Gente de mi ciudad (III): Eduard Toda, el primer egiptólogo español.
Viajero, estudioso, escritor, arqueólogo... fue uno de los personajes más interesantes, y casi olvidado, de los hombres de ciencia españoles del siglo XIX.
Esta vez, en esta sección -o serie, o lo que sea- sobre personajes interesantes o destacables de mi ciudad, más allá del extraordinario arquitecto Antoni Gaudi, y del legendario -y con un pasado político y militar menos conocido de lo que podría suponerse- general Prim. En este caso, no se trata de un pintor, sino de lo que podría decirse, un intelectual, pues Toda fue, al tiempo, diplomático (en Egipto y China-Macao), arqueólogo, historiador y escritor, aparte de viajes que realizó por su cuenta y a costa de su bolsillo. En mi ciudad, Eduard Toda es, básicamente, el nombre de un instituto de secudaria -como Tapiró, más o menos- así que no está de más explicar algo, aunque sea bastante sucintamente, sobre este hombre extraordinario, destacando la información que encontré en la web "Historia antigua", dedicada, principalmente, al Egipto faraónico, y a la antigua Roma.
Toda con vestido de gala en alguno de sus cargos diplomáticos -sí, esta era la moda de entonces, aunque en otros países de Europa se vestían de una forma algo más "seria"-.
Nuestro hombre en Egipto. El primer egiptólogo español, casi por casualidad.
No resultaba extraño, el hecho de que Toda, como otros muchos europeos que viajaron o trabajaron, sobretodo en el mundo de la diplomacia, se dedicaran, más por gusto y por interés por el pasado que por cualquier otro motivo, a estudiar los tiempos remotos de las civilizaciones ya desaparecidas que existieron en los actuales Egipto, Siria, Irak, etc. Y el caso del reusense no fue distinto.
Toda nació en 1855, y estudió secundaria en el Colegio de los Escolapios, donde compartió clase nada menos que con Antonio Gaudí, y con el futuro médico Josep Ribera. En aquella época, existía en Cataluña el deseo de recuperar el pasado medieval y antiguo -en no pocas ocasiones, muy idealizado, y con bastantes "licencias patrióticas"; aunque esto no era sólo típico catalán, o español; ocurría en cualquier país, como por ejemplo Italia, en vías de unificación-, la llamada "Renaixença", o Renacimiento. Este proceso cultural es largo de explicar, y no viene al caso, pero se entremezcló o sólo con mayor deseo de autogobierno, sino también con la adopción, al tiempo que se recuperaba -o reinventaba- el pasado, de estilos artísticos y literarios nuevos, vanguardistas, como es el caso del modernismo -o "art nouveau", en el mundo francófono-. Pero esta corriente, al tiempo artística, historicista y patriótica -más que nacionalista- también incluía proteger, o restaurar, el patrimonio del pasado que todavía estaba en pie. Pasó en Francia, por ejemplo, con la recuperación -más bien, la reconstrucción, casi desde los cimientos- de la ciudad de Carcassone, que hoy en día sería el ejemplo claro de ciudad medieval, cuando se olvida que, en gran parte, fue reconstruida en el siglo XIX, o del Barrio Gótico de Barcelona, que más bien sería "neogótico", pues muchos edificios tratan de ese mismo siglo. Pero también había edificios, monumentos, realmente antiguos, como el monasterio de Poblet -o el de Santes Creus, o el de Montserrat-, ejemplos del románico catalán,que en aquella época amenazaban ruina, y que los habitantes de los pueblos cercanos usaban como cantera para sus casas, muros, establos, etc.
Toda fue, junto a sus amigos, uno de sus defensores, argumentando que si se quería estudiar el pasado, también se debía proteger y restaurar los monumentos de otras épocas. Lo hizo en la revista "El eco del Centro de Lectura" -este "centro" lo era de cultura porque tenía una gran biblioteca, privada, y tendría más adelante un teatro, el Bartrina, que durante mucho tiempo sería el mayor de Reus y provincia de Tarragona, y que, aunque actualmente exista uno mayor, el Fortuny, no deja de ser, en cierto modo, el más querido por los reusenses-, pero también oralmente, a quién quisiera escucharle. Llegó, incluso, no sólo a estudiar el edificio en cuestión personalmente, sino a dormir allá para protegerlo del expolio. Aún así, su restauración tendría que esperar mucho más. Él habló de realizarla con apenas quince o dieciséis años, -la década de los 70 del XIX- pero tuvo que esperar hasta los años treinta del siglo siguiente.
