martes, 3 de marzo de 2015

Los prerrafaelitas (XII). Edmund Blair Leighton, ejemplo y campeón de pintores medievalistas.

El segundo Leighton de la corriente prerrafaelita sería el que mejor plasmó un Medievo de cuento y fantasía.


Aquí tenemos a un autor que, en no pocas ocasiones, si no es olvidado, sí dejado un poco de lado cuando se habla de los prerrafaelitas. Hay que tener en cuenta, de todas formas, que en no pocos libros o estudios se considera como tales a los que formaron la Hermandad propiamente dicha, sin contar a los muchos que se sintieron más o menos cercanos a ella, pero que vivieron, pintaron y se movieron por el mundo por su cuenta. Edmund Blair Leighton, que no compartía parentesco -al menos, cercano-, con el Frederic Leighton del que ya se ha hablado, y que tanto disfrutaba pintando a jóvenes en brazos de Morfeo. Sin embargo, el segundo con el mismo apellido también merece un espacio para él solo en este largo listado de artistas, que no parece tener fin -y no lo digo por decir, ¡nunca imaginé que pudiera haber tantos seguidores de esta corriente pictórica!-.

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Una fotografía, un tanto desgastada por el tiempo, del autor en sus mejores tiempos.


Que "La historia" -history- no te estropee una buena historia -story-. El hombre que retrató un Medievo salido de lo más profundo de nuestras fantasías... y ya está bien así.

Edmund Blair Leighton (1853, en Londres; 1922, también en Londres), es otro ejemplo de artista que, sin formar parte de la Hermandad, y dudar si no considerarlo también como un pintor romántico, aunque fuera posterior a los miembros franceses o alemanes de dicha corriente artística, habría de ser considerado como un prerrafaelita de libro. Dicho de otro modo, que no habría que dudar ni un segundo en ponerlo entre los primeros de la lista. 
Edmund -llamémoslo así- era un londinense que tuvo la suerte de ver arte desde sus primeros días de vida: su padre, Edward Blair Leighton, era un pintor realista, experto en retratos, que exhibió en la Royal Academy entre 1843 y 1854, y de la cual, evidentemente, también era miembro. Teniendo en cuenta que era lo que llamaban un academicista, o sea, alguien que seguía el guión de lo que "La Academia" consideraba arte serio y respetable -y habría que escribirla así, en mayúsculas y con el "La" delante, porque todos los pintores de los que se ha hablado aquí, sin importar su estilo o fama, o formaron parte de ella, o intentaron triunfar en su interior, o, al contrario, tuvieron con tan legendaria institución sus altos y bajos, cuando no enfrentamientos directos. Era omnipresente para cualquier pintor británico, de eso, no había duda.

Su título original, "The accolade" (1901), más que "el espaldarazo", se podría traducir por "el nombramiento", en el sentido de que el joven es armado caballero por su reina, y con ese acto, recibe el apoyo moral -y quizá algo más, teniendo en cuenta que transcurre en la época del "amor cortés" y de los caballeros trovadores- de su soberana. Es uno de los cuadros más famosos de E. B. Leighton.

"God speed" (1900), que vendría a ser "Dios apremia -velocidad, actuar prestamente-". Leighton conocía la Edad Media, su literatura y leyendas, y aparte de pintar imágenes inolvidables, también sabía cómo titularlas, aunque su traducción a otras lenguas debiera ser más bien libre. Es curioso cómo conocía estas dos imágenes -sin tener idea de quién las había pintado-: trabajaba en una tienda que, entre otras cosas, vendía puzzles, y el que tenía más piezas, reproducía ambos cuadros, que tienen la misma temática y se pintaron prácticamente uno detrás de otro.

