miércoles, 26 de agosto de 2015

Los prerrafaelitas (XXV): John Brett, el paisajista del movimiento que prefirió retratar espacios abiertos antes que personajes.

Un caso un tanto particular de prerrafaelita, cuyo gusto por el paisajismo quizá lo haya condenado a un mayor olvido.


Normalmente no es que escriba dos entradas seguidas dedicadas a los prerrafaelitas, pero debido a mi falta de tiempo, y a que estoy enfrascado escribiendo una novela -bastante calamitosa, pero que me distrae bastante-, no puedo dedicarme a entradas más largas, o que me obliguen a buscar información en varias webs o libros, lo que significa que sólo puedo dedicarme a entradas que me ocupen poco tiempo.


El prerrafaelita que salió al exterior para pintar paisajes.

John Brett (Putney, 1831; la misma población, ya parte de Londres desde 1889, 1902), estudió pintura, como tantos otros, en la Royal Academy, donde ingresó en 1853 -con dieciocho años, que era una edad bastante habitual para formar parte de dicha academia como alumno-, si bien ya se había empezado a formarse como pintor en talleres de otros artistas, como el paisajista James Duffield Harding -que resultó una influencia evidente para sus futuras preferencias temáticas-, o Richard Redgrave -en su momento, un artista bastante famoso, que lo mismo pintaba paisajes, como alguna escena de "Los viajes de Gulliver"; o sobre lo que llamaban "pinturas temáticas", sobre las distintas clases sociales, o trabajadores y profesionales de Gran Bretaña, y que también escribió sobre la historia de la pintura de su país-. Allá, en la Royal, conoció a varios prerrafaelitas, pero con quién trabó mayor amistad fue con William Holman Hunt, además de interesarse por las ideas y visión crítica de John Ruskin,, que fue algo así como el representante y defensor no oficial de la Hermandad, y del movimiento -a pesar de que Millais, uno de sus miembros más importantes, acabara por enamorarse, y después casarse, con su mujer; aunque eso ya es otra historia, pues no parece que él pusiera muchos problemas de que ella marchara con el pintor-. Otro crítico, Coventry Patmore, además del mismo Hunt, le introdujeron en lo que empezó a llamarse "paisajismo científico", que vendría a ser el intento de retratar el paisaje de la forma más realista posible, sin por ello abandonar la magia o belleza que el artista pudiera añadir al cuadro. Tras ello, marchó a Suiza, donde se dedicó a mejorar su técnica, y a trabajar en paisajes topográficos, intentando reproducirlos como si se tratara de retratos personales, en los que se intenta que cuadro y retratado sean lo más parecidos posibles -aunque, tanto en aquella época como en anteriores, no pocos de los retratados en cuestión, sobretodo si se trataba de personajes públicos, o de alto nivel económico, preferían que el artista "mejorara" un poco el original-. En el país alpino conocería a John William Inchbold, también inglés, paisajista y que, en ocasiones, se le asocia igualmente al prerrafaelismo, aunque algunos críticos o historiadores del arte tienen algunas dudas sobre ello -aunque, teniendo en cuenta que su arte era muy parecido al de Brett, tal vez estas dudas estén un poco e más-.


"El picapedrero" (1858), fue su primera obra conocida, y donde ya empezaba a destacar el paisaje por encima de la figura humana, lo que hizo que, en ocasiones, se le considerase prerrafaelita más porque él mismo -y Ruskin- afirmaba serlo, que porque su temática fuera la misma que los fundadores de la Hermandad.

"El valle de Aosta" (1858, expuesto en 1859), fue su consagración como artista "científico" y ultradetallista. Fue comprado por Ruskin, quien le aconsejó, precisamente, que fuera a Italia a conocer dicho pequeño valle alpino. Otros críticos no fueron tan entusiastas. 

