"El cazador de las estrellas". (Un relato original).
El problema de dejar hacer un blog a según quién: que a falta de otra cosa, le dé por "publicar" allá sus propios relatos cortos.
Bien, en esta ocasión, no se trata de una entrada sobre un tema determinado -música, cómic, etnografía, o cualquier otra cosa que me pueda venir a la mente; y eso incluye la traducción, o la publicación de un texto ya traducido de antemano, u originalmente en español, de un autor cualquiera, conocido o más o menos anónimo-. No, esto es algo distinto. Ya que, al fin y al cabo, me ha dado por tener la no sé si buena idea de tener blog propio, pensé "¿Por qué no publicar alguno de los relatos cortos que he ido escribiendo durante estos últimos años, y que guardo en mi ordenador o mi memoria extraíble?". Pues de eso se trata.
Se trata de una historia que sería el equivalente, en extensión, a un folio, y, dentro de lo que cabe, se le podría considerar ciencia-ficción. Bien, no tiene sentido tanta introducción para tan poco texto, así que, sin más historias, ahí va:
EL CAZADOR DE LAS ESTRELLAS.
(Antes llamado "Los biologicidas").
(Antes llamado "Los biologicidas").
Pero Morlin no era un ser de este
mundo. Y eso jugaba a su favor. Su traje elástico recubría todo su cuerpo,
excepto la cara, y aunque era extremadamente fino y cómodo, calentaba más y
mejor que el más cálido de los abrigos de pieles. Sus guantes y botas también
resultaban prácticos y pegados al cuerpo, pero le protegían de ventiscas y
temperaturas que solo los animales más adaptados al medio eran capaces de
soportar. En sus manos, el cazador tenía un arma que podríamos considerar una
especie de carabina, más parecida a un fusil de mirilla telescópica usado por
francotiradores que una auténtica escopeta de caza. Evidentemente, para abatir
piezas de caza mayor, no cabía más remedio que utilizar las armas más
mortíferas.
Morlin levantó su fusil, observó por la mirilla,
disparó con la seguridad del cazador experimentado que practica su arte por
placer y no por simple necesidad o defensa propia, y abate, de un solo y
certero disparo, a la enorme bestia que no tuvo tiempo más que de observarlo
con escasa curiosidad.
Al momento de caer mortalmente
herido al suelo aquella enorme montaña de carne y pelo, Morlin escuchó una voz
familiar pero molesta, debido a su irritante costumbre de opinar y, en muchos
casos, de pontificar y querer sentar cátedra, sobre temas que solo conocía
superficialmente o por los que, paradójicamente, no tenía apenas interés.
-¿Es que no te cansas nunca de
cazar? Ya me tienes harta, siempre que hacemos algún viaje interplanetario
durante nuestras vacaciones, tienes que traerme a algún mundo primitivo lleno
de bestias y pasarte el día persiguiéndolas y matándolas.
-Ya está bien, mujer. Siempre
quejándote, pero nunca dándome ninguna alternativa. ¿Qué tiene de malo la caza?
Es un deporte excitante que te permite conocer otros lugares, mundos exóticos y
fauna que ya hace mucho que no existe en nuestro pequeño mundo.
-Ya, no me extraña –exclamó su
mujer-. ¡Como no va a ser así! Todos los hombre del mundo, no importa como
seáis, tenéis la misma obsesión por la caza. Da lo mismo lo que hayamos
avanzado en tecnología, en artes o en la ciencia. Siempre acabáis cogiendo un
arma y disparando al primer pobre animal que veis por ahí. Aunque no me
extraña, al fin y al cabo, casi todos los avances e inventos que disfrutáis son
invenciones o mejoras de las mujeres…
-Aquí hay caza abundante, y no
existe ninguna civilización que nos ponga pegas con leyes proteccionistas. ¿Has
visto lo más parecido a vida inteligente que tienen aquí? ¡Sólo unos bichos
bípedos, sucios y melenudos, que no saben hacer otra cosa que arrancarse piojos
y morderse y atacarse entre sí!
-¡Qué despreciativo eres! ¡Dales
tiempo a evolucionar! Seguro que sus descendientes serán mucho más respetuosos
con la fauna y con la naturaleza de lo que somos nosotros, y pensarán en lo
hermoso que sería tener entre ellos a todos estos animales que estamos ayudando
a extinguirse. Me gustaría verlos de aquí a unas docenas de generaciones, y
seguro que podrían darnos lecciones de protección del medio ambiente. ¡Con
razón nos llaman los biologicidas, los destructores! ¡Qué espanto se llevarían
los habitantes de este mundo en el futuro si llegaran a conocernos!
La presa en cuestión. Lástima que ciertos "amigos de las actividades cinegéticas" nos dejaran sin él.
Otro día, más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario