domingo, 14 de octubre de 2012

Acquanetta, la exótica mujer-monstruo de la serie-B de los cuarenta.

La primera -que no la última- de esas damas del cine de bajo presupuesto de las que ya, por lo visto, no se acuerda nadie. O casi nadie, como se puede ver aquí.


Bien, en esta ocasión, no estoy muy por la labor en extenderme demasiado en un tema un poco sesudo, llamémoslo así. Por tanto, me monto aquí una entradita con una señora que he ido conociendo navegando por internet, y viendo en el YouTube, -supongo que ahora, con el Torrent, también me bajaré algo, pero no estoy muy por la labor; estoy un poco perezoso, con los programas nuevos-. Se trata de un curioso personaje femenino del cine de serie B de los años 40 y 50. En mente para una próxima entrada, una especie de outsider del cine alternativo -o directamente trash- de los 70. Con ustedes, Acquanetta (o Aquanetta, que también así se le conocía) la mujer de la selva, y en la próxima ocasión, Tura Satana, la salvaje de la carretera, antes de que el bueno de Mad Max tuviera que verse con una legión de ellos en su primera peli, allá en la lejana Australia.


La reina de la selva que fue la primera actriz nativa norteamericana de cierto renombre.

Acquanetta, nacida Burnu Acquanetta -o eso se supone, pues su "nombre blanco de cara a la sociedad" era Mildred Davenport- nunca dejó demasiado claro de donde venía. Realmente, es posible que, ante lo poco que quizá le explicaran de niña sobre su familia biológica, la dificultad para desenredar la madeja por sí misma, y la conveniencia -o el misterio que representaba- el que nadie supiera realmente quién o qué era, ni ella misma supiera realmente cual era su origen racial. Y eso, en los Estados Unidos de los años cuarenta y cincuenta -y sólo hablo de la época en que tuvo cierto renombre en el cine, no en su infancia o adolescencia- no dejaba de ser algo importante, y que se tenía, socialmente hablando, gran importancia. Una importancia excesiva, pero eran otros tiempos, y había lo que había. Lo que sí sabemos, es que olvidó pronto su "nombre blanco", proveniente de la segunda familia que la acogió -y que, al contrario que la primera, la adoptó y le dio su apellido-, llevando el supuestamente amerindio de Burnu Acquanetta, a pesar de que tan curioso apellido, más que indio, parezca italiano -y un tanto de opereta, o poco creíble, ciertamente-.
Nuestra heroína en cuestión, llegó a este mundo en el estado de Wyoming, que es como decir la Norteamérica más profunda, en el año 1921. Era este un territorio, en aquella época casi despoblado -lo sigue siendo, hoy en día-, sin ciudades, sin "alta cultura", como se dice a veces. Incluso, sin una vida cultural más "popular", pero suficiente para buscarse la vida. Ni tampoco donde estudiar carrera, o trabajar en otra cosa que no fuera, básicamente, la ganadería o la agricultura. Era, todavía en la actualidad, el auténtico lejano Oeste. No porque sea un territorio más violento, o más intolerante que otros, esto también habría que tenerlo en cuenta, pero sí, para el que tuviera ciertas ínfulas de artista, para quién soñara con llegar a ser famoso, fuera en cine, música, deporte, o bien en ciencia, empresa o desarrollando cualquier profesión considerada urbana, nacer allá era como hacerlo en medio de la nada más absoluta.
Acquanetta contó en alguna ocasión -o contaron los que creían conocerla- que ella era hija de una pareja de nativos arapahoes, si bien su padre, muy probablemente, tenía sangre inglesa -o más bien, angloamericana- y francesa. Esto era debido a que, realmente, la mezcla racial entre nativos y blancos -sobretodo, tramperos, aventureros, colonos que vivían casi aislados de la civilización occidental, trabajadores de ranchos donde abundaban los hombres pero donde apenas había mujeres-, eran algo más común de lo que la historiografía norteamericana nos ha llegado a contar. Si uno repasa la historia de muchos personajes del Oeste del siglo XIX -y no sólo hablo de atracadores o cuatreros, sino también de soldados, colonos, cazadores, etc-, la mezcla entre blancos -casi siempre hombres, pero no en todas las ocasiones- con mujeres indias, mexicanas o, incluso, negras o mulatas -aunque aquí raramente había matrimonio, ni relaciones demasiado largas-, eran mucho más comunes de lo que se podría pensar. Por tanto, muchos individuos, incluyendo una zona donde nativos y blancos cruzaban sus caminos muy a menudo, y no sólo en enfrentamientos armados -y menos, bien entrado ya el siglo XX-, tenían un origen étnico más mezclado de lo que se podría imaginar. La mayoría de los actuales nativos y esquimales de Estados Unidos -tal vez, unos dos tercios, o incluso más- son mestizos, tienen origen europeo, mexicano o, incluso, negro. Pero también millones de blancos -hasta seis, o más-, y negros -más de un millón- tienen algo de sangre amerindia autóctona, no latinoamericana. Pero eso es otra historia. Lo que si es cierto, es que, en aquella época, era normal que una nativa, si tenía la piel clara, hablaba inglés como lengua materna, y tenía una cultura y unos gustos occidentales, pasara por blanca o, al menos, por mestiza "blanqueada". La joven Acquanetta, que probablemente era nativa en sus 3/4 partes, fue adoptada de muy niña por una familia de artistas de origen europeo -después de otra familia de acogida, cuando ella contaba dos años de edad-, y heredó su apellido. Sobre otras historias que ella contaba, como que descendía de un hijo bastardo de un rey británico, no deja de ser, básicamente, leyenda, como resulta poco creíble -aunque no imposible- que tuviera orígenes africanos. Todo un misterio, en definitiva.

