martes, 22 de abril de 2014

Emilio Carrere, y la Torre de los Siete Jorobados.

Uno de los principales autores del folletín español, que apenas pudo subsistir después de la guerra, y que ha sido recuperado en los últimos años.


Éste quizá sea el primer escritor español del que hago una entrada completa, y no es, lo que se dice, un personaje especialmente desconocido, aunque tampoco totalmente olvidado, ni mucho menos. Carrere siempre ha quedado en el recuerdo, al menos en Madrid y alrededores, de escritores, periodistas y conocedores del ambiente cultural capitalino, y de las distintas corrientes literarias que allá existieron, y siguen existiendo. Además, el caso de Carrere es un tanto especial, pues fue, al tiempo, poeta serio y novelista de folletín que poco en serio se tomaron muchos, pero que también tuvo, durante mucho tiempo, gran número de seguidores y simpatizantes, además de que, en los últimos años, gracias sobretodo a la editorial Valdemar, que ha ido publicando una parte considerable de su prosa -la que, paradojicamente, mejor ha resistido mejor el tiempo, aunque en su momento se le considerara literatura "de usar y tirar"- en los últimos años. Parte importante de la llamada "bohemia madrileña" -¿algo que ver con la igualmente muy madrileña "movida"? Realmente, a primera vista, poco; pero si se ve ambos acontecimientos culturales con una ruptura con lo antiguo, y una mirada al exterior, y al deseo de experimentar y renovar, la verdad es que sí, que hay ciertos paralelismos, salvando las distancias-, fue todo un personaje en sí mismo. Así que mejor no extenderse más en el preámbulo, y hablar un poco del personaje y su obra.

El Madrid de la época de Carrere y los bohemios.

Un señor de la Villa y Corte: el portaestandarte de la bohemia, que acabó riéndose de ella.

Emilio Carrere (1881-1947) fue hijo de madre soltera, Eloísa Carrere, de la que heredó su apellido, y de un abogado de renombre, Senén Canido, que no quiso reconocerlo para que el tener un hijo natural -así se llamaba, de forma fina, a los que en otra época se les llamaba "bastardos", o hijos nacidos fuera del matrimonio- no entorpeciera su carrera política. Eso sí, aunque de cara a la galería lo ocultara, no tuvo problema, por lo menos, de ayudarle económicamente en lo que pudo, mientras no se notara demasiado. Al mes de nacer Carrere, murió su madre, y pasó a ser criado y mantenido por su abuela materna, así que Canido, al menos tuvo el detalle de ayudar a abuela y nieto económicamente durante años.  Más adelante, el padre quiso llevárselo a vivir con él, y buscarle un empleo en la administración pública -un clásico, lo de "enchufar" hijos y otros parientes en una sobredimensionada administración-. Cuando Canido falleció, además, le dejó en herencia una buena cantidad de dinero, además de su gran biblioteca privada.
Cuando todavía vivía con su abuela, se aficionó a la pintura, más adelante a la interpretación teatral -se apuntó a una asociación obrera de teatro, pues en aquel momento, apenas recibía apoyo de su padre, y no se podía permitir algo mejor-, y de allá, pasó a aficionarse a los billares, además de conocer al dramaturgo de zarzuelas Federico Chueca. De los billares, poco después, pasaría a los cafés y locales nocturnos, a las buenas -aunque extrañas- y malas compañías, a los prostíbulos, y a las juergas nocturnas, con francachela de amigotes, y buenas borracheras. No es que Carrere fuera un vicioso bueno para nada, porque siempre, de una u otra forma, supo buscarse la vida, pero que le gustaba vivirla al máximo, al menos en su juventud, y no tan joven también, estaba claro.

Ilustración -tal vez de finales de los años 10, o muy principios de los 20-, de autor desconocido, que retrata a Carrere -el único del que se puede ver el rostro, vestido de negro y fumando- con otros bohemios en el café Valera de Madrid.

