Los prerrafaelitas (XLVII): La Hermandad y la cultura oficial (y 2.-): la Royal Academy, Lady Trevelyan, y las críticas de Charles Dickens.
La Hermandad, por fuerza, chocó, pero también colaboró, o recibió ayudas, de la llamada "cultura oficial".
La Royal Academy of Arts, principal institución del arte británico, desde el siglo XVIII.
Mucho se ha hablado aquí de la ya famosa Royal Academy, que no sólo era una escuela -o academia, si se traduce literalmente-, de arte, sobretodo -aunque no sólo- de pintura, sino también un espacio donde podían exponer alumnos y ex-alumnos, e incluso, por invitación, artistas que no habían estudiado nunca allí. También era una de las muchas sociedades culturales del Imperio Británico donde se reunían, ayudaban, y a veces se enfrentaban -aunque no siempre a la vista de los demás- los mejores, y otros no tanto, de los practicantes de determinado arte, investigación, oficio o dedicación. Un ejemplo de ello son las asociaciones de arqueólogos, lingüistas y exploradores. Y de artistas, evidentemente, hubo varias.
La Royal Academy of Arts, como resulta casi lógico en un país como Gran Bretaña, que aunque avanzado y abierto al futuro, defiende y conserva sus tradiciones de forma casi obsesiva -en no pocos casos, por suerte -¡Ojalá en otros países sucediera lo mismo!-, todavía sigue existiendo, y gozando de buena salud.
En Época Victoriana, y años después, cada exposición de la Royal Academy era un acontecimiento social. En no pocas de ellas, se daban a conocer nuevos artistas, y los consagrados, que en ocasiones contaban con legiones de auténticos fans, presentaban sus nuevas obras.
"El consejo de la Royal Academy, seleccionando cuadros -o pinturas- para la exposición de 1875", de Charles West Cope (1876), muestra cómo se decidía qué podía, y qué no, ser expuesto en cada exposición anual.
La academia fue creada en el siglo XVIII, por un enfrentamiento entre dos artistas -algo bastante habitual en la historia, por lo demás-. Dentro de una organización más antigua, y ya desaparecida, la Sociedad de Artistas, hubo un enfrentamiento, seguraente más personal que artístico, entre dos de sus principales miembros: los arquitectos William Chambers, y James Paine. Paine acabó venciendo la disputa, y siguió dirigiendo la Sociedad, pero Chambers, que era sir, y tenía conexiones con el gobierno y la corona -no hay como conocer la gente adecuada en el momento y el lugar precisos-, obtuvo el derecho para crear otra institución artística que, realmente, no dejaba de ser competencia directa de la que ya existía, porque eran de la misma naturaleza. Aquello sucedió en 1768, y en ese momento, resultaba difícil pensar que la Real Academia de Artes -traducida al español- acabaría por imponerse, y a la larga hacer desaparecer, a la Sociedad de Artistas, y que sería una de las principales instituciones culturales no sólo del país, sino de toda Europa. En ese año de 1768, contaba con treinta y seis miembros, de los cuales dos eran mujeres, y siete extranjeros -cuatro italianos, un francés, un suizo, y un norteamericano, si bien en ese momento, debía ser considerado súbdito británico, pues las Trece Colonias de Norteamérica todavía no se habían proclamado independientes-.
Esa importancia, conseguida con el tiempo, fue debida, principalmente, a dos razones: la primera, al peso político, económico y cultural que obtuvo Gran Bretaña no sólo en el continente, sino en todo el mundo, pues llegó a ser, con diferencia, la primera potencia mundial en casi todos los aspectos; la segunda, que a partir de mediados del siglo XIX, el número de artistas de renombre que aparecerían en Gran Bretaña sería enorme, cuando hasta ese momento, fue más bien modesto, y la mayoría de ellos, o estudiaron en la Royal Academy, o expusieron o se unieron a ella.
Su primer presidente fue el pintor Joshua Reynolds, que podría considerarse, también, el primer gran artista pictórico de Gran Bretaña -escultura y arquitectura tenían su importancia, pero en cuestiones de fama o prestigio para la nación, no tenían tanta importancia como la pintura; y en cuestiones literarias, las Islas Británicas hacía ya tiempo, por lo menos desde Shakespeare, que contaban con un acerbo cultural importante-. Teniendo en cuenta que era la segunda mitad del siglo XIX, se puede entender que Reynolds, que visto desde la posteridad, no deja de ser un gran pintor, fuera aclamado como gloria nacional, porque, al contrario que los llamados países latinos -Italia, España, Francia-, o centroeuropeos -Alemania, Flandes, lo que ahora es Holanda-, Gran Bretaña no contaba todavía con un gran pintor de fama, como mínimo, nacional, y que pudiera medirse con artistas contemporáneos, o anteriores a él, de otros países del continente. A partir de los años veinte del siglo XX, la institución fue renovada, tanto en cuestiones de enseñanza, como de funcionamiento interno. Hoy en día, acepta estudiantes de arte de postgrado, de cualquier país del mundo, y que pueden realizar hasta dos exposiciones al año, y realiza otras de todo tipo de corrientes artísticas. Y como cabe imaginar, cuenta con tienda, restaurante y, también, con una web que indica todas las novedades y exposiciones. Y para el que la quiera visitar, dejo aquí un enlace.
