Un relato de un concurso literario: "Dedicación absoluta".
El relato original, y el que acabé mandando, para participar en el concurso literario de la librería de mi ciudad.
Hará cosa de un mes, una de las tres librería de Reus, mi ciudad, que en principio prefiero no nombrar, no porque tenga nada malo que decir, sino porque Reus es un pañuelo y nos conocemos todos, aunque sea de vista, y no sé que podrían pensar sobre lo que pudiera escribir, organizó un concurso de micro-relatos, en el que decidí participar. Nos pedían que incluyéramos, en el título o en el texto, la expresión "olor a libro", y que, realmente, no tengo demasiado claro si lo hice como debía, pero, obligatoriamente, también, éste debería tener una extensión muy corta, creo que unos 160 palabras, lo cual me resultó un problema, pues a mí me cuesta contar algo en un espacio tan pequeño.
Así pues, decidí irme a la biblioteca, a escribir en paz y silencio, puse sobre el papel un relato corto, sin pensar en su extensión real, y ya en casa, corregí faltas, le cambié el título y algunas frases, y, una vez pasado al ordenador, decidí grabarlo, porque me gustó como quedó. A partir de esa primera copia, empecé a realizar un auténtico trabajo de poda y reducción forzosa, que me hizo eliminar frases completas, acortar otras y, finalmente, quitar una palabra de aquí, y otra de allá, hasta llegar al número exacto, creo, que me pedían.
Como es de imaginar, no gané. Ni tan siquiera pude asistir -lo que me fastidió bastante, la verdad- a la entrega de premios. Así que no sé cómo serán los relatos ganadores -fueron tres-, aunque teniendo en cuenta que me paso bastante por allá, tal vez pregunte. La curiosidad puede ser un vicio, pero en no pocas ocasiones, un vicio muy entretenido.
Así pues, y como ya puedo hacerlo, he decidido poner aquí las dos versiones de mi relato, la larga y la corta y definitiva. No es que sean gran cosa, lo sé, pero ya que tengo blog, me gusta velo "publicado" de alguna forma.
Esta es la primera versión, la que se podría llamar "extendida":
DEDICACIÓN EXCLUSIVA. (OLOR A
LIBRO: VERSIÓN EXTENDIDA).
Otro
día más, en la ocupada y ¿solitaria? existencia de la bibliotecaria. Una
jornada más, para ordenar lo que parecía ser el recopilatorio definitivo del
saber y la imaginación humanos. Trabajo este, el de conservación, ordenación,
clasificación, restauración y comentario de miríadas de obras, que a Omega
-¿por qué, semejante nombre? Lo imaginaba, pero prefería no pensar más en ello;
demasiado doloroso, el hacerlo- no le resultaba en absoluto penoso. Más bien al
contrario. Tenía la completa seguridad de que había venido al mundo para
acometer, exactamente, tan hercúlea tarea. Se movía, casi flotaba, por aquellos largos pasillos, atestados de obras,
como si estuviera en su propia casa, pues de eso mismo se trataba. Se
enorgullecía de su pericia en su profesión, mientras descubría diariamente
multitud de nuevas obras y autores para ella desconocidos, mientras sentía el
olor a tinta y a papel de viejos tomos, aspiraba polvo de siglos, acariciaba
viejas tapas y lomos de piel, trataba con cuidado extremo milenarias tablillas
de barro cocido, papiros greco-latinos, pergaminos medievales, tomos del
Medievo o el Renacimiento, libros de bolsillo de multitud de ediciones y
editoriales…
Sabía,
al mismo tiempo, y eso le dolía, que su esfuerzo y dedicación, tan concienzudos
que llegaban a ser en ocasiones, y que tanta felicidad le producían cuando se
olvidaba de todo lo que le rodeaba excepto su trabajo, no servirían de mucho.
De nada, realmente, excepto para sí misma. Llevaba años, décadas, realizándolo
en solitario, y sólo para ella, y podría seguir haciéndolo durante siglos,
generaciones, pues para eso mismo fue creada. Omega, la superviviente de las de
su clase, la mejor de todas ellas. La última bibliotecaria, en un mundo muerto,
excepto por los libros que cuidaba y ordenaba. Ella que, curiosamente, ni tan
siquiera era humana. ¿Pero cómo negar a una máquina su humanidad, cuándo es la
última guardiana de la herencia de sus creadores, tanto tiempo ya
desaparecidos, y reducidos a polvo y a un mal recuerdo, excepto el que ellos
mismos dejaron por escrito?
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Y esta la corta, que es la que presenté al concurso. No me gusta especialmente, pero no supe resumirla mejor:
Otro
día más, en la existencia de la bibliotecaria,
ordenando el recopilatorio definitivo
del saber e imaginación humanos. Conservación, clasificación, restauración, comentario de miríadas de obras, que a Omega
no resultaba en absoluto penoso. Tenía la seguridad de que había venido al mundo para
acometer, tan hercúlea tarea. Flotaba
por pasillos atestados; orgullosa,
gozosa, descubría diariamente nuevas
obras y autores desconocidos, mientras
sentía el olor a tinta y papel de viejos
tomos, aspiraba polvo de siglos, acariciaba viejas tapas de piel, trataba con cuidado milenarias
tablillas de barro, papiros greco-latinos, pergaminos medievales, libros de
bolsillo de prosaicas ediciones…
Sabía
que su trabajo no serviría de nada, excepto para sí misma. Llevaba años
realizándolo en solitario. Podría seguir durante siglos. Para eso fue creada.
Omega, última bibliotecaria de un mundo muerto, excepto por los libros que
cuidaba. ¿Cómo negar a una máquina su humanidad, cuándo es la última guardiana
de la herencia de sus creadores, y su recuerdo escrito?
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Buena, pues ya está. La próxima vez, prometo una entrada que me haya trabajado más. Esto lo que escribí en una tarde, pero no en esta, sino hace ya un mes.
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