En vista de que le iba el gasto, y de que su abuela cayó enferma -todavía, de todas formas, no había empezado a gastar con demasiada largueza-, su padre decidió echarle una mano, así que lo hizo entrar en el Tribunal de Cuentas -que si era más o menos que el tribunal del mismo nombre que hoy en día existe, se dedicaba a calcular en qué se gastaba el dinero la administración, llegando a conclusiones que, fueran o no escandalosas, de poco servían, porque lo gastado, gastado estaba, y si era en exceso, nadie reconocía haber metido la mano, o alargado el brazo en exceso-. Más adelante se le echaría en cara que Carrere presumiera de bohemio y, al mismo tiempo, fuera funcionario -y no sólo recibió esas críticas en vida, sino mucho después de fallecer; Paco Umbral, por ejemplo, lo hizo décadas después de que muriera-. Pero él, realmente, no parecía darle a ello importancia. Precisamente, decía, el ser bohemio exigía tener algún tipo de ingresos, porque no se vive del aire. Es lo que se llamaba "la bohemia rosa", tan en boga en Francia o Bélgica, por ejemplo, de rentistas, nobles o gentes con cargo público o negocio familiar que tenían buenas rentas de las que ir tirando, y en contraposición con "la bohemia negra", llena de hambre, miseria, alcohol barato, tifus y tuberculosis.
Después de haber leído de lo nuevo y de lo viejo, empezó a publicar sus primeras obras, que fueron poéticas, y no precisamente humorísticas o de misterio, sino de lo que, en aquella época, se llamaba "decadentismo", y que era una especie de "post-romanticismo", pero tamizado por ciertas influencias góticas y pesimistas, aunque sin olvidar un cuidado en las formas, y una belleza en las descripciones y rimas. No soy experto en poesía, pero después de leer algo de su obra en rima, está claro que, quizá, ahora sus versos pueden resultar un tanto pasados de moda -aunque esto, creo yo, es muy relativo, y con toda seguridad, habría mucha gente que le agradaría poder recuperar a este Carrere poeta, tan despreciado por no pocos antologistas, que nunca lo incluirían en un resumen de la poesía ibérica-, pero la influencia del modernista Rubén Darío, del que se declaraba acérrimo admirador, mucho o poco, se nota. Para el que quiera leerlo, destacar, entre otras, "La corte de los poetas, florilegio de rimas modernas", y "El caballero de la muerte", de 1908, donde se incluye un poema, "La musa del arroyo", que he encontrado en este blog de poesía., que sería un ejemplo claro del llamado "estilo decadentista", del que se hacía gala.Se casó en 1906, tras conocer a su mujer, como no, en una fiesta -más bien, en una verbena popular-, aunque eso no le impidió, más bien al contrario, seguir teniendo una vida social, como mínimo, animada. Un año después, sin dejar la poesía, se dedicó a publicar en diversas revistas novelas cortas sobre el Madrid de los barrios bajos, en los que era un consumado experto -no sólo por sus correrías nocturnas, sino también por ser hombre sin demasiados miramientos ni manías sociales como para relacionarse con todo tipo de gente, que no tenían problema en contarle sus vidas y penas, pues era, eso sí, hombre abierto y que sabía cómo conseguir que los demás se encontraran a gusto en su compañía, y hablaran de lo que a él le pudiera interesar-, caso de relatos como "La conquista de Madrid" -sobre un pobre tipo que llega del pueblo pensando que se va a comer el mundo, y que acaba en la miseria-, "Rata de hotel" -el enfrentamiento entre un ladrón de guante blanco y el detective del hotel donde éste quiere robar-, "La tristeza del burdel" (1913) -o como se ha comentado en alguna ocasión, "la chula madrileña en el folletín de Carrere", o el recuerdo de "la golfa barriobajera de mantón y peineta", casi desaparecida ya en los años 20; para más información sobre estos personajes femeninos, mirar aquí-, o "La emperatriz del Rastro", que sería, dentro de la atracción de Carrere por la cara miserable y peligrosa de la vida, más costumbrista y realista. Más adelante, seguiría con la temática de "la mujer de mala vida" -por propia causa, o ajena-, con "Las sirenas de la lujuria" (1923), pero en cuestión de estilo y temática, no variaría demasiado. Gustaba de probar distintos temas, y en ocasiones abandonaba -aunque fuera temporalmente- unos para dedicarse a otros, pero no había una progresión, o distinta visión, al menos muy clara, a la hora de tratarlos, a medida que pasaba el tiempo. Otras obras, como "El reino de la calderilla", darán buena idea de su visión del Madrid marginal, sus prostitutas, chulos, delincuentes, lumpen-proletariado, vividores y buscadores de la vida, en una novela coral -antes de que usara dicha expresión-, con multitud de personajes, creada a partir de relatos más cortos, pero con consistencia e identidad propia.

