Los prerrafaelitas (XLVI): La Hermandad y la cultura oficial (1.-); John Ruskin.
Un crítico, John Ruskin, fue su máximo valedor, y la Royal Academy, que desconfió de ellos, acabó acogiéndolos con orgullo.
El prerrafaelismo fue, tanto desde el punto de vista de estilo, como de visión que tenía del arte y la vida -y del arte en la vida-, una pequeña revlución -o no tan pequeña, pues fue creciendo poco a poco, hasta ser la corriente más representativa de la Época Victoriana, y todavía ejerce una gran influencia en la Gran Bretaña moderna-. Era de suponer, pues, que los críticos conservadores, que eran casi todos, no vieran con buenos ojos a aquellos "jóvenes airados", o "románticos desesperados", como la serie británica. Y también resultaba lógico que la Royal Academy, la institución artística más importante del Imperio Británico, escuela y sala de exposiciones al tiempo, además de acoger a multitud de artistas -realmente, dichos organismos, todos con el Royal por delante, acababan por decidir quienes eran los artistas, literatos, exploradores, científicos, etc., serios y de confianza, y quienes sólo advenedizos y charlatanes-, tuviera sus reservas para admitir que sus antiguos alumnos no eran unos presuntuosos que intentaban ocultar su supuesta falta de aptitudes artísticas con palabras huecas y una, supuestamente, atractiva forma de vida bohemia y poco recomendable.
Sin embargo, Millais, Rossetti y Holman Hunt, de forma curiosa, casi desconcertante, consiguieron convencer al gurú de la crítica artística, John Ruskin, para que les apoyara en prensa, exposiciones y actos sociales. Tal vez, Ruskin era mucho menos conservador, y más abierto de mente, de lo que podría haberse pensado en un primer momento.
John Ruskin, el "pope" de la crítica artística: qué es buen arte, y qué no.
Ruskin (1819, en Londres; 1900, en Bratwood, en el norte de Inglaterra), fue un hombre nacido en una familia de clase media-alta -su padre era comerciante de vinos-, que habría de ser no sólo el crítico de arte más influyente de su época -quizá, de cualquier época; al menos, en su país-, sino también escritor, y hasta reformador social y filósofo político -se cree que influyó, incluso, en Gandhi-.
Fundó una escuela de dibujo -era un buen dibujante y acuarelista-, y escribió críticas y ensayos sobre paisajistas, defendió a William Turner, uno de los grandes pintores de la primera parte del siglo XIX, llegando a convencer a la National Gallery para que le dejaran trabajar con los miles de documentos y obras que dejó el pintor a su muerte, y al que los prerrafalitas y contemporáneos suyos, años después, considerarían anacrónico y un tanto pasado de moda, de forma un tanto exagerada e injusta -Turner no sólo era un gran artista; probablemente, fue el primer gran pintor que tuvo Gran Bretaña-, y sus libros tuvieron tanto éxito, que acabó siendo considerad, siendo aún muy joven, no sólo un experto en arte, sino el máximo exponente de esteta, de especialista y de hombre capaz de encontrar lo mejor -y lo peor- en cada obra, de saber qué valía o no la pena ver, y en resumen, se pensaba que cualquier artista, actual o anterior a su época, que él defendiera, debía, como mínimo, ser tenido en cuenta. Si Ruskin te señalaba como alguien a quién tener en cuenta, era como si lo hiciera con una barita mágica. De ahí que los miembros de la Hermandad, años después, hicieran lo imposible para no sólo conocerlo en persona, sino para agradarle, y conseguir venderle -si hiciera falta, regalarle, incluso- alguna obra de todos y cada uno de sus -tres- miembros principales, sino que presumiera cno sus amistades de sus recientes descubrimientos. Era la mejor forma de abrirse paso en el difícil mundo de la pintura.
El crítico y escritor, en 1863.
"El palacio ducal de Venecia". Dibujo realizado por Ruskin en uno de sus viajes por Italia.
"Casas antiguas en Ginebra". Ruskin no sólo visitó Italia, sino también Suiza, enamorado de su naturaleza. Lo hizo con su amigo y protegido, el paisajista John Brett.
"Abbeville" (1852), otro de los dibujos de Ruskin.
Ruskin retratado por Millais (1854), a quién ayudó a conquistar su mujer. Un triángulo amoroso que dio mucho que hablar en su época, y que incluso hoy en día llama no poco la atención.
"Un estudio, en marzo", de John William Inchbold, uno de los paisajistas, junto a John Brett, el considerado "paisajista del prerrafaelismo", que fueron amigos y protegidos de Ruskin. Burne-Jones, que se unió a la Hermandad, junto a su amigo William Morris, años después de su formación, también estuvo en ese selecto grupo. Del resto de prerrafaelitas importantes, Morris tenía buena relación con él; con Millais siempre hubo -a pesar de todo- respeto mutuo; con Rossetti, su amistad acabó truncada por el carácter del pintor, con Siddal, hubo aprecio y apoyo, pero al final acabó por desentenderse de ella; y con Holman Hunt, nunca se entendió bien.
Su idea de la belleza era doble: la que se puede notar mediante los sentidos, y la que constituía el trabajo, esfuerzo e imaginación del artista que la había creado.