Su hijo no es que pretendiera ser un revolucionario, pero sus gustos iban, claramente, por otros caminos. Realmente, no era, en absoluto -como se ha visto ya- un caso único. Los prerrafaelitas, como los románticos -o neo-románticos, que prosiguieron con dicho estilo cuando en el continente ya iba un tanto de capa caída- o los neo-clásicos, fueron los que, en la larguísima época Victoriana, e incluso algo más allá, dieron nuevo impulso, y propusieron alternativas a una pintura que, precisamente debido a dicha Royal Academy, de no haber sido por ellos, se habría quedado estancada en el tiempo, perdiendo su espacio entre las artes británicas y europeas en apenas una generación.
Leighton hijo, aunque no se dedicó a una temática de forma absoluta, sí que demostró, desde joven, su interés, particularmente, por una época y un lugar: la Edad Media europea, y en particular, británica. No es que fuera el único, desde luego, pero sí el que pintó más y mejor sobre un Medievo, como se ha dejado ya constancia, tan romántico y hermoso, tan lleno de caballeros, princesas, amores galantes, y hechos heroicos, que lo mismo hacían olvidar a quienes admiraban -y admiran, también hoy en día- sus cuadros, toda la parte más oscura, miserable, violenta e intolerante de aquella época. No resulta casual que, cuando se quiere buscar a un autor que, con su obra, nos remita a cuentos y leyendas, Leighton siempre esté de los primeros, aunque él no pintara ni reinos imaginarios, ni seres mitológicos, como hadas, elfos o duendes. Sus personajes son siempre hombres y mujeres de carne y hueso. Al menos, aparentemente. Pues, en cuanto leemos algún antiguo relato o cantar de gesta, sus imágenes nos vienen a la mente al instante.

Archivo: Edmund Blair Leighton - En tiempos de peligro - Google Art Project.jpg
"En tiempos de peligros" (1897). El caballero -o noble, o rey- huyendo por el río con su familia, acaba encontrando para todos refugio en el castillo al que sólo se puede llegar por medio de una embarcación. No se sabe si el anciano es el dueño -tal vez, a pesar de su pobre aspecto. Podría ser un siervo fiel, pero empobrecido- o un sirviente, pero eso no parece preocupar a los prófugos.

Archivo: Edmund Blair Leighton - Abelardo und seine Schülerin Heloisa.jpg
"Abelardo y su alumna Eloisa" (1882). Estos dos son de los pocos -quizá los únicos- personajes reales que pintó Leighton. Pero su amor imposible -él acabó castrado y monje, tras raptarla a ella, y dejarla embarazada de un niño del que poco o nada se sabe; ella, también ingresó en un convento. Finalmente, muertos ambos, descansan juntos en la misma tumba- debió parecerle demasiado atractivo como para no dedicarle una obra. Realmente, cuando se quiere representar a los amantes, el cuadro de Leighton casi siempre es uno de los retratos elegidos.

Por decirlo de algún modo, Edmund B. Leighton fue para el Medievo -o el Medievo para él- lo que Alma-Tadema fue para la Antigüedad. En ambos casos, un intento -no se puede negar que victorioso, si el espectador de su obra decide olvidarse de lo desagradable que la historia real puede resultar ser en ocasiones- de resucitar una Edad de Oro tan fascinante y atractiva como, en una parte quizá excesiva para los que nos hemos dejado conquistar por ella, falsa. O, al menos, idealizada.
Sin embargo, Leighton también tenía otra faceta pictórica que, por llamarla de alguna forma, se le podría calificar de "retratos de damas elegantes". Estas damas, sin embargo, normalmente iban acompañadas -de novios, maridos, amigas, hermanas...-, eran retratadas de cuerpo entero, y normalmente no en posición de posar lánguidamente, esperando con infinita paciencia que el pintor las retratara, sino que se las puede ver en su vida diaria, o en acontecimientos importantes de ésta: su noviazgo, su boda, intentando conquistar al hombre deseado... pero también entrando o saliendo de su casa, enfrente de la puerta de su hogar, hablando con amigas o comentando cualquier cosa con un vecino. Si en el caso de John Collier, el ser considerado "un retratista de hombres mayores vestidos de negro" le supuso el haber sido casi olvidado -de forma injusta, pues en la entrada que se le dedicó, se puede ver la variedad de su obra- en el de Edmund B. Leighton el recuerdo de su obra también es parcial, pero más justa: básicamente se recuerdan sus obras medievalistas, que son las más evocadoras e interesantes, aunque eso signifique olvidar otras que también valen mucho la pena.
No tuvo una vida sentimental o familiar que llamar ala atención. Se casó en 1885, con treinta y dos años, que era bastante para la época, aunque a los hombres, no a las mujeres, se les pasaba en muchas ocasiones por alto, con Katherine Nash, y tuvo dos hijos. Respecto a la ya famosa Royal Academy, al no ser un rupturista radical, fue bien acogido -era veinteañero cuando ingresó-, pero teniendo en cuenta que, aparte de lo que pudiera enseñarle su padre, fue allá donde se formó, tampoco resulta tan extraño. Llegó a tener una exhibición anual desde 1878 hasta 1920, lo cual era una barbaridad, si bien es cierto que es más que probable que sus mejores obras fueran exhibidas a lo largo de los años. Claro está, el  conservar la popularidad entre público, potenciales compradores, y compañeros académicos durante más de cuarenta años significaba tener una obra abundante. O al menos, con algunos cuadros estrella cada poco tiempo. Al menos, si no uno al año, cada pocos.