"La casa de la Trini" (1924), una de las novelas cortas de Carrere sobre prostitución y el "Madrid de noche"

Siendo ya habitual su participación en revistas como La novela corta, La novela de Hoy, El cuento semanal, La novela de noche (¿de noche?), etc., se hizo un nombre entre los editores, y no pocos de ellos estaban dispuestos a pagarle, y no poco, por sus historias. Historias que, si resulta posible -difícil, realmente- poder leer gran parte de su extensa obra -tan extensa y dispersa, que nadie, probablemente, la conozca en su totalidad hoy en día-, en no pocas ocasiones, eran versiones de relatos anteriores del mismo autor, donde se cambiaban nombres de personajes y lugares, y poco más, pues Carrere, como todo autor de folletín, no dudaba en "fusilar" su propia obra, como tampoco tenía problema en el uso de los llamados "negros", o autores que escribían, y escriben -que todavía los hay, y muchos- ocultando su nombre, y permitiendo que su obra lleve el nombre de un autor más famoso que ellos -aunque en su caso, más allá de "La torre de los Siete Jorobados", no está claro de la existencia de ninguno más-. Pero esto era, y es, de lo más habitual, tanto en el folletín europeo, sobretodo el francés, y no sólo de gente como Feval o Ponson du Terrail, considerados injustamente como autores "menores" -que quizá no se sirvieron de "negros", pero sí que aprovechaban y re-aprovechaban al máximo todo lo que escribían- sino también en escritores mucho más famosos y "respetables", como Dumas, o, antes que él, el español Lope de Vega -a no ser que se tratara, en ambos casos, de individuos con una imaginación y capacidad de trabajo casi sobrehumanas-, o, si no nos movemos de época -las tres primeras décadas del siglo XX-, pero sí de continente, autores "pulp" como Robert E. Howard, que con toda seguridad, escribió todo lo que firmó -y más-, pero que "canibalizaba" sus relatos siempre que pudo, transformando al pirata en pistolero. O en Conan, si hiciera falta.


"La Torre de los Siete Jorobados", y el adiós a la vida bohemia.

En 1924, Carrere escribiría su única novela de larga extensión, pues el resto de su obra en prosa oscilaba entre el cuento largo, y la novela corta -sin tener demasiado claro cuando acaba uno, y empieza el otro; en el mundo anglosajón, prácticamente hay un cálculo matemático, un número exacto de palabras que hacen de una obra lo uno o lo otro, pero en el mundo latino, todo es cuestión de opiniones-. Sin embargo, esta historia tiene algo que no se acostumbra a comentar demasiado: el hecho de que fue escrita "a cuatro manos", incluso a seis.
Aquí, me baso en el doble trabajo de un artículo de la "Revista de estudios literarios", de la Un. Complutense de Madrid, de la que dejo un enlace para quien quiera leerlo en su totalidad; y en un prólogo, más bien un pequeño y bien documentado estudio, que hace Jesús Palacios en una edición de dicha novela, para la Editorial Valdemar. En pocas palabras, decir que cuando el editor de la revista literaria "La novela corta", Juan Palomeque, decidió publicar un relato más largo escrito por Carrere -que en aquella época, 1924, tenía no pocos seguidores, y publicaba casi cualquier cosa que se propusiera-, se encontró que éste, que nunca destacó por su profesionalidad o fiabilidad como persona y escritor, le entregó un montón de hojas en que se entremezclaba la primera parte de una novela ya publicada, "Un crimen inverosímil", de 1922, con hojas sueltas donde se presentaban personajes y escenas nuevas, escritas a mano o a máquina, con hojas en blanco -simplemente, para hacer bulto- y hasta hojas de periódico. En resumidas cuentas, un material que, por sí solo, apenas valía nada. El bueno de Palomeque ofreció una buena cantidad de dinero a Carrere para que completara la novela -e hiciera "asimilable" una historia que, en parte, sería un refrito de una obra anterior; de acuerdo que muchos lectores no eran demasiado exigentes, ni se daban por enterados, ante semejante caradura, pero todo tenía un límite-, pero el autor dijo que no, que aquello se quedaba como estaba, y él no tenía ganas de seguir, y que tenía otras cosas en mente.
Así pues, Palomeque -uno de los tres "pares de manos" que parieron la novela-, decidió  buscar  a alguien      -tercer "par de manos"- que completara aquel material -el de Carrere, el "segundo par"-. Y para eso contó con un joven escritor de la naciente ciencia-ficción española -los años veinte diez y veinte, hasta principios de los treinta, vieron aparecer la literatura de género española, que la guerra y la dictadura casi aniquilaron-, el, lamentablemente, ya casi olvidado: Jesús Aragón, el inventor del Capitán Sirius, uno de sus personajes más importantes, lo más parecido a un astronauta de la CF hispana de la época. Cerca de dos tercios de la obra sería, en mayor o menor medida, obra de Aragón, y a Carrere habría que reconocerle -se supone-, el casi tercio del principio, y los dos últimos capítulos, que no son, precisamente, lo mejor de la novela. En medio, el "negro" -que es como se ha llamado siempre en España a los escritores de encargo, ocultos, que escriben en nombre de otro más famoso que ellos, literato éste o no- no sólo demostró saber imitar a la perfección el estilo y las temáticas del maestro, sino que no dudó en añadir personajes de otras obras de Carrere, lo que hizo más creíble para los lectores que toda la novela era autoría de éste. Y ver al aventurero y arqueólogo -y cuentista, pero de sus propias "hazañas"- Arnulfo del Arco acompañar a los héroes de la novela, no dejó de ser una grata sorpresa de quienes lo conocían de "La calavera de Atahualpa".

