miércoles, 26 de febrero de 2014

Gente de mi ciudad (II): Marià Fortuny, el más importante de los pintores reusenses, y ejemplo del romanticismo y orientalismo españoles del siglo XIX.

Después de Tapiró, el más importante de los pintores de Reus, y que una muerte temprana le impidió pasar a la inmortalidad.


Marià -Mariano, en castellano- Fortuny i Marsal (Reus, 1858-Roma, 1874; sólo vivió 36 años), fue uno de los grandes pintores españoles, y también europeos, del siglo XIX, o así habría sido si su temprana muerte no hubiera truncado una carrera meteórica, que había propiciado que su obra fuera conocida a nivel continental, y que sus pinturas fueran de las más valoradas -también desde un punto de vista económico- de su tiempo.

Fortuny -enmedio, sentado y con la paleta en la mano- en su estudio de Roma.


La vida y la obra de un genio parcialmente olvidado.

Mariano Fortuny.jpgEn su infancia y juventud, fue su propio abuelo quién ocupó el puesto de maestro y valedor, hasta que pasó a aprender en profundidad las técnicas de la pintura con el artista reusense Domènec Soberano, en cuyo taller, como ya se contó en otra entrada, conoció a su conciudadano Tapiró, al que, como también se señaló, acompañó a la Escuela de Bellas Artes de la Llotja de Barcelona -junto al abuelo de Fortuny, allá por 1852-, ciudad donde estuvo a punto de ahogarse porque, sin saber nadar, tuvo la peregrina idea de ir a bañarse lejos de la costa. De todas formas, no fue sólo pintura lo que aprendió y practicó Fortuny: también aprendió el arte de la orfebrería con el artista reusense Antoni Bassa, gracias a lo cual consiguió su maestría en destacar los detalles más minuciosos, así como escultura, ya en Barcelona, con el artista Domènec Talarn, que quedó tan sorprendido con la habilidad de su joven alumno, que le ayudó a conseguir la matrícula gratuita en la escuela ya mencionada.
En 1858 se traslada a Roma, siguiendo un auténtico ritual no sólo de los artistas españoles -allá conoció a varios-, sino también franceses, británicos, y de otras nacionalidades. La convivencia con compatriotas y con pintores y otros artistas de diversos países hizo que unos y otros se influyeran, y Fortuny decidió entrar como aprendiz -aunque ya era un pintor con buena técnica, y estilo "academicista", o poco rupturista, por decirlo así- del pintor italiano Nicola Ortis, y compañero del romano Attilio Simonetti, con quién, desde ese momento, tendría una gran amistad. Hasta ese momento, no había realizado demasiadas obras de cierta injundia, exceptuando autorretratos, y un cuadro sobre el conde de Barcelona Ramón Berenguer III colocando la bandera catalana en el castillo de Fos, gracias al cual consiguió una beca de la Diputación de Barcelona como pensionado -ayuda económica para que pudiera dedicarse solamente al estudio- en Roma. Sería a partir de 1860 donde despegaría, definitivamente, su carrera artística, y diese el primer paso para pasar a la inmortalidad. En ese año, Fortuny abandonará Roma e Italia, para machar a Marruecos -de nuevo con la ayuda-consejo-encargo de la Diputación de Barcelona-, como acompañante de su conciudadano, el general Prim, a combatir a las guerrillas rifeñas -del norte de Marruecos- que amenazaban con atacar Ceuta y Melilla -dos plazas militares españolas en el norte de África, que todavía siguen bajo soberanía de España, y que dan, la verdad sea dicha, más problemas y gastos que otra cosa-, y que habían tenido numerosos pequeños enfrentamientos con las tropas españolas.

MARIANO FORTUNY - La Odalisca (Museo Nacional de Arte de Cataluña, 1861. Óleo sobre cartón, 56.9 x 81 cm).jpg
Una de las odaliscas en cuestión, y que dudosamente pudo ver en persona.

