martes, 30 de octubre de 2012

Tura Satana, la tipa dura de la serie Z.

Buena o mala actriz, siempre fiel a sí misma, a uno y otro lado de la cámara.


En esta segunda parte de actrices poco o nada conocida por estos lares -o sea, mi país-, y no mucho más, fuera de los Estados Unidos -pues de norteamericanas se trata, aunque tengan un origen muy poco WASP, o anglosajón-, le toca el turno a Tura Satana. Apellido, este último, que correspondería a un marido con el que nuestra protagonista apenas estuvo casada un año, pero que no sólo heredó -con esa extraña costumbre, no sólo anglo, sino casi mundial, por la cual, cuando una mujer se casa, pierde su apellido, y, cuando decide divorciarse, sigue con el apellido del ex-marido, a no ser que mueva papeles para cambiárselo-, sino que adoptó como nombre artístico, con el que ha, tras su fallecimiento en 2011, ha pasado a la leyenda del cine trash, y de la cultura pop pura y dura.


La historia de una "woman-made-herself"; oséase, a sí misma. La niña mestiza.

Aquí nuestra amiga, Satana fue todo un personaje, tanto a uno como al otro lado de las cámaras. En realidad, teniendo en cuenta que sólo fue protagonista -o co-protagonista- en tres películas, todas ellas del ámbito, digamos, alternativo -también tildado, como "serie Z", cine trash, minoritario, de bajo presupuesto y delirante guión, etc.-, no deja de ser curioso, y asombroso, que alguien con un bagaje cinematográfico tan escaso -ya no digamos si era buena o mala actriz; en este mundo, como en otros, el voluntarismo y la personalidad son casi tan importantes como el nivel interpretativo, por importante que este sea; y lo es- haya llegado a tener, al menos en sus natales Estados Unidos -aunque ella naciera en Japón- una fama, y una considerable cantidad de fans, muchos años después de que decidiera retirarse del cine de forma tan definitiva como nunca aclarada.
Tura, nació en Hokkaido, en el extremo norte de Japón, en 1938. Hija, a su vez, de un actor de teatro y vodevil, o humorista -lo que hiciera falta, con tal de mantener a la familia- medio japonés y medio filipino -es de suponer que el padre de aquel hombre, probablemente también actor itinerante, conociera a su esposa, y abuela de Tura, actuando en las Filipinas- y de una nativa norteamericana con algo de sangre escocesa-irlandesa. Después de -para un nipón-, contraer matrimonio con tan curiosa y exótica esposa, decidió instalarse con ella en Norteamérica, donde tuvo familia numerosa, entre ellos a Tura, y a la hermana pequeña de ésta, que como ella, hizo una pequeña fortuna en el mundo de los clubs de strippers.


Una mina para los ilustradores.

Como espía imposible, en "Astro-zombies".

Pero la niña Tura Luna Pascual Yamaguchi no tendría mucha suerte en la vida. Su familia vivía en un barrio obrero de clase baja de Chicago, poblado por la inmigración europea de la época: italianos, judíos y polacos. Pero al entrar Estados Unidos en la II Guerra Mundial, toda la familia fue a parar a un campo de concentración -no confundir con los de exterminio de los nazis; nada que ver en absoluto, aunque no dejaba de ser una medida racista, tampoco era comparable con el monstruoso racismo nazi-, donde se recluyó a toda la población nipona norteamericana. Después de salir de allá, se instalaron en el Manzanar, en California, el estado donde se encontraba el campo de concentración, donde empezó a estudiar en un colegio con mayoría de alumnado negro, y donde, a pesar de destacar en atletismo -la mejor del instituto-, eso no le impidió que sus compañeras negras la tomaran con ella por su condición de mestizo-asiática. Y como en su casa, más que comprensión, recibía también palos por llegar con la ropa hecha una pena cada dos por tres, acabó devolviendo golpe por golpe, y hacerse respetar -y hasta temer- por sus insoportables compañeras. Esto, sin embargo, no fue lo peor para ella. Cuando parecía que su vida escolar iba a ser algo más llevadera, sufrió la violación de una pandilla de salvajes, blancos, y al ser uno de ellos sobrino del policía encargado de investigar lo sucedido, no sólo éstos salieron libres de todo cargo, sino que, incluso, ella acabó en un internado de delincuentes menores de edad por, según la "justicia", incitarlos a cometer un delito que, de haberse ella comportado como una mujer decente, en ningún momento habrían ni pensado en cometer. Estamos hablando de una niña de diez años,  y sí, todavía hay tarados que hablan de "ella me incitó, me obligó, visten como guarras..." y un largo etc, pero es que, además, todo esto ocurrió a finales de los años 40 y, en aquella época, todo lo que vino luego, empezando por la lucha de la comunidad negra -y después de ellos, de otras muchas minorías, incluyendo muchos blancos liberales que antes poco se había hecho oír- no era más que política-ficción. En aquellos tiempos, por mucho que el cine o la literatura de la época apenas lo refleje, el racismo en Norteamérica era, realmente, algo terrible.
De aquella experiencia, Tura, que ya se sabía defender, sacó una experiencia en la vida de las que marcan. O  te sabes defender y plantar cara, o te aplastan. Y a ella, nada pudo aplastarla. Después de tres años, por lo menos, tuvo la suerte de que una jueza, apellidada Hess, creyera su historia, y decidiera no sólo ayudarla a salir de allá, sino también a pagarle clases de danza y canto. Cantar, lo que es cantar, no es que cantara mucho. Pero bailar... eso era otra historia. Y ahí va.


La reina del escenario.

Con quince años, Tura empieza a sacar partido a su belleza salvaje y exótica. Después de poner fin a un breve matrimonio pactado -de donde heredaría el apellido de "Satana", de las Filipinas- se hace primero un hueco, después un nombre, y finalmente una pequeña leyenda en el mundo de los clubs de strippers de Nueva Orleans, ciudad golfa como pocas, aprovechando en no pocas ocasiones sus orígenes exóticos -conocida como "La perla oriental", "La señoríta belleza de Japón", etc .

En su papel de stripper, donde, años después, también se haría un nombre su hermana pequeña.

Pasados pocos años, y con una pequeña fortuna -para alguien que siempre vivió en la pobreza, o casi-, y una fama de ninfómana de aúpa -rollito con un joven Elvis Presley incluido-, se retira, muy probablemente de forma temporal, por aquello de probar nuevas alternativas laborales, e intenta hacerse un sitio en el mundo del cine. Su primer papel será en un clásico de la comedia, "Irma la dulce" (1963), pero será muy pequeño, casi anecdótico: una compañera prostituta de la protagonista que, más o menos, pasaba por ahí, cuando no acababa en el furgón de la policía.

En su breve papel en "Irma la dulce".

Pero a veces, en la vida uno se encuentra oportunidades, y Tura encontró la suya con un personaje que ya es leyenda del cine alternativo-serie Z-trash, o como se quiera llamar: el emperador de las salas grindhouse, el señor del porno soft -las famosas nudies, más eróticas que pornográficas, llenas de peleas, humor zafio y vixens, o sea, tetas, muchas tetas, así como suenan; este hombre no era un poeta fílmico, sino más bien un calenturiento obrero del cine modesto; cada uno lo suyo-, el descubridor de actirces, o pseudo-actrices, de enormes pechos y posturas imposibles. Con ustedes, Russ Meyer, que por sí solo, ya merece entrada aparte. Ya veremos, tiempo al tiempo.
Meyer filmaría con ella, en 1966, la legendaria y delirante "Faster, Pussycat! Kill! Kill!" -¿traducción aproximada?: "¡Rápido, zorra! ¡Mata! ¡Mata!"-, con las ahora olvidadas -o desconocidas- Haji y Lori Williams, donde forman un trío de sádicas y excitadas guerreras de la carretera, que lo mismo torturan a una romántica pareja y secuestran a la chica -el lesbianismo, en aquella época, era tabú; y los tabúes siempre resultan más morbosos- como se enfrentan a ese otro elemento tan presente en el cine de terror, acción o misterio: la extraña, primitiva y salvaje familia que vive aislada del mundo, dedicándose mejor no saber a qué, y que resultan un oscuro peligro para cualquiera que tenga la mala idea de encontrarse con ellos. La música, los coches, la presentación -sobretodo, el trailer, donde Meyer hace, no apología de la violencia, como se podría pensar, sino dar cierta explicación o prólogo a la película que, sin duda, deseamos ver; y más, después de escucharle -"La violencia es inolvidable"- y de ver a las tres protagonistas bailando en un sucio tugurio, del que apenas sabemos, por estar ellas rodeadas de oscuridad, excepto cuando oímos ladrar a algunos de sus salidos clientes-admiradores-. Varla, la luchadora vestida de negro, la karateka -Tura era cinturón negro-, la reina de la carretera, la mujer sensual y sexualmente malvada, imposible de conquistar, indomable y misteriosa, quedará aquí como uno de esos personajes del cine de bajo presupuesto pero que, décadas después, al menos en el mundo anglosajón, sigue siendo recordado por mucha más gente de lo que podamos imaginar -y no sólo hombres, como equivocadamente se cree; Meyer fue capaz de atraer a multitud de mujeres jóvenes para ver sus películas, que no eran precisamente románticas. En eso, también fue rompedor.
Y para hacerse una idea, aquí, un enlace con uno de los trailers de la época:



El trío protagonista. La influencia en el "Death proof" de Tarantino salta a la vista, aunque aquí, las malas sobre ruedas son ellas.

La tigresa en acción.

Sin embargo, Satana no quiso encasillarse, dejando a Meyer -a pesar del enorme beneficio que su unión había conseguido, y que habría sido mayor, de seguir juntos; y a pesar también, de lo "comprensivo" que fue con una actriz que le exigía poder tener sexo todas las noches, aunque él prefería que sus actrices se mantuvieran lejos de la carne mientras rodaban, para que esa falta de desahogo se notara más en las escenas de acción. Por cierto, que todos los cámaras y técnicos se ofrecieron voluntarios para saciar a la leona oriental-. El cambio será para marchar con otro director, quizá todavía menos conocido, pero igualmente obsesionado con las mujeres: Ted V. Mikels. Con él, rodaría dos películas, después de un breve papel en "Our man Flint" -el Flint en cuestión, era una parodia exagerada y sin demasiada gracia del James Bond interpretado por el genial Sean Connery-. Una, sería "The Astro-zombies", de 1968. La otra, "The doll squad", en 1973, -más o menos, "El escuadrón de las muñecas".

El cartel de la película. La rubia de la imagen, aparece y desaparece sin sentido alguno.

No se trataba, en absoluto, de grandes producciones. La primera, los astro-zombies, no deja de ser una película de terror gore -no tanto, quizá, como se podría pensar, teniendo en cuenta la época, pero gore igualmente- con un psicópata que quiere conseguir un super-hombre a base de los pedazos de las víctimas inocentes que va matando aquí y allá. Historia delirante -la película es mala con ganas- donde Satana hace más o menos lo que puede, sabiendo que aquello tal vez sea divertido de ver, pero por lo malo que es, interpretando -o lo que sea- a la líder de un grupo de espías cubanos y rusos -o no; ella a veces tiene acento ruso, a veces caribeño, o español; está claro que el guión es lo de menos-, que con unos agentes federales norteamericanos, decide detener al doctor en cuestión, y su ayudante -una especie de moderno Igor-, con imágenes ta ridículas como una chica de origen desconocido -nadie sabe quién es, ni que hace allá- que aparece atada a lo que parece una mesa de operaciones. El doctor loco llama al ayudante, este la deja allí atada, viva y preguntándose qué demonios hace allá... y ya no se vuelve a saber más de ella, ni aparece en ningún momento. Estas pelis, realmente, son aún peores que las de Meyer, que al menos tenía gracia, imaginación, disfrutaba presentándonos personajes femeninos alternativos -y con grandes pechos, eso sí; el buen hombre estaba obsesionado con ello-. Pero Mikels, básicamente, hacía pelis de terror con lo que pillaba sin intentar, siquiera, que tuvieran un mínimo de ritmo -el filme es lentísimo-, gracia o sentido. En realidad, la gracia está en reírse de la película y su director, no con él.

Una secuencia de la bizarra y chapucera "Astro-zombies".

La segunda, tiene de original, al menos, el presentar un grupo de jóvenes agentes femeninas que luchan contra el mal, y que tienen como jefe a un individuo que nunca veremos en persona, y que se comunica con ellas por radio o teléfono. El parecido con "Los ángeles de Charlie" -aunque aquí sólo es un trío, y menos dado al tiroteo- es evidente, pero, en este caso, no fue la película mala la que copió, sino la que fue copiada.
No creo que valga mucho la pena extenderse en la historia, donde Satana tiene un papel secundario en un plantel, digamos, coral, pues son muchas sus compañeras, en general bastante torpes, empezando por su líder -sería evidente que hubiera sido ella, que al menos tenía mucho más carisma que el resto, aparte de enseñar más carne, sin que viniera muy a cuento-: otro tipo loco intenta extender la peste bubónica por el mundo, y Satana -Lavelle- y compañía intentan entrar en el cuartel general del zumbado en cuestión, eliminar a sus hombres, destruir las instalaciones, y poco más. Y aquí hay de todo: unas super-agentes que parecen bastante torpes, unos malvados más torpes todavía, un vodka que hace estallar a quién lo toma, explosiones de risa -sólo una es pirotecnia real, pero tomada la imagen tan de lejos, que ni se sabe qué es lo que salta por los aires-. Ideal para ver si no tienes nada mejor que ver, pero que no espere nadie una joya olvidada.


El cartel de la película "The doll squad". Probablemente, lo mejor del film.

Después de esto, Satana decide, nunca se supo realmente el por qué, retirarse del cine. Se habla de que trabajó de enfermera, telefonista, etc., mientras compartía su vida con su segundo marido, del que se divorciaría en el 2000. Su vida de persona anónima sólo sería interrumpida por algunas apariciones públicas, en actos, homenajes, salones y festivales de cine independiente, tan comunes en Estados Unidos, donde seguramente se sorprendería que, años después, todavía tanta gente la recordara, a pesar de haber tenido una filmografía tan limitada, por cantidad y calidad. Eso, y que hubiera gente de generaciones posteriores, demasiado jóvenes para haberla visto en las salas de cine -excepto en re-estrenos o reposiciones- en sus mejores tiempos.
Satana cambió mucho físicamente en sus últimos años -engordó muchísimo, perdiendo aquella figura de aguerrida pandillera, o de mujer hermosamente terrible-, no concedió extensas entrevistas, ni aclaró puntos poco claros de su biografía -incluyendo la extraña historia de un accidente de automóvil, donde, según ella, vio la imagen de un niño indio, como su madre, que le dio fuerzas para salvar a todos sus acompañantes-, y murió muy recientemente, en el pasado 2011. Y aunque ningún noticiario, ni de su país ni de ningún otro, lo destacara, en internet, y en revistas dedicadas a la cultura pop, no fueron pocos los que se hicieron eco de ello.

Con algunos de sus fieles seguidores.

Cabe preguntarse qué habría sido de esta mujer si hubiera nacido, pongamos el caso, unos treinta años más tarde. Sin duda, habría podido ser una de las musas de -fácil es, pensar en él-, por ejemplo, un Tarantino. Recordar que este, entre otras cosas, dignificador de la cultura popular, no sólo recuperaba viejas glorias, sino que también, lo mismo trabajaba con estrellas con ganas de algo nuevo, como descubría nuevos valores, o sacaba a la luz a geniales personajes que habían pasado injustamente desapercibidos.
Y quién dice Tarantino, otros muchos. Satana nunca ganó demasiado dinero en el cine. No es sólo que hiciera pocas películas, es que tampoco eran grandes producciones, ni sus directores eran famosos, más allá del circuito independiente, o del cine de derribo. Lo único que parece que no le agradaba era, hasta cierto punto, encasillarse haciendo siempre el mismo personaje. No habría sido extraño que hubiera pensado en trabajar, incluso, en otros países. Me la imagino, con bastantes años menos -murió con 72 años, que para los tiempos que corren, tampoco es tanto-, con un Alex de la Iglesia de los buenos tiempos, con Santiago Segura y Alex Angulo, por nombrar a dos entre muchos, haciendo cine de terror, acción, fantasía, humor negro, o lo que tercie.

Tera Patrick demostrando lo que llama la atención a Quentin Tarantino...
La actriz porno Tera Patrick, con quién Tarantino -quién, si no- tiene pensado realizar un remake de "Faster, Pussicat! Kill! Kill! -o eso se cuenta; Tarantino tiene más proyectos que tiempo para llevarlos a cabo-.

Tura Satana, transformada ya en icono pop.

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