miércoles, 1 de abril de 2015

La telegrafía óptica, una de esas invenciones olvidadas del siglo XIX.

Por un repentino interés por la ciencia decimonónica, una entrada sobre una forma de comunicación de breve existencia.


En general, la telegrafía, como medio de comunicación, da que pensar en dos cosas que hacen referencia a ésta: que está desfasada y apenas ya nadie la usa, y que se transmite de emisor a receptor por medio de sonidos -de pitidos más largos o cortos, más bien; los famosos puntos y rayas-. Sin embargo, aunque una y otra cosa sean ciertas, también lo es el hecho de que la primera telegrafía fue anterior a la de Morse en décadas, y que se basaba, no en el sonido, sino en señales visuales. Es la llamada telegrafía óptica.


Un invento revolucionario en una época revolucionaria.

En pocas palabras, se podría decir que la telegrafía óptica fue el primer sistema telegráfico de la historia, y usaba para comunicar mensajes señales a distancia.
Si bien ya hubo investigadores e inventores que, en los siglos XVII y XVIII experimentaron con lentes, lo que significó un preámbulo científico para el futuro invento, fue durante la Revolución Francesa (1792), cuando parece que el mundo iba a cambiar para siempre -lo que fue, en cierto modo, cierto- y de forma radical -ahí, no tanto-, cuando algunos científicos e inventores intentaron no sólo enriquecerse o hacerse famosos con sus creaciones o descubrimientos, sino que, muchos de ellos -quizá, incluso, la mayoría, debido a los aires tanto revolucionarios como patrióticos que recorrían de punta a punta el país galo- también intentaron, y a veces consiguieron, que éstos fueran adoptados por el Estado, y beneficiaran a la nación y al pueblo.
Uno de ellos fue el ingeniero lionés -de Lyon- Claude Chappe, que consiguió inventar el primer transmisor de mensajes por vía óptica -de semáforos, se le ha llamado-, y más todavía, conseguir imponerlo a la administración estatal revolucionaria. Y no debió funcionar mal, o, al menos, no se le consideró mal invento, pues Napoleón lo fomentó, y prosiguió, todavía, durante años, en tiempos de la restauración monárquica y más allá. Más adelante, gran parte de Europa tomaría ejemplo, y cada país pondría en práctica sus propias líneas de comunicación óptica.

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A la izquierda, una torre reconstruida, en Arganda del Rey, en España -quizá, la única restaurada, y que podría volver a utilizarse sin problemas-. A la derecha, una ilustración de principios del XIX, donde se reproduce una de las torres de Chappe, menos elaborada, y que sólo permitía transmitir letra a letra.

El invento en cuestión consistía en una serie de torres altas, normalmente de base cuadrada, resistentes y desde donde el operador pudiera ver tanto una como otra torre que estaban, según como se quisiera mirar, delante y detrás de la suya -excepto, claro está, en la primera y última torres del recorrido, que acostumbraban a estar cerca de la costa, o de un lugar poco poblado, o de una frontera, aunque no lo suficiente como para que se pudiera ver algo desde el país vecino, por si acaso-.
Para transmitir, por ejemplo, un mensaje entre dos ciudades entre las que había una distancia importante, el operador, que tenía que estar siempre atento a una y otra torre -razón por la que, muchas veces, no había al mismo tiempo uno, sino al menos dos; era lo que se llamaba "posición o estado de alerta o atención"-, por si los mensajes venían desde una u otro sentido, debía usar un sistema de brazos articulados, maniobrados por él mismo, tras haber aprendido una serie de códigos, que correspondían a letras y números. Así, cuando el operador de la torre emisora mandaba un mensaje a la siguiente, éste -que, antes de empezar a recoger el mensaje, tenía que demostrar estar en "estado de listo o preparado"- debía entenderlo a la perfección -o, al menos, intentarlo, porque parece que siempre hubo problemas de entendimiento-, y, una vez apuntado al completo, mandarlo a la otra torre, esperando que el operador de ésta también estuviera atento y fuera capaz de comprenderlo a la perfección. O algo así. Evidentemente, en ocasiones había problemas para transmitir un mensaje a través de una gran distancia. El segundo operador podía no entender del todo el mensaje del primero, y no saber transmitirlo exactamente como debiera -no sólo por problemas de comunicación, sino por equivocaciones en letras o números-. El tercer operador, el que lo recibía del segundo, podía cumplir a la perfección con su trabajo, o no. Y de ahí que, en ocasiones, diera que pensar si no habría un sistema mejor para comunicar una ciudad con otra.
De todas formas, resultaba mucho más rápido que transmitir mensajes a caballo, pues en aquella época no había medio de comunicación más rápido -en tierra, se entiende-. En poco tiempo, se sustituyeron letras y números por palabras -un sólo símbolo por una palabra completa, o una frase corta, o un mensaje urgente y también corto, recogidos en un "libro de códigos"-, lo que hacía que aprender la simbología fuera más complicado, pero también más práctico. También la forma de transmitir fue mejorando poco a poco.

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Reproducción de una hoja con uno de los primeros códigos de telegrafía óptica. Había una señal por letra, y no por palabras o frases. Era más sencillo de aprender, pero la transmisión, si tenía que recorrer una línea de muchas torres, podía resultar muy lenta.

En su mejor momento, podía comunicar París, en el norte, con Marsella, en la costa mediterránea, en cuestión de pocas horas, mediante un código de cientos de palabras y frases. Existía, sin embargo, un gran problema, o más bien dos: no se podía transmitir por la noche -no había forma de iluminar correctamente, no había instalaciones eléctricas, en aquella época, y las pruebas con faroles no resultaron satisfactorias-, ni en momentos de mala visibilidad, como cuando nevaba o llovía con fuerza. Además, necesitaba de gran número de torres y de operadores bien adiestrados. En cuanto ocurriera algo en una o dos torres, o no hubiera hombres suficientes -por la causa que fuera-, la transmisión podía ser, o muy difícil, o directamente imposible.
Hasta que, en 1845, Samuel Morse consiguió establecer la primera línea de telegrafía sonora en Estados Unidos. Nada menos que desde Boston, en Nueva Inglaterra, hasta Washington, en el centro de la Costa Este -aunque la ciudad esté algo al interior- del país. Una distancia realmente grande.
Ni que decir cabe, que aquello fue el principio del fin. De Estados Unidos llegó pronto a Francia, que en aquel tiempo era uno de los países no sólo más avanzados, sino también más abiertos a novedades científicas y técnicas, aunque países como España tardaron mucho más en abandonarla, por la sencilla razón de que el morse también llegó, como casi todo, más tarde que a gran parte de Europa.
Respecto a España, la telegrafía óptica empezó en 1844, prácticamente al mismo tiempo que empezaba a experimentarse con la eléctrica-sonora. En realidad, a medida que se extendía la primera, llegaba y se popularizaba la segunda, llegando a competir y, finalmente, quedar como única la eléctrica. En 1857 se daba de baja la última línea, la de Madrid-Cádiz -del centro al extremo sur-, por lo que, dicho sistema de comunicación apenas llegó a durar trece años, y expandida por gran parte del país, menos de una década. Y el hecho de que España fuera no sólo un país grande, sino también montañoso, y que hubiera amplias zonas poco o apenas pobladas -Castilla, Aragón, Extremadura- hizo que, realmente, nunca pudiera haber líneas que comunicaran el país al completo, de punta a punta.
El interior de la torre de Arganda. Para más información, se puede entrar AQUÍ.

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