miércoles, 14 de octubre de 2015

La vuelta al mundo de Nellie Bly, y otras historias que contar: de periodista infiltrada, a corresponsal en México ( I ).

La mujer que dio sentido a la expresión "periodismo de investigación", y fastidió a Jules Verne.


En tiempos en que el periodismo era un oficio heroico, una lucha a muerte entre dueños de periódicos, y una nueva forma de informar e influir en el pueblo, una chica se enfadó con un artículo que leyó en su casa.

Hacía tiempo que no le dedicaba una entrada más o menos larga a algún personaje femenino, a no ser que se dedicara a la pintura -y ni aún así, pues pintoras, lamentablemente, ha habido pocas a lo largo de la historia, debido, principalmente, a la sociedad machista, en cualquier momento o lugar, que impedía, o al menos dificultaba, la existencia de artistas femeninas-, así que, antes de que no tenga tiempo para dedicarle al blog, ni mucho ni poco, intentaré escribir un poco sobre una mujer a caballo entre dos siglos, el XIX y el XX, en un mundo todavía muy sexista, pero cambiante, y que en su momento, cuando todavía era extremadamente joven, consiguió una enorme fama: se trata de la periodista y escritora Nellie Bly.
Nellie nació con el nombre de Elizabeth Jane Cochran -aunque en determinado momento, decidió cambiarlo por Cochran, con una "e" al final-, en un pequeño pueblo de Pensilvania, en la Costa Este de Estados Unidos, el cinco de mayo de 1864, cuando todavía sonaban los cañones de la Guerra de Secesión Norteamericana, la guerra entre el Norte y el Sur, que costaría cientos de miles de muertos, y estuvo a punto de hundir a la naciente potencia -todavía no superpotencia- estadounidense. Aquel pueblo se llamaba Cochran's Mills, "Los molinos de Cochran", y no era casualidad de que la niña recién nacida llevara el mismo apellido que el pueblo donde nació, pues lo fundó su propio padre, o más bien, fue él quién le dio el nombre. Michael Cochran era un obrero que, con su esfuerzo y el dinero ahorrado, compró el molino, la fábrica, y gran cantidad de tierra de los alrededores donde trabajaba, y lo que en principio era un villorrio sin un nombre propio, acabó llevando su nombre. Aún así, eso no le hizo tan rico como más adelante se supondría, pues la guerra aunque no hizo peligrar la seguridad de la familia, sí acabó casi arruinándola, y Cochran y los suyos, emigraron a Pittsburgh en 1880, ciudad que, con el paso del tiempo, acabó absorbiendo Cochran's Mills.
En la ciudad del norte, con una población en gran parte de origen alemán, y donde la industrialización había comenzado años antes de la guerra, Nellie -o Elizabeth Jane- empezó a ir a un internado, pero muy poco después tuvo que dejarlo, porque su familia se acabó quedando sin fondos. Así pues, el supuesto origen económicamente elevado de la futura periodista fue más un mito posterior que otra cosa: antes de la guerra, cuando los Cochran vivían bien, ella no había nacido, y desde su nacimiento, hasta bien pasada la posguerra, a lo sumo fueron una familia de clase media de la época, que en un lugar como Estados Unidos, lo mismo podían ascender social y económicamente por medio del trabajo y la cultura, como, en menos tiempo de lo que cabría imaginar, podían unirse a la mayoría de la población de clase obrera y campesina, que apenas tenía para sobrevivir y poco más.
En aquella casa, donde el dinero no sobraba, y no se podían permitir el disfrutar de la variedad de la cultura que estaba a disposición de la élite, pero donde el trabajo duro, la determinación, el respeto por uno mismo y los demás, y el no aceptar lo que se consideraba inaceptable, sí que llegaba la prensa. Y entre esta naciente prensa, cada vez más popular e influyente, se leía el "Pittsburgh Dispatch", un diario bastante conservador, donde Nellie -que apenas rondaba en aquella época los quince o dieciséis años, leyó un artículo claramente machista y misógino, pero que en aquellos tiempos era considerado un ejemplo de lo que se consideraba socialmente admisible, o incluso obligado de aceptar: que las mujeres tenían en la sociedad un rol muy determinado, el ser buena esposa, buena madre, y buena ama de casa, además de buena cristiana, y poco más le quedaba. Se llamaba "What girls are good for", que se podría traducir por "Lo que han de ser las buenas chicas", donde no había mucho más aparte de escobas, cocinas y niños. Y obediencia al marido, amo de la casa -porque lo de "ama de casa", más bien iba por las mujeres de origen social alto, que aparte de tener algunas oportunidades que no disfrutaban las de las clases menos pudientes, si es que tenían interés en aprovecharlas, también gozaban de la ayuda de servicio doméstico, por lo que sí que podían ejercer, hasta cierto punto, de "amas", como las antiguas dominas romanas y sus ejércitos de esclavos-, pues no pocas mujeres, más que señoras, estaban condenadas a ser presas de su propio hogar. Aquello molestó tanto a la joven -adolescente, más bien-, que no dudó en escribir al periódico, no sólo criticando, sino desmontando las tesis sexistas de quién escribió el artículo.

