Emilio Carrere, y la Torre de los Siete Jorobados.
Uno de los principales autores del folletín español, que apenas pudo subsistir después de la guerra, y que ha sido recuperado en los últimos años.
Éste quizá sea el primer escritor español del que hago una entrada completa, y no es, lo que se dice, un personaje especialmente desconocido, aunque tampoco totalmente olvidado, ni mucho menos. Carrere siempre ha quedado en el recuerdo, al menos en Madrid y alrededores, de escritores, periodistas y conocedores del ambiente cultural capitalino, y de las distintas corrientes literarias que allá existieron, y siguen existiendo. Además, el caso de Carrere es un tanto especial, pues fue, al tiempo, poeta serio y novelista de folletín que poco en serio se tomaron muchos, pero que también tuvo, durante mucho tiempo, gran número de seguidores y simpatizantes, además de que, en los últimos años, gracias sobretodo a la editorial Valdemar, que ha ido publicando una parte considerable de su prosa -la que, paradojicamente, mejor ha resistido mejor el tiempo, aunque en su momento se le considerara literatura "de usar y tirar"- en los últimos años. Parte importante de la llamada "bohemia madrileña" -¿algo que ver con la igualmente muy madrileña "movida"? Realmente, a primera vista, poco; pero si se ve ambos acontecimientos culturales con una ruptura con lo antiguo, y una mirada al exterior, y al deseo de experimentar y renovar, la verdad es que sí, que hay ciertos paralelismos, salvando las distancias-, fue todo un personaje en sí mismo. Así que mejor no extenderse más en el preámbulo, y hablar un poco del personaje y su obra.
El Madrid de la época de Carrere y los bohemios.
Un señor de la Villa y Corte: el portaestandarte de la bohemia, que acabó riéndose de ella.
Emilio Carrere (1881-1947) fue hijo de madre soltera, Eloísa Carrere, de la que heredó su apellido, y de un abogado de renombre, Senén Canido, que no quiso reconocerlo para que el tener un hijo natural -así se llamaba, de forma fina, a los que en otra época se les llamaba "bastardos", o hijos nacidos fuera del matrimonio- no entorpeciera su carrera política. Eso sí, aunque de cara a la galería lo ocultara, no tuvo problema, por lo menos, de ayudarle económicamente en lo que pudo, mientras no se notara demasiado. Al mes de nacer Carrere, murió su madre, y pasó a ser criado y mantenido por su abuela materna, así que Canido, al menos tuvo el detalle de ayudar a abuela y nieto económicamente durante años. Más adelante, el padre quiso llevárselo a vivir con él, y buscarle un empleo en la administración pública -un clásico, lo de "enchufar" hijos y otros parientes en una sobredimensionada administración-. Cuando Canido falleció, además, le dejó en herencia una buena cantidad de dinero, además de su gran biblioteca privada.
Cuando todavía vivía con su abuela, se aficionó a la pintura, más adelante a la interpretación teatral -se apuntó a una asociación obrera de teatro, pues en aquel momento, apenas recibía apoyo de su padre, y no se podía permitir algo mejor-, y de allá, pasó a aficionarse a los billares, además de conocer al dramaturgo de zarzuelas Federico Chueca. De los billares, poco después, pasaría a los cafés y locales nocturnos, a las buenas -aunque extrañas- y malas compañías, a los prostíbulos, y a las juergas nocturnas, con francachela de amigotes, y buenas borracheras. No es que Carrere fuera un vicioso bueno para nada, porque siempre, de una u otra forma, supo buscarse la vida, pero que le gustaba vivirla al máximo, al menos en su juventud, y no tan joven también, estaba claro.
Ilustración -tal vez de finales de los años 10, o muy principios de los 20-, de autor desconocido, que retrata a Carrere -el único del que se puede ver el rostro, vestido de negro y fumando- con otros bohemios en el café Valera de Madrid.
"La casa de la Trini" (1924), una de las novelas cortas de Carrere sobre prostitución y el "Madrid de noche"
"La Torre de los Siete Jorobados", y el adiós a la vida bohemia.
En 1924, Carrere escribiría su única novela de larga extensión, pues el resto de su obra en prosa oscilaba entre el cuento largo, y la novela corta -sin tener demasiado claro cuando acaba uno, y empieza el otro; en el mundo anglosajón, prácticamente hay un cálculo matemático, un número exacto de palabras que hacen de una obra lo uno o lo otro, pero en el mundo latino, todo es cuestión de opiniones-. Sin embargo, esta historia tiene algo que no se acostumbra a comentar demasiado: el hecho de que fue escrita "a cuatro manos", incluso a seis.