La ciudad subterránea y misteriosa de la novela de Carrere, llevada al cine.

¿Y de qué va la novela? En resumen, de un personaje de la bohemia dilapidadora, Basilio, que cree ver a un extraño tuerto que no está tan vivo como podría pensarse, y que le pide que descubra quién le asesinó, y que hace que el jugardor y amigo de damas de mala vida, en unión del "Duende de la corte", un periodista sensacionalista, y del comisario Sirio -auto-homenaje de Aragón a su personaje espacial, el capitán Sirius-, se enfrente a una banda de malvados y oscuros jorobados, que se refugian en una extraña y desconocida ciudad subterránea -en realidad, al menos en parte, una sinagoga abandonada y olvidada, que existió antes, incluso, del "Magerit" islámico, el primitivo Madrid fundado por los musulmanes como una simple plaza fuerte militar de escasa población civil-. Y todo eso, con peleas, persecuciones, disparos, extraños robos, etc. Tal vez, hoy en día, la obra parezca un tanto inocente, pero si se lee sin prejuicios, no deja de pasarse un buen rato en su lectura y compañía -porque los libros, también, acompañan; y son compañías que bien pueden elegirse, tal vez mejor que las de muchas personas-.

Anuncio -un tanto simple, pero era la época- de la versión cinematográfica de "La Torre de los Siete Jorobados".

Carátula de la versión en DVD, inspirada en imágenes de la película original.

En 1944, Edgar Neville -que a pesar de su nombre, era madrileño- estrenó una versión cinematográfica en una España que no estaba para muchas historias de fantasía -ni de ningún tipo, pues gran parte de la población tenía que sufrir una posguerra que era una auténtica película de terror, desgraciadamente, esta sí muy real- y pasó casi sin pena ni gloria, incluso dentro de la filmografía de Neville, que tampoco fue una de las estrellas de la época. El mismo Carrere participó en el guión, y fue, prácticamente, casi lo último que ejerció como escritor, en el sentido más amplio. Sin embargo, no hace tanto se restauró el original, y se puede comprar en DVD, aunque sea muy difícil encontrarlo, excepto por compra directa por internet. Pero algo es algo. Por lo menos, al contrario que otras obras, ésta -con bastantes diferencias del original, con un personaje más recto y formal, y con una bella enamorada de por medio- no se ha perdido para siempre. En el último enlace que he colocado, también se puede leer sobre la película, además de la novela.Aparte de ello, Carrere, desde hacía ya tiempo, se interesó en el mundo del espiritismo. De joven, cuando se interesaba en todo -y casi todo lo creía, aunque con cierta rechufa-, defendió a mediums e iluminados; con el paso del tiempo, se despertó en él el escepticismo, y finalmente, no dudó en reírse de lo que consideraba pura superchería, y así lo reflejó -en su triple cara: defensa, escepticismo, burla- en cuentos y en artículos periodísticos, recogidos en los últimos años en la antología -de genial título, incluso para alguna de las muchas novelas de zombies que se encuentran casi por todas partes- de Valdemar llamada "Los muertos huelen mal", que también es el nombre de uno de sus relatos principales, junto a otra novela corta, "El destino payaso" -también llamado "El arte de fumar en pipa"; puro espiritismo castizo- y "Gil Balduquín y su ángel", todavía, si cabe, más humorístico y casi paródico, aunque sin dejar de lado el conocimiento del mundo del que habla.
Igualmente, destacar sus relatos plenamente góticos, que escribió en las décadas de los 10 y 20 -más o menos, entre 1916 y 1922, en la revista "La novela semanal"-. La mejor historia, la más truculenta y plenamente gótica -secuestro y asesinato de niñas de por medio- sería "La casa de la cruz"; además de "Un crimen inverosímil", que sería el germen de "La Torre de los Siete Jorobados"; y "Las inquietudes de Blanca María", donde se mezclan brujería y espiritismo en la Castilla medieval y profunda -una época un tanto oscura, ya de por sí-; o "La conversión de Florestán", donde se mezcla lo oscuro y fantasmagórico con un humor negro muy hispano.

