemas de Safo es, cuanto menos, curioso, pues no ha sido hallado durante trabajo arqueológico alguno, sino que fue entregado por un particular -se supone que su legítimo dueño, no se sabe bien ni cómo, ni desde cuándo-, coleccionista londinense anónimo, al doctor Dirck Obbink, uno de los mejores papirologistas de la Universidad de Oxford, que informó del hallazgo al diario británico "The Guardian", que fue el primer medio en hablar de todo ello. Dick considera que sí pertenecen a Safo, debido a la métrica y al dialecto -de la isla de Lesbos, distinto al más extendido, llamado ático, por la Ática, la antigua región griega donde se encontraba Atenas-, más que porque tengan relación directa con el material de la autora ya conocido y publicado. Por lo visto, aunque lo que queda del pergamino pudiera muy bien ser escrito en Grecia, no es de época clásica, sino romana, más o menos del siglo III de nuestra era.

Safo T
Una estatua de Safo en Mitilene, en la isla de Lesbos, su patria.

Uno de ellos parece hacer referencia a un amor no correspondido, o a los celos que el autor -o autora, pues evidentemente es Safo quién lo escribe, aunque no sabemos si pretende hacer creer a la audiencia, al lector, si el autor es hombre o mujer- hacia una persona querida que paree tener una buena -en exceso- buena relación con un tercero. El segundo esta dedicado a su hermano Charaxos, que no pocos historiadores pensaban que no era un personaje real -no se habla de él en ningún poema de Safo; es conocido por un apunte literario de Herodoto, que comenta una obra perdida de la poeta, en que habla de los amores de su hermano con un esclavo egipcio-. Sin embargo, aquí no comenta dicha relación, sino el viaje de vuelta que debe realizar el hermano en cuestión, y que Saf considera que podría ser difícil y peligroso -no confía demasiado en la benevolencia de los dioses, en una época donde los naufragios eran demasiado habituales-, y que afortunados son los marinos que pueden realizar un periplo marítimo de ida y vuelta sin peligro, y sin enfrentarse a tormentas y oleajes que podrían hacer naufragar su nave, y que la audiencia -más bien parece referirse a la gente que no sabe de cosas de la mar, y que habla sin pensar demasiado sobre el tema- no debería dar por sentado que Charaxos regresará sin peligro alguno que le aceche. Su hermana cree, por el contrario, que hasta que no lo vea en persona después de pisar tierra, no estará tranquila. Acaba el poema hablando de su otro hermano, Larichos, el más joven de los tres, que espera que llegue a ser un hombre y así, "liberarlos de una gran ansiedad", aunque no está demasiado claro a qué se refiere. Quizá, simplemente sea una hermana mayor que desea que el menor de sus hermanos siente la cabeza de una vez, y deje de comportarse como un crío. Los problemas familiares no parecen haber cambiado tanto, por lo visto.
Aquí, a partir de la primera traducción al inglés, la que he podido hacer al español -teniendo en cuenta que traducir poesía no es lo mismo que prosa-:

(...) (Por lo visto, este podría ser el fin de un poema bastante más largo).

Tanto que parloteáis siempre, que Charaxos viene,
su barco abrumado por la carga. Doy por supuesto que sólo Zeus lo
sabe, al igual que todos los otros dioses; pero vosotros, vosotros no deberíais
albergar esos pensamientos.

Sólo debe pedírmelo desde la distancia, y me dispondré
a ofrecer innumerables oraciones a la reina Hera
para que Charaxos pueda llegar aquí, con
su barco intacto.

Para nuestra tranquilidad, permitidnos confiar en los poderes superiores;
pues los períodos de calma llegan inmediatamente después de
las grandes borrascas.

Ellos, cuya fortuna el rey del Olimpo desea,
en este momento intentan sortear los peligros
para (...) son bendecidos
y afortunados más allá de cualquier comparación.

En cuanto a nosotros, si Larichos debe (...) la cabeza
y en algún momento, llegar a ser un hombre;
pues nos llena de una gran desesperación,
y así nos sentiríamos rápidamente liberados.

"Safo y Alceo", de Lawrence Alma-Tadema (1881).


La ciudad perdida de Iru, en el Kurdistán.

Esta otra historia es un poco más antigua. Apareció en la revista de Historia de National Geographic, a finales del 2013, y antes, en una revista de cultura e historia turca. La ciudad se conocía tras traducir tablillas en escritura cueniforme en Holanda, en 2008, pero se pensaba que dicha ciudad, posiblemente, no existía, o era un nombre diferente -o mal escrito- de otra ciudad ya conocida. No fue hasta el año pasado, que fueron descubiertos sus restos -o una parte, porque las excavaciones continúan, a pesar de la difícil y peligrosa situación de Irak- en el poblado de Satu Qala, en la orilla norte del río Zab. Como en otras ocasiones, fue un descubrimiento casi casual, cuando un campesino entregó un ladrillo antiquísimo, con una escritura de época asiria, a los mmiembros de una expedición arqueológica alemana. Allá hablaba de una ciudad no descubierta, y tras excavar en la zona, descubrieron otras inscripciones, que les permitieron descubrir no el nombre de un solo rey, sino de toda una dinastía completamente desconocida. Más que una ciudad, se han ido descubriendo -queda mucho por descubrir todavía- restos de poblaciones superpuestas, desde épocas neolíticas -un poblado prehistórico- hasta época del Nuevo Imperio Asirio. Las inscripciones, en alfabeto acadio -la primera gran lengua semítica conocida,que fue la habitual en el Imperio Akkadio creado por Sargón, pero que, en tiempos de Hammurabi se había dividido en, al menos, dos dialectos claramente diferenciados: el babilónico al sur, y el asirio al norte; en tiempos del Nuevo Imperio Asirio, se podía decir que ambos dialectos se habían transformado en lenguas hermanas, pero distintas, y difícilmente inteligibles para los hablantes del idioma hermano, aunque seguían usando el alfabeto acadio, que era cueniforme-.

Un rodillo-sello de piedra con dibujos en relieve, que permite grabar en la arcilla blanda un continuo de figuras.

Por lo visto, Iru fue un pequeño reino semítico, aunque pudo tener influencias étnicas y culturales de los indoarios -los antepasados de persas y kurdos-, que fue algo parecido a una ciudad-estado de pequeño tamaño que fue dominada por el Segundo Imperio Asirio, y cuando éste cayó, o se debilitó, formó durante bastante tiempo -tal vez un par de siglos, o más- un reino más grande, que de nuevo fue conquistado por los asirios en su época de máxima expansión es posible que la caída de sus dominadores les arrastrara también, o que sobrevivieran, con cierta personalidad propia, en tiempos del Nuevo Imperio Babilónico, el de Nabucodonosor, que más adelante sería conquistado por el coloso persa. No es que quede mucho de la ciudad en su mayor esplendor, aparte del palacio, pero para seguir excavando, primero habría que derribar algunas viviendas de los actuales habitantes kurdos. Y, evidentemente, ahí tienen que llegar a un acuerdo con con el gobierno kurdo, el del municipio, y los vecinos. Ya se verá, entonces, qué más saldrá a la luz en los próximos años.

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