Nellie Bly, con veinte o veintiún años, parece que durante su estancia en México, pero ya trabajando como periodista para el "Pittsburgh Dispatch". Se hizo famosa por, entre otros artículos, uno en que se hacía pasar como trabajadora de una fábrica de cajas, donde mujeres de origen humilde, muchas de ellas inmigrantes -sobretodo alemanas, pues la inmigración alemana e irlandesa eran las más numerosas en aquella época-, sufrían una explotación flagrante.

En aquella época, y también mucho más adelante, hasta bien entrado el siglo XX, no sólo era normal que muchos lectores escribieran a los periódicos, con la intención de que sus cartas fueran publicadas, sino que también, en no pocas ocasiones, eran respondidas por periodistas, o por, incluso, el mismo director del medio. En otras ocasiones, varias cartas, con opiniones contrapuestas, acababan en acalorados debates entre lectores, siendo el periódico, en la práctica, sólo el lugar donde podían dirimir sus diferencias. Y también podía pasar, que alguno de aquellos escritores anónimos llamara tanto la atención, que lograra, incluso, ser "fichado" por el diario en cuestión. Y eso es lo que hizo George Madden, el director del "Pittsburgh Dispatch", que pensó que aquella iracunda jovencita, que con toda seguridad él pensó que tenía más edad de la que realmente disfrutaba, era sangre nueva para su periódico, así que le ofreció trabajar para él. Con toda seguridad, la lectora que le envió su carta bajo el seudónimo -bastante habitual, lo de no usar su auténtico nombre, tanto en lectores como en periodistas- de "La chica huérfana solitaria" -en aquella época, no está demasiado claro, no parece que Nellie fuera huérfana, pero sí que sus padres se habían divorciado; la delicada situación económica que ella y su madre sufrían, debía ser, en parte, a causa de ello- debió resultarle a Madden alguien fascinante. Jovencísima, pero también muy segura de sí misma, así que le propuso que, usando el mismo seudónimo, siguiera escribiendo, pero ahora, artículos para él. Como pensó que el apodo de la huérfana solitaria sonaba un poco triste e, incluso, poco serio, decidió que usara el de Nellie Bly, casi calcado del título de la canción "Nelly Bly", de un tal Stephen Foster, y donde, curiosamente -o no-, también el compositor ponía a la tal Bly como ejemplo de buena chica, formal, trabajadora, decente, y que sabía cual era su sitio en la sociedad. Probablemente, según dijo la misma periodista, y debido a que en aquella época los derechos de autor no eran todavía conocidos -o no se tomaban en serio-, el sobrenombre real tendría que haber sido Nelly, pero por algún error de escritura, o simplemente porque a Madden le sonaba mejor, se quedó en Nellie, y se acabó. Al poco, Elizabeth-Nellie también cambió la forma de su apellido.

Parte del doodle que Google dedicó a Bly, que se pudo ver en numerosos países, aunque no en España.

Y el doodle en cuestión, musical y más largo de lo habitual, casi un minimetraje de animación.

Bly escribió lo que ahora se llamarían artículos de investigación, principalmente sobre la explotación de las mujeres obreras en las fábricas, o las que servían en las casas de familias pudientes, pues no tenía problema en introducirse en cualquier ambiente social, o intentar hablar con quién fuera. Pero como era de imaginar, ni el director ni ningún veterano periodista -o no tanto- estaba contento de tener a aquella adolescente entrando y saliendo del periódico, escribiendo de cosas que estaban "hechas para hombres" o que, simplemente, podrían resultar incómodas para sus lectores -por lo visto, bastante conservadores, como la sociedad de Pittsburgh en general, a quien no le agradaba que aquella jovencita les sacara las vergüenzas a la vista, lo que, seguramente, no sólo significó una oleada de cartas de críticas furibundas, sino también amenazas de retirada de anuncios o cancelación de suscripciones. Así pues, que acabó relegada a lo que se llamaba "sección de mujeres", o sea, crítica sobre libros u obras de teatro -poco, pues por lo menos significaba tratar temas culturales-, o dar su opinión sobre moda, peluquería, cocina, buenas maneras y comportamiento respetable -o como se quisiera llamar el ser "una mujer respetable"- y jardinería. Por lo que fuera, la jardinería era considerado algo muy femenino -sobretodo si había flores de por medio-, pero sólo si hacía referencia a los jardines de las casas; los parques y jardines urbanos, eran cosa seria, o sea, de hombres.