Una reunión de aficionados -más bien, crédulos- en el espiritismo, que tuvo mucha fuerza en Gran Bretaña y Rusia en el siglo XIX, pero que continuó teniendo defensores a principios del XX en toda Europa, y también en España.

La publicación de sus relatos, poesías y artículos le permitieron ganarse bien la vida, pero su vida de despilfarro hacía que todo ello no fuera siempre -en realidad, casi nunca- suficiente. En 1929 muere su padre, y deja a su nombre una sustanciosa herencia. Así, puede cambiar de piso, a uno mayor, y comprarse un automóvil. Pero aún así, siempre tuvo problemas de liquidez. Ideológicamente, es difícil creer que Carrere creyera con fuerza en ideal político alguno, pero, si bien en su juventud simpatizó con el socialismo, incluso con el anarquismo -aunque no con el terrorismo de esta ideología-, con el paso de los años, se volvió monárquico y conservador -según algunos, a medida que aumentaba su nivel de vida, y se relacionaba con "gente bien"; y más, tras heredar de su padre-, llegando a escribir en periódicos de extrema derecha o ultracatólicos. Durante la guerra se libró de ir al frente haciéndose pasar por loco -y por medio de "satisfacer" económicamente a quién hizo falta, se entiende, aunque para salvarse de la quema tuviera que pasar un tiempo interno en un manicomio-, aunque con la edad que tenía ya -unos cincuenta y cinco años al comenzar la guerra, si no calculo mal-, más bien habría sido obligado a trabajos en la retaguardia. Tras el conflicto, se posicionó a favor del régimen, aunque no parece que colaborara de forma activa en él. Más bien podría considerarse que, a su edad, y por su situación social, le convenía más estar con los vencedores. Igual que renegó de la bohemia, a la que en su momento abanderó, y olvidó a amigos y enemigos cuando hizo falta, también se cubrió con la bandera de los vencedores cuando le hizo falta. No era un ejemplo de heroicidad, cierto, pero eso tampoco le transformaría en una figura del fascismo. Con el paso del tiempo, sin embargo, dejó casi olvidada la escritura, excepto el periodismo, y el guión de la película antes mencionado, aunque eso no impidió que fuera nombrado "Cronista Oficial de la villa de Madrid" en 1943, cuatro años antes de su muerte.
Tras esta, por ser considerado demasiado afecto al régimen -de forma un tanto exagerada, la verdad, aunque sí que se pegó con demasiada fuerza a individuos poco edificantes; tampoco fue, realmente, para tanto- y por no haber sido autor de "literatura seria" -excepto su poesía, que acabó pasando totalmente de moda, un tanto injustamente, pues no era mal poeta-, fue olvidado hasta hace muy poco, en que gran parte de su obra ha sido reeditada, e, incluso, han aparecido artículos en webs, y hasta blos o páginas completas dedicadas a su persona y obra.
Para ejemplo, este blog, dedicado enteramente a él, y que organiza un concurso literario anual con referencias a sus obras o su persona.

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