"Florencia desde Villa Brichieri (1863). La ciudad todavía conservaba la huella del Renacimiento, y del poder de los Medici, a pesar de llevar ya tiempo durmiendo un sueño de decadencia y tranquilidad. Los artistas y "turistas del arte" extranjeros la visitaban en sus viajes por una Italia en transformación y unificación nacional. En el cuadro, se ve que todavía conservaba la muralla. Ala izquierda, en la parte inferior del cuadro -muy pequeño-, el cementerio judío de la ciudad.

"El glacial de Rosenlaui" (1856), lo pintó durante su estancia en Suiza, donde se encuentra dicho glacial.


En 1858, Brett expuso "El picapedrero", que fue una de sus obras más famosas. Aunque el personaje del cuadro, el picapedrero en cuestión, retratado mientras realiza su trabajo durante la construcción de un camino, está realmente bien pintado, y aparece en la parte central -como aparente protagonista- del cuadro, es el fondo el que acaba teniendo ese mismo protagonismo, más que la figura humana. Su detallismo y precisión, casi fotográficos, la forma de trasladar a la pintura cada detalle geológico, la luz y las sombras, la vegetación, hace que el crítico y activista artístico John Ruskin, al que ya conocía de antes de marchar a Suiza, lo valorara de tal forma, que su nombre empezó a sonar cada vez más como uno de los grandes paisajistas que estaban por venir.
Ruskin le comentó que, ya que era tan extraordinariamente hábil retratando paisajes, que fuera al Valle de Aosta, en el extremo noroeste de Italia -un pequeño valle montañoso, alpino, fronterizo con Francia, y donde se habla el occitano- para realizar una obra que acabara por confirmar que estaba llamado a ser un gran artista en un futuro cerccano- Él marchó, pues, a Italia, pintó el paisaje, volvió en 1859, consiguió -de nuevo- grandes críticas de Ruskin -que ya se había transformado en su protector-, y hasta le compró el cuadro, si bien otros críticos no fueron tan efusivos, y pensaban que Ruskin exageraba un tanto, debido a su amistado con el pintor, y por estar seriamente comprometido con el movimiento prerrafaelita en su conjunto, más allá de los miembros de la Hermandad.
Probablemente, algunos pensaron que una visión tan científica, tan exacta, de un paisaje a la hora de retratarlo, le restaría cierta alma o magia. Pero él siguió con su estilo, y sus viajes a Italia en la década de 1860, algo tan habitual entre los artistas británicos -consagrados, promesas, o supuestos más que reales-, y en los amantes del arte en general. Se podría decir que Italia fue el primer país europeo en que los británicos empezaron a viajar como turistas, aunque fuera un turismo cultural y artístico, que poco o nada tiene que er con la mayoría de turistas británicos de hoy en día, y aunque sólo una pequeña parte de la población se podía permitir semejantes viajes, que a veces duraban meses, o acababan en largas temporadas viviendo y trabajando -o no- en el país. Él, sin embargo, intentó que su arte también tuviera algún tipo de significado moral y religioso, que no se viera como una copia exacta de la realidad sin más, como harían un botánico o un naturalista con dotes artísticas, y siguió a teniendo a Ruskin como uno de sus referentes artísticos y morales.
A partir de la década de 1870, fue abandonando el estilo prerrafaelita, y se dedicó a pintar marinas, donde describía la costa y los habitantes del sur de Gran Bretaña, con el mismo detallismo y luminosidad que le dedicó a bosques, valles y montañas. Él conocía bien el paisaje y la cultura de la costa -británica o mediterránea-, debido a que compró un barco, con el que surcó el Mediterráneo.
Además, se dedicó con seriedad a la astronomía, mundo que le atrajo desde su infancia, e, incluso, consiguió ser elegido miembro de la Royal Astronomic Society, en 1871.



"Círculo de piedras en Dartmoor" (1878), donde retrata un grupo de menhires en tierra británica.


"El fin de la tierra: Cornualles", donde representa la costa sur-occidental de Inglaterra, la tierra córnica, la más céltica (y más, en aquella época, cuando todavía se hablaba un poco la lengua autóctona, el córnico-, y quizá, la más salvaje, misteriosa y fascinante.


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