Una foto con su ¿segundo? marido, el pintor e ilustrador Henry Cline.

Por saber, ni tan siquiera se sabe realmente si nació en la ciudad de Cheyenne -de ahí, posiblemente, que se supusiera que pertenecía a dicha tribu india- o en ozono, también en el mismo estado.
Lo que si es cierto, es que a los quince años decidió volar sola, y tras estudiar en una escuela de Pennsylvania, en la otra punta del país -en una escuela de población negra, pero eso se pudo deber, simplemente, a que ella fuera considerada "de color", y eso incluyera no sólo la raza negra, sino también la muy minoritaria, allá, amerindia-, marchó a Nueva York, meta de los que ambicionaban triunfar en el mundo del espectáculo, y trabajó de modelo para, en 1942, con veintiún años, pasar a formar parte de la nómina de los estudios de la Universal. De esta época de su vida, poco se sabe. Modelo, significaba trabajar lo mismo para fotógrafos, como modelo de desfiles -en aquella época, más bien, para tiendas o talleres de costura que necesitaba modelos de carne y hueso, no simples maniquís, de ahí que a veces recibieras dichas jóvenes ese apodo- o para artistas. Ella también reconoció sin ambajes, por no considerarlo algo malo, que trabajó como "chica de compañía". Lo que no significa, en absoluto, que ejerciera de prostituta. La mayoría de estas "buenas compañías", básicamente acompañaban a hombres de status alto o medio-alto a fiestas, cenas, etc. Y se pagaba muy bien. Que luego, cada una intentara sacarse un extra, era harina de otro costal. Acquanetta dijo claro que no lo hizo porque, realmente, no le hacía falta. Con ese trabajo, y de modelo, se sacaba más que muchas jóvenes oficinistas u obreras, y mucho más que lo que habría ganado, con cualquier trabajo, en el todavía exótico y duro Oeste.
Un agente de prensa de los estudios inventó para ella -o fue ella misma, quién le animó a hacerlo- la historia de que era venezolana. O sea, latina, como si existiera la raza latina propiamente dicha. Es posible que eso significara tener unos orígenes, básicamente, españoles, aunque, siendo de América del Sur, el origen mestizo se sobreentendía -como si no hubiera allá población que, más o menos claramente, fuera blanca, negra o amerindia-. Pero, claro está, eso molestó a las actrices autenticamente latinas -como Carmen Miranda-, que no acababan de entender -más que enfado, se podría decir que sintieron extrañeza- el por qué una joven nacida en Estados Unidos, protestante y que sólo hablaba inglés, se sacaba de la manga el haber nacido en un país hispano, a pesar de no ser capaz de decir ni palabra en español.
Esto último, por cierto, no fue siempre así. Cuando ya había hecho las dos películas en que hacía de mujer-simio, viajó a México, e intentó, infructuosamente, romper con los estudios de la Universal, para así poder relanzar su carrera al sur del río Grande, y si podía ser, desde allá, marchar a Europa.