Aquí, me baso en el doble trabajo de un artículo de la "Revista de estudios literarios", de la Un. Complutense de Madrid, de la que dejo un enlace para quien quiera leerlo en su totalidad; y en un prólogo, más bien un pequeño y bien documentado estudio, que hace Jesús Palacios en una edición de dicha novela, para la Editorial Valdemar. En pocas palabras, decir que cuando el editor de la revista literaria "La novela corta", Juan Palomeque, decidió publicar un relato más largo escrito por Carrere -que en aquella época, 1924, tenía no pocos seguidores, y publicaba casi cualquier cosa que se propusiera-, se encontró que éste, que nunca destacó por su profesionalidad o fiabilidad como persona y escritor, le entregó un montón de hojas en que se entremezclaba la primera parte de una novela ya publicada, "Un crimen inverosímil", de 1922, con hojas sueltas donde se presentaban personajes y escenas nuevas, escritas a mano o a máquina, con hojas en blanco -simplemente, para hacer bulto- y hasta hojas de periódico. En resumidas cuentas, un material que, por sí solo, apenas valía nada. El bueno de Palomeque ofreció una buena cantidad de dinero a Carrere para que completara la novela -e hiciera "asimilable" una historia que, en parte, sería un refrito de una obra anterior; de acuerdo que muchos lectores no eran demasiado exigentes, ni se daban por enterados, ante semejante caradura, pero todo tenía un límite-, pero el autor dijo que no, que aquello se quedaba como estaba, y él no tenía ganas de seguir, y que tenía otras cosas en mente.
Así pues, Palomeque -uno de los tres "pares de manos" que parieron la novela-, decidió buscar a alguien -tercer "par de manos"- que completara aquel material -el de Carrere, el "segundo par"-. Y para eso contó con un joven escritor de la naciente ciencia-ficción española -los años veinte diez y veinte, hasta principios de los treinta, vieron aparecer la literatura de género española, que la guerra y la dictadura casi aniquilaron-, el, lamentablemente, ya casi olvidado: Jesús Aragón, el inventor del Capitán Sirius, uno de sus personajes más importantes, lo más parecido a un astronauta de la CF hispana de la época. Cerca de dos tercios de la obra sería, en mayor o menor medida, obra de Aragón, y a Carrere habría que reconocerle -se supone-, el casi tercio del principio, y los dos últimos capítulos, que no son, precisamente, lo mejor de la novela. En medio, el "negro" -que es como se ha llamado siempre en España a los escritores de encargo, ocultos, que escriben en nombre de otro más famoso que ellos, literato éste o no- no sólo demostró saber imitar a la perfección el estilo y las temáticas del maestro, sino que no dudó en añadir personajes de otras obras de Carrere, lo que hizo más creíble para los lectores que toda la novela era autoría de éste. Y ver al aventurero y arqueólogo -y cuentista, pero de sus propias "hazañas"- Arnulfo del Arco acompañar a los héroes de la novela, no dejó de ser una grata sorpresa de quienes lo conocían de "La calavera de Atahualpa".
La ciudad subterránea y misteriosa de la novela de Carrere, llevada al cine.
Anuncio -un tanto simple, pero era la época- de la versión cinematográfica de "La Torre de los Siete Jorobados".
Carátula de la versión en DVD, inspirada en imágenes de la película original.
Igualmente, destacar sus relatos plenamente góticos, que escribió en las décadas de los 10 y 20 -más o menos, entre 1916 y 1922, en la revista "La novela semanal"-. La mejor historia, la más truculenta y plenamente gótica -secuestro y asesinato de niñas de por medio- sería "La casa de la cruz"; además de "Un crimen inverosímil", que sería el germen de "La Torre de los Siete Jorobados"; y "Las inquietudes de Blanca María", donde se mezclan brujería y espiritismo en la Castilla medieval y profunda -una época un tanto oscura, ya de por sí-; o "La conversión de Florestán", donde se mezcla lo oscuro y fantasmagórico con un humor negro muy hispano.
Una reunión de aficionados -más bien, crédulos- en el espiritismo, que tuvo mucha fuerza en Gran Bretaña y Rusia en el siglo XIX, pero que continuó teniendo defensores a principios del XX en toda Europa, y también en España.
Tras esta, por ser considerado demasiado afecto al régimen -de forma un tanto exagerada, la verdad, aunque sí que se pegó con demasiada fuerza a individuos poco edificantes; tampoco fue, realmente, para tanto- y por no haber sido autor de "literatura seria" -excepto su poesía, que acabó pasando totalmente de moda, un tanto injustamente, pues no era mal poeta-, fue olvidado hasta hace muy poco, en que gran parte de su obra ha sido reeditada, e, incluso, han aparecido artículos en webs, y hasta blos o páginas completas dedicadas a su persona y obra.
Para ejemplo, este blog, dedicado enteramente a él, y que organiza un concurso literario anual con referencias a sus obras o su persona.
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