Acompañado del novelista andaluz Pedro Antonio de Alarcón, fue el retratista de la campaña marroquí, cuyo máximo exponente sería una de sus mejores obras: "La batalla de Tetuán" (1862-4), que quedó inacabada -los últimos detalles serían de 1873- y que, en su época, sería un tanto incomprendida y no demasiado apreciada. Más o menos, como su otra obra de guerra: "La batalla de Wad-Ras" (1862-3), que pintó después de su viaje a París -para inspirarse en artistas expuestos en sus diversos museos o salas de arte-, y donde, lejos de concentrar su atención en un personaje en particular, usará la "vista panorámica", con gran número de personajes, españoles y marroquíes entremezclados y sin ningún protagonista principal. Lo mismo hizo al reflejar la batalla de Tetuán, con el general Prim y los voluntarios catalanes en el centro, y con algunas licencias con respecto a la realidad: los marroquíes van casi desnudos -concesión al orientalismo y el exotismo en general-, y el lugar donde se combatió parece un espacio no sólo árido y pedregoso, sino también seco y cálido, cuando durante la campaña hizo mucho frío, y hasta nevó el día anterior; pero Fortuny pensó que aquello no pegaba mucho con la imagen europea del Magreb, así que hizo desaparecer la nieve, el barro y las zonas pantanosas. Caro le salió, este segundo experimento de batalla panorámica, ahora considerada su obra principal: la Diputación quedó disgustada, tuvo que pagar una fuerte indemnización, y se quedó la tela, que retocó hasta casi su muerte. Una vez acontecida ésta, la misma Diputación decidió comprarla a su familia por una cifra cinco veces mayor que la que tuvo que entregar Fortuny -pagó unas 10.000 pesetas de la época; serían como seis euros actuales, pero en 1863 era una cantidad enorme; la compraron por 50.000 en 1874; un auténtico dineral-.

File:Fortuny El col·leccionista d'estampes I.jpg
La primera versión de "El coleccionista de estampas".

Sin embargo, su viaje a Marruecos le hizo ver el arte y su vida de una forma bien distinta. Decidió romper amarras, y trasladarse al norte de África de forma no definitiva -al contrario que Tapiró, que convenció para que se instalara, aunque él sí para toda su vida: vivió y murió en Tánger-, pero sí para una temporada. Allá rompería con todo tipo de academicismos y reglas, interpretando la realidad norteafricana de una forma un tanto más libre -fomentando el exotismo, lo nunca visto, lo más llamativo y de aspecto más mágico- que Tapiró. Y a partir de ahí empezaría su fama internacional.
Entre 1860 -su  viaje a Marruecos- y 1863 -el año en que, en teoría, tendría que haber entregado "La batalla de Tetuán"-, Fortuny pintó a askaris -soldados marroquíes-, odaliscas -o lo que él pensaba que eran las odaliscas, mezcla de bailarinas, amantes y concubinas de los poderosos musulmanes-, etc.

File:MARIANO FORTUNY - La Batalla de Tetuán (Museo Nacional de Arte de Cataluña, 1862-64. Óleo sobre lienzo, 300 x 972 cm).jpg
 La batalla de Tetuán", que no sería acabada hasta 1873, poco antes de la muerte de Fortuny, y comprada por la Diputación de Barcelona, por cinco veces más de lo que el pintor tuvo que pagarles por no acabarla a tiempo."

Tras la guerra, volvió a Europa, y mientras pintaba batallas -porque la guerra propiamente dicha duró unos pocos meses, entre 1859 y 1860-, aprovechó -como si fuera cualquier cosa- para casarse con su último maestro español, Federico de Madrazo -otra vez, estuvo allá con Tapiró; como quién dice, almas gemelas-, Cecilia Madrazo, y se dedicó también a pintar temas "europeos", o sea, españoles e italianos. Entre ellas, las dos versiones, si no es que hay más y se desconoce su existencia, de "El coleccionista de estampas", una temática habitual en la época: un personaje rico, o con ciertos ingresos, que colecciona, o más bien amontona, todo tipo de objetos, desde cuadros a relojes, pasando por todo tipo de muebles, figuras, etc; ideal para los pintores detallistas y preciosistas, que gustaban de llenar de pequeños objetos cuadros abigarrados y protagonizados, normalmente, por una o dos figuras de pequeño o mediano tamaño. La "Fantasia de Fausto", está inspirada en la ópera del mismo título de Charles Gounod. Esta obra, junto con "La reina María Cristina pasando revista a las tropas", son dos de las que se encuentran expuestas en el Museo del Prado de Madrid. Muchas otras que no son de propiedad particular, sin embargo -sobretodo las consideradas obras menores, de árboles o pequeños edificios rurales- están expuestas en el Museo Fortuny de Venecia, en el palacio del mismo nombre -aunque, en realidad, el propietario no fue él, sino su hijo-.
Todas estas obras serían de la década de los sesenta, igual que fantasías árabes -porque había bastante de fantasía, en ellas- como "Caballero árabe en Tánger", de 1867 -pintada en Roma, donde se había establecido para siempre; Marruecos fue un recuerdo, aunque de allá trajo gran número de apuntes, dibujos e información general, que le ayudó, y mucho, para futuras obras-, o "Fantasía árabe", del mismo año; aquí, claramente, el nombre le va que ni pintado.

"El vendedor de tapices", otra obra orientalista, de 1870.