Una imagen suya en "Tarzán y la mujer-leopardo".

En 1942 hizo prácticamente de extra -no salía ni en los títulos, y apenas hablaba- en "Las mil y una noches"   -donde, más por mala suerte que otra cosa, no consiguió el papel principal, que ya tenía en su mano María Montez, quedando finalmente como personaje más que secundario, en el harén del sultán-, a partir de la obra clásica de la literatura árabe -versión libre hollywoodiense-, para al año siguiente, tener un pequeño papel en "Ritmo de las islas". Pero fue en ese mismo 1943 cuando sería la auténtica protagonista de uno de sus éxitos: "Captive wild woman"; "La mujer salvaje cautiva".
La historia de la película tiene miga: el doctor Walter -John Carradine, uno de los muchos miembros de dicha saga de actores-, profesor loco peligroso y solitario -parece mentira, la de experimentos que esos tipos eran capaces de realizar en un cuartucho de su casa transformado en laboratorio- desea crear una raza de super-hombres. Para ello, decide comprar un simio hembra, y, como si tal cosa, utiliza tejidos -¿células? ¿genes?; tal vez sería adelantarse un poco a los tiempos- de una joven, Dorothy Colman, a la que su hermana ha llevado a la consulta de dicho doctor -porque también es médico, para ganarse la vida, y la pasta para sus experimentos- para inyectarlos -con jeringuilla, como si nada- a la bestia. Así, consigue que el simio se transforme en una joven exótica, muda y sin memoria; aparentemente, humana por fuera, pero bestia por dentro. Pero como el profesor piensa que esa "nueva mujer" necesita cerebro humano, no tiene problemas en asesinar a su enfermera para utilizar el suyo. Así, le pone el nombre de Paula Dupree, que es por el que será conocida. Tras varias vicisitudes -sólo he visto a medias la peli, así que tampoco es cuestión de contarla entera-, llega a un circo, donde salva de una fiera al domador, del que se enamora -al fin y al cabo, a pesar de su origen animal, no deja de ser una mujer-, pero al conocer a la novia de éste, que resulta ser la Dorothy de marras de la que heredó su parte humana -aunque, físicamente, no es que se parezcan demasiado-, intentará matarla, pues, de la rabia, cual Ms. Hyde femenina, se vuelve a transformar en simio, para matar por accidente a otra mujer que se encontraba en mal momento en el apartamento de la joven.
En pocas palabras más, y para acabar con un "happy-end", el domador y su novia siguen bien felices, el profesor loco que jugaba a ser Dios -imperdonable en tan cristiano país como en norteamericano- acaba pagando como se merece, y la mujer-simio/Paula Dupree, muriendo para defender a su inalcanzable objeto del deseo -el domador de marras, que se luce enfrentándose, él solo, a una horda de felinos con muy malas pulgas-. Pero realmente, ¿ha muerto la mujer salvaje?


El cartel de "La mujer salvaje cautiva", uno de los éxitos de Acquanetta.


La simio, transformada ya en mujer misteriosa, sin pasado ni memoria.