Una de las fotos más conocidas de Nellie Bly. Realmente, tampoco hay tantas, pues en su época, la mayoría de la gente, o no se podía permitir, o no tenía interés en fotografías, o se hacía fotografiar más bien poco. Incluso ella, que llegó a ser extraordinariamente famosa tras su vuelta al mundo, era más conocida por dibujos que por fotos reales.

¿Cuál fue, cansada ya de escribir sobre vestidos y jardines, su forma de protestar? Marcharse por su cuenta a México. En aquella época, el vecino del sur todavía no estaba inmerso en la que se llamaría Revolución Mexicana -y que en realidad, fue una suerte de golpes de estado, revoluciones populares, contra-revoluciones, gobiernos democráticos, autoritarios o directamente dictatoriales, y acciones de auténticos revolucionarios, como Zapata, junto a otros como Villa, que era más un señor de la guerra que un auténtico líder popular-, sino que estaba gobernado por el dictador Porfirio Díaz. Todo el mundo sabía que Díaz era un tirano, pero era también un "guardián del orden" -estadounidense, se entiende-, en que las grandes empresas  y gobiernos del vecino del norte colaboraban con la oligarquía político-económica nacional en repartirse las riquezas a costa de la mayoría. Como era de suponer, Nellie Bly no se conformó con describir el país y sus gentes -tal vez, no pocos estadounidenses se sorprendieran un poco, cuando Nellie les hablaba de museos, teatro y ópera; México no era, para nada, tan atrasado como se pensaban-, sino también la situación económica, política y social de al menos el 90% de la población, que iba desde la clase  media-baja, los obreros explotados, los campesinos que, en su mayoría, vivían en la más absoluta miseria, y una parte de la población que apenas tenía para sobrevivir. Si sobrevivía. Y el hecho de querer conocer la realidad del país a través de sus periodistas, le hizo conocer la nula libertad de prensa de la que disfrutaban, así como el riesgo de cárcel que más de uno no sólo sintió de cerca, sino que padeció tras los barrotes. Y aquello molestó mucho, sobretodo a las autoridades mexicanas, que cuando se dieron cuenta del material incendiario que aquella, aparentemente, atractiva y simpática muchacha estaba enviando al país vecino, amenazaron con detenerla. Y parece que, finalmente, la amenaza podría haber acabado en realidad, así que decidió marcharse deprisa y corriendo a Estados Unidos, donde no poca gente empezaba a conocer su nombre, y a reconocerla con lo que, más adelante, se llamaría "periodismo de investigación" -si bien, lo que hizo en México más bien sería trabajo de corresponsal, o más bien, casi de "freelance", pues aunque dependía del Dispatch, ella actuaba de forma independiente-, pero donde, también, se ganó las reprimendas de su director, y muy probablemente, de gente más importante e influyente que él, que no deseaba ni que se airearan las vergüenzas del régimen mexicano, ni de la colaboración de Díaz y la oligarquía nacional con las grandes empresas y los intereses estadounidenses.

Porfirio Díaz, dictador de México entre 1884 y 1911 -también ocupó el cargo en un par de ocasiones, de forma interina, en épocas anteriores-. Hacía muy poco que gobernaba cuando Bly viajó a su país, y en Estados Unidos -y también entre parte de la población mexicana- era visto entre un líder fuerte, y un mal menor contra la anarquía.

De aquel viaje y aventura, que hizo con apenas veintiún años, y que duró medio, salió su primera obra en forma de libro -tiempo después, se entiende, porque en aquella época, todavía era casi desconocida fuera de su ciudad-: "Seis meses en México".
Aquel viaje también significó algo más: la marcha de Nellie del Dispatch -no está demasiado claro si por renuncia voluntaria, despido, o una mezcla de todo ello-. En 1887, decidió marchar a Nueva York, la capital no oficial de Estados Unidos, y ya en aquella época, centro cultural, económico y tecnológico en todos los aspectos. Estuvo cuatro meses pateándose la Gran Manzana, sin conseguir que nadie le diera trabajo, ni tan siquiera en publicaciones de poca tirada, más por su condición de mujer que por otra cosa -aunque apenas tuviera veintidós años, casi veintitrés, en aquella época, una mujer con esa edad ya era considerada completamente adulta para todo, así que su juventud no tenía por qué ser un obstáculo insalvable-, hasta que, cuando apenas le quedaba un centavo para sobrevivir, se encontró con ese gigante del naciente poder de la prensa, discutible y con su cara oscura, pero también personaje extraordinario: Joseph Pulitzer.

Pero esa ya es otra historia.

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