Tuvo amistad con Millais y con Rossetti. Con el segundo, acabó rompiendo, teniendo en cuenta la diferencia de carácter de los dos hombres. El caso de Millais, ya se ha comentado varias veces, es un tanto extaño: su amistad sobrevivió a la separación de Ruskin y su esposa, Effie Gray, que se casó, al poco con Millais. Por lo visto, el mismo Ruskin favoreció dicha relación. La sexualidad del crítico siempre ha dado que hablar, no sólo en su época, sino hoy en día. Hay historiadores que piensan que Ruskin se sentía atraído, de forma casi platónica,nada sexual -no era un pederasta, en resumen- por niñas o pre-adolescentes. A su esposa, Effie, la conoció con apenas doce años, siendo aún una niña. Pero claro, Effie creció, se hizo mujer, y cuando deseó tener relaciones sexuales, y un trato de mujer adulta, por parte de su marido, se dio cuenta, sorprendida y con desagrado, que aquel hombre no era capaz de tener sexo con ella, ni con ninguna otra mujer. Se embobaba con niñas, con jovencitas, pero una mujer adulta, aunque fuera una veinteañera, parecía espantarlo. Sencillamente, no sabía ni qué hacer, ni como comportarse.
Fue crítico con la revolución industrial, y expresó su desagrado por la explotación laboral de obreros y trabajadores del campo. Sus cartas y artículos fueron leídos y comentados. Se le considera socialista utópico, aunque con los pies en la tierra -no defendía una revolución, y menos violenta, sino más bien, el intentar cambiar el estado de las cosas desde dentro, de forma más o menos callada, pero trabajando de forma continua; en eso, se parecía a William Morris, que recibió no poca influencia política y filosófica de quién consideraba uno de sus maestros-.
Respecto a si se le podría considerar un auténtico defensor, sin fisuras, del prerrafaelismo, la respuesta podría ser, simplemente, que sí, sin duda. Ruskin fue, en cierto modo, su líder, más que espiritual -tal vez, esa figura sería Rossetti; Siddal, por cierto, si liderar nada, no dejaría de ser, también, un símbolo y musa de enorme importancia en la Hermandad-, intelectual. Los defendió siempre que pudo, y como pudo. Y gracias a él -y a su arte, claro está-, ocuparon un espacio en la cultura británica tan importante, que la pintura, la ilustración o la fotografía -entre otras cosas- siguen recibiendo su influencia, hasta hoy mismo.
Effie Gray, pintada por Thomas Richmond -que no era un prerrafaelita, sino un academicista-. Cuando hizo el retrato, Effie todavía estaba casada con Ruskin.
Entre otras obras, escribió una autobiografía inacabada, y obras de arquitectura -entre ellas, una sobre sus viajes por Venecia, una ciudad que le entusiasmaba-, pero también de temáticas tan aparentemente incompatibles con su carácter como la geología o la ornitología -un tema, los pájaros, que siempre ha interesado a muchos británicos-. Hoy en día, sus obras, básicamente, sólo se pueden conseguir en inglés, y con dificultad, aunque buscando en internet, tal vez uno se pueda llevar sorpresas. También fue un exitoso conferenciante.
Respecto a otras relaciones con mujeres, aparte de Grey, a destacar dos. Una, fue con Lizzi Siddal, a quién compró pinturas y dibujos, y a quién consideró una artista casi autodidacta -aprendió de su marido, Rossetti, pero nunca asistió a academia alguna-. Sin embargo, su ruptura con Rossetti, el carácter y la mala salud de Siddal -depresiva, enferma, cada vez con menos ganas de vivir- acabó por separarlos. Ruskin reconoció tanto sus dotes artísticas, como su necesidad de atención y ayuda, pero en determinado momento, parece que el crítico perdió el interés de ser su "protector" y promotor. Tal vez, porque Siddal, en determinado momento, estaba más interesada en su mundo, y en el láudano, que en el arte. Y las infidelidades y control autoritario de su marido, no es que le ayudaran mucho, precisamente.
La otra mujer, o más bien niña, de su vida, fue Rose La Touche. Se trataba de una joven, más bien de una niña -él la conoció con diez años- perteneciente a una familia francesa de origen francés de clase alta. Él se dio cuenta de que era una artista en potencia, y deseó, literalmente, adoptarla como aprendiz, protegida y maestro, pero la familia no estuvo nunca mucho por la labor. Realmente, tuvieron poco contacto directo, y los La Touche, decidieron separar a su hija de Ruskin, Cuando la joven cumplió los veintiún años -mayoría de edad-, Ruskin intentó casarse con ella, pero su familia la separó del crítico de forma definitiva. Para Ruskin fue un golpe muy duro -tuvo incluso problemas mentales por ello, de los que no llegó a recuperarse nunca del todo-, mientras que ella enloqueció del todo -se habló de un corazón roto, anorexia, y otras muchas cosas-, fue ingresada en un manicomio, y falleció a los veintisiete años, en 1875.
Rose La Touche, con doce años, en un retrato que le hizo Ruskin, en 1861. La década de los 60 de XIX fue una de las mejores épocas en la vida del crítico, cuando todavía creía que, cuando Rose llegara a la mayoría de edad, se casaría con él.
Una de sus frases, en las que criticaba la restauración de edificios antiguos:
"La restauración es la más completa destrucción que puede sufrir un edificio. Restaurar un edificio es destruirlo para crear falsas copias e imitaciones".
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