Después de "La mujer...", en 1944, Acquanetta realizó una segunda parte -las secuelas, en aquella época, no eran tan comunes, pero tampoco una auténtica rareza; realmente, la intención de la productora era hacer una trilogía con un nuevo "personaje-monstruo", que haría compañía a Drácula, la Momia y compañía-: "Jungle woman" -"La mujer de la jungla"-, y como no podía ser menos, volvía a interpretar su papel de mujer-simio/Paula Dupree. Aunque de selva, más bien poca, pues la historia transcurre en la Norteamérica de la época. Aquí aparece otro profesor, aunque éste, ni está tan loco como el de la película anterior, ni es realmente malvado -tal vez, tampoco el creador de Paula, según se mire-. Como era de suponer, la mujer-simio no muere en "La mujer...", sino que el protagonista real de la película, el doctor Fletcher -al principio de la película, podemos verlo acusado de un supuesto homicidio, el de Paula-, se la lleva a un sanatorio, donde descubrirá el increíble hecho de que el extraño simio se ha transformado en una mujer. Ésta revivirá, podrá hablar y razonar de una forma mucho más "humana" que en la película anterior -donde ni tan siquiera habla, lo que hizo que muchos críticos la atacaran, argumentando que no era ni tan siquiera una auténtica actriz, porque ni de hablar era capaz-, y que, en principio, no parece dar problemas, hasta que se enamora de Bob, el novio de la hija del doctor. Y como pasó con el domador, a Paula se le despierta la líbido de una forma bien salvaje -el simio, en el cine o la literatura pulp de la época, era la representación de la parte más primitiva y animal del ser humano; en el caso de la mujer, de sus instintos sexuales-, no piensa más que en hacerse con él, y de quitarse de enmedio a la novia, el futuro suegro, y quien haga falta, transformada temporalmente, de nuevo, en simio. Resumiendo, nuestra pobre amiga, obsesionada y fuera de control, acaba muerta. Pero el doctor Fletcher es acusado de haberla asesinado, a saber por qué oscuras razones     -celos y demás; o simplemente, por ser un psicópata-, hasta que, en una visita a la morgue, descubrirán a Paula en semi-transformación: con parte del cuerpo de mujer, y parte de mono, demostrando que la increíble historia del doctor no era invención, lo que significa que se le declare inocente del supuesto crimen.
Ese mismo año, participaría, aunque en un papel  secundario -pero importante, pues es la ayudante que deja ciego al protagonista- en el thriller "Los ojos del hombre muerto", protagonizada por Lon Chaney -un artista que se había quedado ciego por culpa de los celos de un ayudante, y que había conseguido la promesa de futuro suegro de que éste le pagaría una cara operación para recuperar la vista... cuando muriera; y al poco, el rico, pero un tanto puñetero millonario, es asesinado en extrañas circunstancias, lo que hace que el protagonista sea sospechoso de haber perpetrado el crimen-.


El cartel promocional de "La mujer de la jungla".


Es en este momento que empieza, a pesar de que le esperaba participar en una de las más interesantes, y menos conocidas, películas de la saga de Tarzán, cuando llega al principio del fin de su, lamentablemente, corta carrera artística. La Universal quería realizar, como ya se ha dicho, una trilogía de su nuevo monstruo, la mujer-simio, pero a falta de guiones, decidieron que fuera protagonista de una película de terror con temática y personaje principal distinto: Acquanetta sería algo así como la versión femenina y americana de la Momia. Sólo que aquí, no habría vendas que valgan. Nuestra carismática amiga sería Ananka, la princesa maya que, después de tres milenios de sueño, resucitaría para encontrarse -casualidades de la vida- a un arqueólogo -norteamericano, evidentemente- de quién se enamoraría. Pero a principios del rodaje, tendría un extraño accidente que nunca quedaría claro, y que hizo que fuera sustituida por Ramsay Ames. Ella dijo que fue un error -o un acto de mala fe- de trabajadores no sindicados -y por tanto, explotados, y con ganas de protestar o de realizar cualquier acto que fastidiara a la todopoderosa productora- que cambiaron las rocas de cartón-piedra por otras de verdad, y que, al tropezar, se dio de cabeza con una de ellas, lo que significó ser trasladada a un hospital, sufrir una conmoción breve que duró más de lo debido -o eso le dijeron- y, finalmente, su sustitución y casi olvido por la Universal. El director, en cambio, simplemente dijo que la culpa fue suya, porque era demasiado torpe, o no tenía la cabeza en lo que estaba haciendo. En resumidas cuentas: falta de profesionalidad. Es la crítica que siempre le hicieron: mala actriz, que en su primera película de monstruo no hablaba porque era incapaz de hacerse entender, que no tenía estudios o conocimientos teóricos de interpretación... y eso, a la larga, hicieron que se le olvidara, pero que, al tiempo, su productora se lo pusiera extremadamente difícil para trabajar para otras, fuera en Estados Unidos o, como ella intentó después, en México o Europa.