Archivo: Edmund Blair Leighton - Cintas y lace.jpg    Archivo: Edmund Blair Leighton - My Next-Door Neighbour.jpg
"Cintas y cordones para caras muy bonitas" (1904; parece retratar a un viajante, o vendedor puerta a puerta, ofreciendo sus productos a las mujeres de la familia), y "Mi próximo vecino de puerta" (1894; o quizá sería vecina, pues es el joven caballero, el sorprendido y atraído por la joven que vive al lado de su nueva casa). A pesar de que se llevan diez años de diferencia, las dos obras son complementarias. Son un caso curioso de pintura: retratos de portales y sus habitantes y visitas.

Archivo: Leighton-Tristán e Isolda-1902.jpg
"Tristán e Isolda"(1892). Otro par de amantes de leyenda, en este caso de origen celta. Los británicos victorianos, buceando en su pasado, rescataron -y contaron a su manera- el relato de los amoríos de los dos jóvenes, originarios de la Irlanda y la Cornualles célticas, probablemente anteriores a las invasiones de anglos, jutos y sajones. O al menos, cuando éstos apenas poblaban el sudeste de Inglaterra, divididos en multitud de reinos bárbaros. Los celtas, en aquella época, eran una muestra mucho más clara de civilización, arte y literatura, aunque fuera oral.

Muerto en 1922 -exhibió, por tanto, hasta apenas un par de años antes de su muerte-, sus obras se pueden encontrar, sobretodo, en los museos no londinenses: el de la ciudad de Bristol, y en la galería de arte de Leeds. Probablemente, lo más interesante que un viajero podría visitar de paso por ambas ciudades.
Una forma de distinguir si una obra es o no de este Leighton es el buscar su firma. No siempre es distinguible -ni todas, seguramente, están firmadas de igual forma-, pero en muchas se puede ver "E.B.L.", en mayúsculas. Así, sus re-descubridores en estos tiempos, tan malos para el arte figurativo, podrán descubrir alguna nueva-vieja obra de Eduward Leighton que anteriormente no habían podido admirar ni en vivo, ni en ningún libro o web.

Archivo: Leighton in1816.jpg
"1816" (no encontré la fecha en que fue pintado), recordando a los soldados británicos que volvían de luchar contra las tropas napoleónicas en Waterloo, tumba del breve segundo periodo imperial del temible corso.

Y algo más, recordando a John Collier:

Su particular visión de "Lady Godiva".

"Lady Godiva" (1892). No es, desde luego, ni la mejor ni la más interesante o conocida de sus obras, pero hay -creo- un detalle a tener en cuenta. Cuando se busca en internet, en ocasiones aparece el retrato que realizó de la joven y generosa noble medieval John Collier -desnuda y a caballo-, pero se le adjudica a Leighton. Como vi que sí que había pintado una obra con ella -y en este caso, también su marido- de protagonista, pero aquí vestida y en su castillo, pensé que no estaba de más ponerlo aquí, para que se sepa que sí, que ambos pintores la retrataron, pero cada uno a su manera -Leighton no gustaba de desnudos femeninos-, y así se sabe quién es el autor de uno y otro cuadro.

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