Toda pudo conseguir, gracias a su tío -lo de tener padrino, siempre ha sido muy útil en España para entrar en cualquier administración- un cargo en lo que en aquella época se llamaba Secretaría de Estado, y actualmente, Ministerio de Asuntos Exteriores, aunque los cambios políticos -más bien, el desbarajuste reinante- hizo que se quedara sin trabajo antes de empezar, pero estando ya metido en cuestiones políticas y de funcionariado, se presentó -y aprobó- para ocupar un cargo en dicha secretaría, con el curioso nombre de "escribiente primero tercero de de la interpretación de lenguas". Pero el cargo le duró poco, intentó infructuosamente librarse del servicio militar, por ser hijo de madre soltera -aunque ésta no tenía problema económico alguno, así que de poco le sirvió el intento-, y, finalmente, consiguió, en 1876, ser enviado como vicecónsul a la colonia portuguesa de Macao, en China.
Por lo visto, no lo pasó demasiado bien, allá, pero sí que le sirvió para tener conocimientos de la lengua y la escritura chinos, así como de la historia y la cultura del inmenso país. Años más tarde, escribiría varios libros sobre el tema -"Historia de China"; "La vida en el Celeste Imperio"- que harían de él, perfectamente, si no el primero, sí el sinólogo español de más renombre de los que empezaron a interesarse por el gigante chino. Como pensó que quedarse en Macao no tenía demasiado sentido para su cargo -mejor viajar por el área-, visitó Cantón, Manila, Camboya y, finalmente, Japón. Escribió algunos artículos sobre ello, pero, básicamente, fue un experto autodidacta en China, pues no pudo estar demasiado tiempo en ningún otro país asiático.Cuando tuvo suficiente de Asia, participó en el movimiento cultural de "La Renaixença", viajó por Cataluña, escribió en diversos diarios y revistas -de todo tipo, porque todo le interesaba- y se hizo un nombre como persona culta, leída y viajera. No todos los días se podía encontrar a alguien que hubiera vivido y viajado por Extremo Oriente.
Pasados los años, Toda intentó que fuera enviado como cónsul o vicecónsul a algún país de Europa, cansado de las enfermedades y el clima asiáticos, pero no fue así. En 1884, de mala gana, fue enviado a Egipto, en aquella época un estado semi-independiente del Imperio Otomano gobernado por el jedibe -casi un rey sin corona- Ismail Pachá, interesado por acercarse más a Occidente, y adaptar a su país a la vida moderna. En aquella época, además, multitud de europeos habían acudido allá a trabajar como arqueólogos, intentar traducir jeroglíficos de tumbas y monumentos, dibujar o pintar los restos del antiguo esplendor faraónico -y poco después, también fotografiarlos-, y, en general, recuperar para el -su- presente la historia más antigua del país del Nilo. Sin embargo, muchos de estos occidentales -británicos, franceses, italianos...- también se comportaban como saqueadores, llevándose todo lo que podían, bien para exhibir sus "adquisiciones" en museos de sus respectivos países, bien para acrecentar sus colecciones privadas o, simplemente, para venderlas al mejor postor. Aún así, este saqueo extranjero, aunque sea con justicia criticado, también ha salvado numerosas piezas de arte que, de otra manera, podrían haberse perdido, destruido, o vendido a coleccionistas privados que los habrían encerrado en sus cajas fuertes, y que ya no se habrían podido ver en vitrina de museo alguno.
A este país llegó Eduard Toda. Congració en seguida con los europeos que allá vivían -sobretodo con los franceses; los españoles eran muy escasos-, y mientras visitaba las pirámides y los colosos de Memnón, enviaba información y pequeños restos arqueológicos a España, y conseguía que le ampliaran su misión como cónsul. Ni el enfermar de disentería evitó que abandonara en cuanto pudiera El Cairo -ciudad moderna para la historia egipcia, pues fue fundada por los árabes, por lo que cultural o monumentalmente hablando, no le interesaba demasiado-, mientras que no paraba de enviar notas a diversos diarios y revistas, que le pagaban por ello, y le ayudaban, así, a pagarse viajes y compra de restos arqueológicos. En todas aquellas aventuras -pues, en cierto modo, de auténticas aventuras en un país exótico se trataban, y que le llevaron a visitar las pirámides, la Esfinge, y las antiguas ciudades de Sais y Tanis- conoció al arqueólogo francés Gaston Maspero, experto en jeroglíficos -fue aventajado alumno de Auguste Mariette, uno de los grandes de la arqueología y filología francesas-, que le acompañó en el mayor de sus logros en cuestiones egipcias, y que más le llenó de orgullo: el descubrimiento y apertura de la tumba de Sen-Nedjem, que él llamó de Son Notem -en aquella época, se tenía poco claro cual sería la pronunciación de la antigua lengua egipcia, que todavía da más de un quebradero de cabeza a filólogos y lingüistas, y a pesar de contar con el conocimiento del copto, la lengua litúrgica, y a veces vehicular, de los cristianos egipcios; así pues, es comprensible sus dudas y errores a la hora de pronunciar o escribir nombres de aquellos lejanísimos años-. Dicha tumba estaba en el llamado "Valle de los artesanos", pues eran eso, artesanos y trabajadores, los que allá estaban enterrados -las pirámides y otros templos o palacios egipcios fueron construidos por trabajadores libres, que recibían un salario a cambio, y no por esclavos molidos a latigazos, como se piensa en ocasiones, aún hoy en día-. No está claro quién fue el descubridor. Se supone que fue el francés, pero que este permitió a su amigo catalán que fuera él en que tuviera el honor de abrirla. De todas formas, tampoco eso tendría demasiada importancia, pues ambos trabajaron en equipo, sin que hubiera un jefe y un subalterno -aunque, claramente, Maspero tenía que haber sido el que llevara la voz cantante, pues él era el auténtico egiptólogo profesional-. El año 1886 sería, por tanto, el más importante de su carrera como hombre multidisciplinar de la cultura.
Cerdeña, obras escritas, y últimos días.
Después de tantos viajes por Oriente, Toda deseaba un destino más tranquilo, así que, por mediación de la propia reina regente María Cristina -todo es tener un buen padrino, o madrina, en este caso- fue enviado a la isla de Cerdeña, sin un cargo oficial propiamente dicho -comisión de servicios, lo llamaban; para lo que hiciera falta, se podría traducir a lenguaje moderno-, donde descubrió, al poco de llegar allá, que existía en la isla una población, l'Alguer -l'Alguero, en italiano- en la que no se hablaba ni sardo ni italiano -o corso, otra lengua hablada en Cerdeña, aunque muy poco, en algunas pequeñas poblaciones del extremo norte-, sino en catalán. Él mismo -ni ningún historiador contemporáneo suyo- sabía explicar bien el por qué de la vigencia de un idioma que era claramente importado, pero hacía ya mucho tiempo. Por lo visto, la isla, que fue disputada por la Corona de Aragón y la república de Pisa -y más tarde, junto a Córcega, por Génova-, fue totalmente dominada por aragoneses y catalanes en períodos más o menos largos, en los que hubo cierta influencia cultural, pero poco más. Sin embargo, en determinado momento, los genoveses, que lucharon contra los venecianos durante buena parte del siglo XIV, ocuparon la población, con el apoyo de casi todos sus habitantes. Cuando la flota catalano-aragonesa la reconquistó, decidió expulsarlos hacia otras poblaciones de la isla -y quizá, algunos marcharan a Génova, a quienes seguían siendo fieles- y sustituyeron la población autóctona, de origen genovés -fue la familia Doria, quien la fundó, tres siglos antes- por inmigrantes catalanes, de ahí que la lengua no fuera impuesta a sardos, sino importada directamente por recién llegados. Sin embargo, la existencia de dicha ciudad de lengua catalana fue olvidada con el paso de los siglos, y Toda fue, realmente, quién descubrió un hecho cultural tan curioso. Más tarde, escribiría un par de obras sobre el tema, pues aquí dejó la arqueología para pasarse, con la misma facilidad y determinación, a la historiografía -pues no sólo se limitó a escribir sobre historia, sino a recoger datos y recuperar recuerdos y documentos, pues se trataba de un tema no tratado antes por nadie-: "Un pueblo catalán de Italia: l'Alguer", y "Recuerdos catalanes de Cerdeña". Después de un breve retorno a España, volvería a la isla, y más tarde visitaría Roma, para conocer bien la situación política y social italiana, y desde donde enviaría numerosos artículos periodísticos a varios periódicos.