Pero aparte de cuadros exóticos, lo mismo pintaba corridas de toros, como las montañas de Montserrat, hasta que, en 1870, realizó, probablemente, su mejor obra, y la más conocida: "La vicaría", donde se ve una sacristía, separada por una reja de la iglesia, y donde los novios rellenan los documentos de la posterior boda religiosa -que, en aquella época, era la única válida-, y donde se ven, a un lado -la izquierda, los novios- representantes, más que de los ricos, de la burguesía urbana, mientras que a la derecha, un torero, que en aquella época no es que se ganaran demasiado bien la vida, y una manola -una mujer de las clases populares-. Algunos creen que está basada en la vicaría de la Prioral de Sant Pere de Reus. En este caso, el romanticismo, estilo ya sobrepasado, da paso a un realismo que retrata las distintas capas sociales, y su forma de vestir y comportarse.

File:MARIANO FORTUNY - La Vicaría (Museo Nacional de Arte de Cataluña, 1870. Óleo sobre tabla, 60 x 93.5 cm).jpg
 "La vicaría", detallista y con sus diversidad de personajes de la época.

Entre sus últimas obras, paisajes -italianos, españoles, marroquíes-, retratos, supuestas imágenes históricas de la Granada musulmana -"Músicos árabes", 1871-2, y "La matanza de los Abencerrajes", de 1870, sobre las guerras dinásticas de la Granada Nazarí, y pintada, tras conseguir permiso, en el interior de la mismísima Alhambra-; el "Viejo desnudo al sol", también en el Prado, y que un anciano anónimo tiene un aspecto semejante a los antiguos cuadros del gótico de santos y apóstoles; y "La elección de la modelo", de inspiración italiana: el palacio de la familia romana de los Colonna -que en su momento contó con papas, generales y mercenarios de todo tipo-, donde los personajes de la izquierda, con ropaje del XVIII, discuten sobre la elección -o no- de una modelo, se supone que de una pintura o escultura, y que es, a pesar de estar desnuda y un tanto apartada, la que recibe la máxima iluminación y protagonismo.
Roma fue su hogar, el de su mujer y el de su hijo, pero viajaron a París, y vivieron en Granada, tierra de ésta y su suegro. Más tarde, marcharon a Londres, y volvieron a Italia, primero a Nápoles y, finalmente, otra vez en Roma, su hogar, donde murió repentinamente, de una forma que todavía no ha podido ser explicada y que, según últimas hipótesis, podría haber sido por suicidio. Quizá, el hecho de que fuera un gran pintor, pero no supiera vender sus cuadros a un buen precio, y el hecho de que hacía tiempo que había despedido a su marchante de arte -que le convencía para que pintara mucho, y normalmente sobre los mismos temas, pero que también sabía buscarle buenos clientes-, y el que siempre deseó darle un nivel de vida lo más alto posible a su mujer -al fin y al cabo, era hija de Madrazo, uno de los pintores más importantes de la España de la época- pudieron influir en algún tipo de depresión. Pero eso, aún hoy en día, y después de tanto tiempo, no dejan de ser simples conjeturas.
Tras su muerte, sus cuadros, incluidos muchos no acabados, fueron subastados, y al ser ya un artista consagrado, fueron adquiridos por altas sumas. Su cuerpo todavía reposa en Roma -aunque en 2013, se habló de retornarlo a Reus; parece que los políticos de turno se lo pensaron un poco, porque costaba un buen dinero, sin embargo, sí que se pensó en restaurar un poco su monumento funerario, un tanto abandonado-, mientras su corazón fue enterrado en Reus, en la Prioral de Sant Pere. Algo, por lo visto, no tan extraño en la época. El siglo XIX está lleno de este tipo de excesos y gestos.
Sobre qué tipo de pintura realizaba, lo mismo se puede hablar de un exótico romanticismo orientalista, como en un realismo y preciosismo que, muy probablemente, debió influir en pintores italianos y franceses posteriores. También contó con un buen grupo de amigos pintores: aparte del romano Simonetti y el reusense Tapiró, que ya se han nombrado, y de su suegro Madrazo, contó con la amistad del vasco Eduardo Zamacois -considerado el primer gran pintor de esta tierra, y que fue llamado por Fortuny cuando vivía en Granada, pero que murió en Madrid, no mucho después de Fortuny -con 37 años, no pudiendo, él tampoco, tener una obra especialmente extensa-, o del madrileño Martín Rico, realista hasta casi lo fotográfico. Hoy en día, su obra está repartida entre Madrid, Barcelona, Venecia e, incluso, Estados Unidos, y algunas de sus obras resultan realmente difíciles de ver, fuera de las poblaciones donde se exhiben.

  Monumento a Fortuny en Reus, en el barrio de su mismo nombre.

En Venecia se establecería, más adelante, su hijo Fortuny Madrazo, que fue un auténtico nuevo hombre del Renacimiento, debido a los muchos palos que tocó, llegando a ser uno de los personajes más famosos de aquella época en la ciudad de los canales. Pero esa, ya es otra historia.

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