Acquanetta mientras rodaba "El fantasma de la momia", en 1944.

A partir de ahí, poco más hizo Acquanetta, excepto un papel importante, como antagonista de Tarzán -el clásico, Weissmuller, aunque ésta no es una de sus películas más conocidas, y raramente se le ha visto en televisión-: "Tarzán y la mujer leopardo", de 1946. Aquí, la actriz es la mujer-leopardo -otra vez, una mujer fiera como una bestia salvaje, tan salvaje como su atractivo, y más, para la época-, una especie de hechicera, y líder de los hombres-leopardo, que eliminan a los occidentales que tienen la mala costumbre de meterse donde no les llaman, en la zona alrededor del río Zambeze -más o menos entre Mozambique, Zambia y Malawi, aunque sin precisar nunca; el nombre era lo de menos, mientras sonara africano-. El bueno de Tarzán, para salvar a Jane, también acaba por allá, y no tarda en caer en las garras -nunca mejor dicho- de tan felina mujer, que, para ser supuestamente africana, no lo parece tanto, aunque nunca queda muy claro ni de donde viene ella, ni su gente.
Poco más a añadir -al contrario que las otras dos, de esta película no he podido ver todavía nada-, excepto que a Tarzán, por esta vez, su enemiga le acaba robando no poco protagonismo.
Y después, casi nada. Hasta 1951, ya no realizó ningún film, y, en ningún caso, como protagonista o co-protagonista. En ese año participó en tres películas: "El continente perdido", con César Romero -un film sobre dinosaurios, adaptación no reconocida del "Mundo Perdido" de Conan Doyle, pero en pobre, y rodado en 11 días, donde hace, como no, de nativa (aparentando menos edad de la que tenía en ese momento; ya contaba con 30 años); una nueva versión del "Conde de Montecristo" -también secundaria, aunque con un papel con más empaque-; y la comedia, ya olvidada, Callaway went to Thataway, donde también hacía de chica nativa -en este caso, amerindia; la única vez en que ella, que se le presentaba como venezolana y latina, hacía de sí misma, de norteamericana nativa-. Este último papel fue tan insignificante, que ni tan siquiera salía en los títulos de crédito. Lo mismo le sucedió en un papel todavía más corto en una película del 53, sobre la guerra de Corea.
Hasta 1990, donde participaría en una película sobre el legendario personaje real de Grizzly Adams, uno de esos auténticos "hombres salvajes" que vivían en las grandes llanuras y en las Montañas Rocosas del siglo XIX, como cazadores y tramperos, a veces enfrentados a los indios, en no pocas ocasiones amigos suyos, casi siempre respetándose unos a otros, y en no pocas ocasiones emparejándose y teniendo hijos con mujeres nativas, no se le volvió a ver en la gran pantalla. En este caso, sí que pudo tener un papel de india mucho más realista, del que se pudiera sentir realmente orgullosa. Pero ya no vino nada más.


El cartel de "Tarzán y la mujer-leopardo".