Después de pocas semanas en Cerdeña, tras volver de Roma -iba y venía, de un lugar a otro- pasaría una temporada en Madrid, desde donde se le enviaría como cónsul a Helsinki, en Finlandia -1889-. El que fuera cónsul, y no embajador, se debía a que Finlandia, en aquella época, no era un estado independiente, sino un gran ducado que formaba parte del Imperio Ruso, aunque con cierta autonomía -más tarde perdida, como Polonia, sin más razón que la obsesión de los zares y el pequeño centro de poder político-económico que manejaba los destinos de la atrasada y sufrida Rusia-. Sin embargo, una persona tan acostumbrada al clima mediterráneo no aguantó gran cosa, y, en cuanto pudo, volvió a España -estaba claro que el oficio de diplomático no debía de tomarse demasiado en serio, cuando se trabajaba en según que países, porque parece que los que debían realizarlo iban y volvían de su destino cuando les daba la gana-, para, más adelante, viajar por tercera vez a Cerdeña, donde, por encargo de su amigo, el periodista e historiador Víctor Balaguer, trajo a Reus -por su cuenta, sin que nadie se lo pidiera- gran número de documentos medievales sobre la dominación catalana de la isla.
Poco más hizo, durante su carrera diplomática -algún cargo, no demasiado claro, en Glasgow y París, durante la firma del tratado de paz entre España y Estados Unidos, en 1898, tras la desastrosa guerra de Cuba-, así que, en 1901, decidió retirarse de ésta, aunque todavía ocupó algunos cargos públicos referentes a aduanas, conferencias comerciales entre España y otros países. etc.
Retirado de la vida pública, se dedicó a la donación de parte de sus libros y recuerdos arqueológicos, compró el medio en ruinas monasterio de Escornalbou, donde vivió hasta que lo vendió, recién acabada la guerra civil -que, como a parte importante de la población del país, arruinó, a pesar de que siempre tuvo un buen nivel de vida e ingresos-, que restauró a su modo, aunque siguiendo consejo de amigos arquitectos, y más tarde, participaría en la reconstrucción del de Poblet, que era uno de los más importantes de España de estilo románico.
Después de la guerra, ya anciano, con gran parte de sus amistades en el exilio o en la cárcel, enfermo y con graves problemas económicos, y tras vender Escornalbou -que no dejaba de ser su casa, pues allá vivió durante años- , y aún dirigiendo el patronato de la reconstrucción -en aquel momento, todavía inconclusa- de Poblet, ya no le quedaba, en teoría, mucho por hacer. Pero era hombre que no se sabía estar quieto, y como no parecía importarle su edad, murió, tal vez de una pulmonía o neumonía -no he podido aclararlo bien- en Reus, en 1941.
Respecto a su recuerdo, es poco, más allá de la ciudad de Reus -y tampoco tanto; para muchos, Eduard Toda es, básicamente, el nombre de un instituto de secundaria, o como se quiera llamar ahora a lo que sigue a la ESO-, pero dejó varias obras escritas, entre ellas, "Estudios egiptológicos" (1886-7), o "A través de Egipto" (1889), que serían pioneras en el tema de la egiptología y la arqueología en Oriente Próximo; "Historia de la China" (1893), que hace referencia a sus viajes por este país, cuando fue cónsul en Macao, y en estudios posteriores -porque su viaje a China fue, realmente, anterior al de Egipto-; y el manuscrito "El Antiguo Egipto", que quedó inédito, además de sus obras sobre Cerdeña, y su amplia -y casi toda perdida- producción periodística.
La portada de una de las obras de toda, "A través de Egipto", sacada del blog Supersticiones.
* Por cierto, existe una anécdota sobre este hombre, llamado en ocasiones "El Indiana Jones catalán", sobre una momia que se trajo de Egipto, como si fuera un recuerdo de nada, y que cedió al Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Parece que se trataba de una supuesta hija de Ramsés II -tuvo más de cien hijos e hijas, así que tampoco tenía por que no ser cierto-, y la llevó, en su visita a la capital para dar cuenta de sus descubrimientos y adquisiciones, a la aula magna del Hospital de San Carlos, donde la despojó de vendas y máscaras, así como si nada, y que más adelante cedió al museo antes mencionado. La cuestión es que, cuando en 1976 el egiptólogo Esteban Llagostera hizo un estudio radiológico de la momia, descubrió que era más falsa que un billete de tres euros, y no paró hasta encontrar la original, que estaba criando polvo detrás de una pizarra, hasta conseguir, por fin, que volviera a estar expuesta al público.
Es de suponer que muchos dirán que Toda no fue en absoluto profesional, pero si hablamos de los responsables del museo, mejor ni hablar...
Toda pudo conseguir, gracias a su tío -lo de tener padrino, siempre ha sido muy útil en España para entrar en cualquier administración- un cargo en lo que en aquella época se llamaba Secretaría de Estado, y actualmente, Ministerio de Asuntos Exteriores, aunque los cambios políticos -más bien, el desbarajuste reinante- hizo que se quedara sin trabajo antes de empezar, pero estando ya metido en cuestiones políticas y de funcionariado, se presentó -y aprobó- para ocupar un cargo en dicha secretaría, con el curioso nombre de "escribiente primero tercero de de la interpretación de lenguas". Pero el cargo le duró poco, intentó infructuosamente librarse del servicio militar, por ser hijo de madre soltera -aunque ésta no tenía problema económico alguno, así que de poco le sirvió el intento-, y, finalmente, consiguió, en 1876, ser enviado como vicecónsul a la colonia portuguesa de Macao, en China.
Toda -segundo por la izquierda, aunque he visto la misma foto en otras webs, que dicen que era el primero, también por la izquierda-. Maspero, por lo visto, es el sentado más a la derecha, pero como en aquella época muchos hombres llevaban barba y bigote, y visten igual, no deja de ser una fotografía un tanto misteriosa, donde todo el mundo parece encontrar alguien conocido, pero nadie se aclara de quién es quién.
Pasados los años, Toda intentó que fuera enviado como cónsul o vicecónsul a algún país de Europa, cansado de las enfermedades y el clima asiáticos, pero no fue así. En 1884, de mala gana, fue enviado a Egipto, en aquella época un estado semi-independiente del Imperio Otomano gobernado por el jedibe -casi un rey sin corona- Ismail Pachá, interesado por acercarse más a Occidente, y adaptar a su país a la vida moderna. En aquella época, además, multitud de europeos habían acudido allá a trabajar como arqueólogos, intentar traducir jeroglíficos de tumbas y monumentos, dibujar o pintar los restos del antiguo esplendor faraónico -y poco después, también fotografiarlos-, y, en general, recuperar para el -su- presente la historia más antigua del país del Nilo. Sin embargo, muchos de estos occidentales -británicos, franceses, italianos...- también se comportaban como saqueadores, llevándose todo lo que podían, bien para exhibir sus "adquisiciones" en museos de sus respectivos países, bien para acrecentar sus colecciones privadas o, simplemente, para venderlas al mejor postor. Aún así, este saqueo extranjero, aunque sea con justicia criticado, también ha salvado numerosas piezas de arte que, de otra manera, podrían haberse perdido, destruido, o vendido a coleccionistas privados que los habrían encerrado en sus cajas fuertes, y que ya no se habrían podido ver en vitrina de museo alguno.
Toda vestido de momia, en el museo del Bulaq, en El Cairo. Aunque parezca mentira, esta costumbre de disfrazarse de momia o faraón, era bastante seguida por los europeos que vivían o viajaban por Egipto, por mucho que se las dieran, también -y con razón- de grandes arqueólogos o viajeros.
Capilla en forma de pirámide -a imitación de las de faraones y grandes cargos políticos- de la tumba de Sen-Nedjem, artesano que trabajó para Seti I y su hijo, Ramsés II.
Ese mismo año volvería a España, donde no tendría tiempo para aburrirse: conferencias en Barcelona y en Vilanova i la Geltrú -allá, su amigo Victor Balaguer creó una institución con el nombre de su amigo, que, agradecido, cedió al naciente museo arqueológico de la población parte de su colección privada-; viaje a Madrid para notificar sobre su descubrimiento y adquisiciones, que le valió el formar parte de la Real Academia de la Historia -en aquella época, uno de los mayores honores para un historiador o arqueólogo en España-, y hasta recibió la Orden de Carlos III, por sus servicios a la cultura. Al año siguiente, otra parte, mayor, de todo lo traído de Egipto, fue adquirido por el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Todo aquello significó para Toda unos ingresos de 27.500 pesetas de la época, que aunque hoy en día sería casi una miseria por todo lo por él conseguido - la cantidad, traducida a euros, serían unos 165- en la década de los ochenta del siglo XIX, y aún teniendo en cuenta todo lo que Toda gastó en viajes y compras, era un dineral.
Detalle de una de las pinturas encontradas en Sen-Nedjem. Gran parte de lo hallado por Toda y Maspero se encuentra, hoy en día, en el museo de El Cairo.
Cerdeña, obras escritas, y últimos días.
Después de tantos viajes por Oriente, Toda deseaba un destino más tranquilo, así que, por mediación de la propia reina regente María Cristina -todo es tener un buen padrino, o madrina, en este caso- fue enviado a la isla de Cerdeña, sin un cargo oficial propiamente dicho -comisión de servicios, lo llamaban; para lo que hiciera falta, se podría traducir a lenguaje moderno-, donde descubrió, al poco de llegar allá, que existía en la isla una población, l'Alguer -l'Alguero, en italiano- en la que no se hablaba ni sardo ni italiano -o corso, otra lengua hablada en Cerdeña, aunque muy poco, en algunas pequeñas poblaciones del extremo norte-, sino en catalán. Él mismo -ni ningún historiador contemporáneo suyo- sabía explicar bien el por qué de la vigencia de un idioma que era claramente importado, pero hacía ya mucho tiempo. Por lo visto, la isla, que fue disputada por la Corona de Aragón y la república de Pisa -y más tarde, junto a Córcega, por Génova-, fue totalmente dominada por aragoneses y catalanes en períodos más o menos largos, en los que hubo cierta influencia cultural, pero poco más. Sin embargo, en determinado momento, los genoveses, que lucharon contra los venecianos durante buena parte del siglo XIV, ocuparon la población, con el apoyo de casi todos sus habitantes. Cuando la flota catalano-aragonesa la reconquistó, decidió expulsarlos hacia otras poblaciones de la isla -y quizá, algunos marcharan a Génova, a quienes seguían siendo fieles- y sustituyeron la población autóctona, de origen genovés -fue la familia Doria, quien la fundó, tres siglos antes- por inmigrantes catalanes, de ahí que la lengua no fuera impuesta a sardos, sino importada directamente por recién llegados. Sin embargo, la existencia de dicha ciudad de lengua catalana fue olvidada con el paso de los siglos, y Toda fue, realmente, quién descubrió un hecho cultural tan curioso. Más tarde, escribiría un par de obras sobre el tema, pues aquí dejó la arqueología para pasarse, con la misma facilidad y determinación, a la historiografía -pues no sólo se limitó a escribir sobre historia, sino a recoger datos y recuperar recuerdos y documentos, pues se trataba de un tema no tratado antes por nadie-: "Un pueblo catalán de Italia: l'Alguer", y "Recuerdos catalanes de Cerdeña". Después de un breve retorno a España, volvería a la isla, y más tarde visitaría Roma, para conocer bien la situación política y social italiana, y desde donde enviaría numerosos artículos periodísticos a varios periódicos.
Después de pocas semanas en Cerdeña, tras volver de Roma -iba y venía, de un lugar a otro- pasaría una temporada en Madrid, desde donde se le enviaría como cónsul a Helsinki, en Finlandia -1889-. El que fuera cónsul, y no embajador, se debía a que Finlandia, en aquella época, no era un estado independiente, sino un gran ducado que formaba parte del Imperio Ruso, aunque con cierta autonomía -más tarde perdida, como Polonia, sin más razón que la obsesión de los zares y el pequeño centro de poder político-económico que manejaba los destinos de la atrasada y sufrida Rusia-. Sin embargo, una persona tan acostumbrada al clima mediterráneo no aguantó gran cosa, y, en cuanto pudo, volvió a España -estaba claro que el oficio de diplomático no debía de tomarse demasiado en serio, cuando se trabajaba en según que países, porque parece que los que debían realizarlo iban y volvían de su destino cuando les daba la gana-, para, más adelante, viajar por tercera vez a Cerdeña, donde, por encargo de su amigo, el periodista e historiador Víctor Balaguer, trajo a Reus -por su cuenta, sin que nadie se lo pidiera- gran número de documentos medievales sobre la dominación catalana de la isla.
Poco más hizo, durante su carrera diplomática -algún cargo, no demasiado claro, en Glasgow y París, durante la firma del tratado de paz entre España y Estados Unidos, en 1898, tras la desastrosa guerra de Cuba-, así que, en 1901, decidió retirarse de ésta, aunque todavía ocupó algunos cargos públicos referentes a aduanas, conferencias comerciales entre España y otros países. etc.
Retirado de la vida pública, se dedicó a la donación de parte de sus libros y recuerdos arqueológicos, compró el medio en ruinas monasterio de Escornalbou, donde vivió hasta que lo vendió, recién acabada la guerra civil -que, como a parte importante de la población del país, arruinó, a pesar de que siempre tuvo un buen nivel de vida e ingresos-, que restauró a su modo, aunque siguiendo consejo de amigos arquitectos, y más tarde, participaría en la reconstrucción del de Poblet, que era uno de los más importantes de España de estilo románico.
Después de la guerra, ya anciano, con gran parte de sus amistades en el exilio o en la cárcel, enfermo y con graves problemas económicos, y tras vender Escornalbou -que no dejaba de ser su casa, pues allá vivió durante años- , y aún dirigiendo el patronato de la reconstrucción -en aquel momento, todavía inconclusa- de Poblet, ya no le quedaba, en teoría, mucho por hacer. Pero era hombre que no se sabía estar quieto, y como no parecía importarle su edad, murió, tal vez de una pulmonía o neumonía -no he podido aclararlo bien- en Reus, en 1941.
Respecto a su recuerdo, es poco, más allá de la ciudad de Reus -y tampoco tanto; para muchos, Eduard Toda es, básicamente, el nombre de un instituto de secundaria, o como se quiera llamar ahora a lo que sigue a la ESO-, pero dejó varias obras escritas, entre ellas, "Estudios egiptológicos" (1886-7), o "A través de Egipto" (1889), que serían pioneras en el tema de la egiptología y la arqueología en Oriente Próximo; "Historia de la China" (1893), que hace referencia a sus viajes por este país, cuando fue cónsul en Macao, y en estudios posteriores -porque su viaje a China fue, realmente, anterior al de Egipto-; y el manuscrito "El Antiguo Egipto", que quedó inédito, además de sus obras sobre Cerdeña, y su amplia -y casi toda perdida- producción periodística.
* Por cierto, existe una anécdota sobre este hombre, llamado en ocasiones "El Indiana Jones catalán", sobre una momia que se trajo de Egipto, como si fuera un recuerdo de nada, y que cedió al Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Parece que se trataba de una supuesta hija de Ramsés II -tuvo más de cien hijos e hijas, así que tampoco tenía por que no ser cierto-, y la llevó, en su visita a la capital para dar cuenta de sus descubrimientos y adquisiciones, a la aula magna del Hospital de San Carlos, donde la despojó de vendas y máscaras, así como si nada, y que más adelante cedió al museo antes mencionado. La cuestión es que, cuando en 1976 el egiptólogo Esteban Llagostera hizo un estudio radiológico de la momia, descubrió que era más falsa que un billete de tres euros, y no paró hasta encontrar la original, que estaba criando polvo detrás de una pizarra, hasta conseguir, por fin, que volviera a estar expuesta al público.
Es de suponer que muchos dirán que Toda no fue en absoluto profesional, pero si hablamos de los responsables del museo, mejor ni hablar...
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