Sin embargo, eso no significa que Acquanetta se quedara quieta. Se casó tres veces, o eso contaba ella. La primera, supuestamente, en los años 40 -nunca se supo exactamente cuando, si así fue-, con el millonario mexicano Luciano Baschuc, que siempre argumentó que tal boda nunca tuvo lugar -Acquanetta hasta lo llevó a juicio, pero lo perdió-. De este matrimonio, o relación, nació un hijo, Sergio, que murió en 1952 a los cinco años de edad. El segundo, fue con el pintor e ilustrador Henry Cline. Fue su sexta esposa, contando él 71 años y ella 26. Ella había sido su modelo en varias ocasiones, y después de trasladarse a México, se casaron en 1951, y divorciándose al año siguiente. A pesar de lo corto de la duración, Cline siempre dijo que ninguna mujer le había marcado como ella.
El tercero, con el que convivió durante casi 30 años -del 53 al 1980, cuando finalmente se divorciaron, con esa facilidad con la que se divorcian, igual que se casan, tantos norteamericanos, fue Jack Ross. Éste no era millonario, ni conocido. Se conocieron cuando Acquanetta era locutora de radio, en la emisora KPOL de Los Ángeles -un programa musical, pero también deportivo y noticiario-, y, al poco, se casaron y se mudaron a la pequeña ciudad de Mesa, en la vecina Arizona. Allá regentarían durante años un negocio de venta de coches, y la pareja empezó a hacer anuncios publicitarios en la emisora de televisión local. Pero Acquanetta era demasiado buena -o inconformista- para hacer simples anuncios, así que empezó a hacer entrevistas, hablar de cine, televisión, noticias de la ciudad y el estado... y así, durante diez años, cinco días a la semana. La publicidad, finalmente, no fue más que unos pocos minutos en un programa que duraba, normalmente, una hora y media. No poca gente empezó a conocerla, realmente, gracias a la televisión, y los que la conocieron en persona, siempre dijeron que era muy sencilla y amable, y que nunca se avergonzó de su nuevo trabajo, más bien al contrario. "Algo tendré que hacer, para mantener a nuestros hijos", les decía, pues Ross y ella tuvieron cuatro.

Acquanetta en sus tiempos más gloriosos, como sex-simbol exótica -y venezolana "de pega".

Además, escribió un libro de poesía, "El silencio audible", además de la participación, como se ha dicho antes, en el telefilme sobre la leyenda de Grizzly Adams, más por gusto que por dinero.
Finalmente, murió en el 2004, a los 83 años, y después de haber sufrido durante años el mal de Alzheimer, aunque su muerte pasó casi desapercibida, pues hacía ya mucho que había sido olvidada por muchos, o bien, nunca llegó a ser bien conocida, al ser su fama bastante efímera, y en una época tan lejana como los años cuarenta. Mucha gente, hoy en día, casi no recuerda cuando el cine era en blanco y negro, y los efectos especiales no se podían realizar con ayuda de la informática, porque ni ordenadores -experimentales e inmensos- había todavía. Pero al menos, hoy en día contamos con internet. Y allá, se puede encontrar casi de todo.

En este caso, no he puesto ningún enlace. No se tratan, las suyas, de cortometrajes, pero tampoco de películas extremadamente largas. Las dos donde encarna a la mujer-simio, apenas son de una hora, y el resto de hora y media. Que yo sepa, nunca se tradujeron las dos primeras al español, ni tampoco logré encontrarlas subtituladas al castellano, sólo al inglés. Así, si uno no es capaz de comprender el inglés hablado, como es mi caso -lo aprendí por mi cuenta-, sí podría, al menos, leer los subtitulos.

Y ahora la pregunta: ¿Y PARA CUÁNDO TURA SATANA? Bien, cuando uno se alarga -porque, en principio, iban las dos en pack-, pasa lo que pasa. Tura Satana, en el próximo capítulo de "olvidadas del cine comercial" . En la próxima entrada, la segunda parte del cine francés de CF.

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