Al no recibir ayuda o apoyo económico de las administraciones, funciona solamente con los ingresos obtenidos de sus exposiciones, donaciones, y pequeños beneficios de venta en tienda o restauración. Aunque hay una mayoría de pintores, dibujantes o ilustradores, existe un cupo mínimo para que estén mínimamente representadas todas las artes. Debe haber, al menos, catorce escultores, y doce arquitectos, mientras que el número total de afiliados -miembros de la Academia, o académicos- es de ochenta, si bien también hay un número indeterminado e ilimitado de asociados, para los que no es necesario ser académico -haber estudiado allá, o conseguir el ingreso en la Academia-.
Respecto a cómo trato la Academia a los prerrafaelitas, no deja de ser un tanto lógico que, considerándose sus miembros como los guardianes del arte británico más genuino, no vieran con muy buenos ojos a aquel puñado de jóvenes revolucionarios, que después de haber estudiado y mejorado sus técnicas en las aulas de la institución, donde se conocieron e hicieron amigos, tuvieran pensado, en cierto modo, acabar con todo lo establecido. El apoyo de John Ruskin fue importante, cierto, porque era considerado un auténtico gurú por todos los expertos y aficionados al arte del país, pero también habría que reconocer que los miembros de la Academia, por mucho que quizá fueran, como los veían Rossetti, Hunt y compañía, un puñado de tipos viejos, aburridos y vestidos de negro, acabaron por considerarlos como grandes artistas. En realidad, algunos de los miembros más importantes del movimiento en sentido amplio, no sólo fueron miembros de la Academia, sino que llegaron a ser presidentes de ella, como fueron los casos de John E. Millais -que como Hunt, pasado un tiempo, tendieron a pintar obras más "conservadoras", al contrario que Rossetti o Burne-Jones, que siguieron trabajando con un estilo cada vez más revolucionario -Burne-Jones fue considerado como uno de los iniciadores del simbolismo, un estilo en parte hijo del prerrafaelismo, pero dispuesto a ir "más allá-, o como Edward Poynter, Frank Dicksee o Frederic Leighton. John William Waterhouse sería otro prerrafaelita que formó parte de la institución, así como J.M. Turner, que, tras Reynolds, fue el segundo gran pintor británico.
Hoy en día, es, al menos en parte, un museo que cuenta siempre con nuevas y atractivas exposiciones, que además cuenta con una biblioteca, una colección propia de obras que forman su fondo artístico, y la posibilidad de aportar donativos, y ser considerado "amigo" de la institución. Es un organismo que, actualmente, no recibirá, quizá, la visita de tantos turistas como otros monumentos de Londres, pero sí es muy querida y estimada por los londinenses que conocen y disfrutan de su ciudad todo el año.
Lady Trevelyan, mecenas del prerrafaelismo.
De Lady Trevelyan, la verdad, no sabía nada hasta hace sólo unos días, cuando descubrí su nombre en un pequeño vídeo de youtube, donde se hablaba de varias casas, más bien mansiones, que tenían algún tipo de relación -importante, eso sí- con el prerrafaelismo. Una de ellas, era la de esta dama, con una historia lo suficientemente interesante como para que, en su país, le hayan dedicado un libro sobre su vida y obra de mecenazgo, y la relación directa que tuvo con no pocos de los principales artistas, básicamente prerrafaelitas o cercanos a ellos, de su tiempo. Libro que, ciertamente, sólo podría tener un éxito de ventas y público, como mínimo aceptable, en la misma Gran Bretaña, donde todo lo que tenga que ver con el movimiento, aunque sea de forma transversal o secundaria, despierta interés entre parte no pequeña de la población.
Pero también se puede hablar de ella sin necesidad de un libro completo. Aunque, claro está, el interés es mucho menor, porque Lady Trevelyan, como se diría hoy en día, se lo supo montar muy bien.
Pauline Trevelyan era hija de un clérigo, de familia económicamente modesta, casi pobre, pero atractiva y, sobretodo, inteligente, de mente abierta, y con ganas de llenarla con todo tipo de conocimientos y sensaciones. De soltera Pauline Jermyn, se casó con sir Walter Trevelyan, un hombre bastante mayor que ella, al que conoció a través de una pasión conjunta por algo tan aparentemente poco romántico como la geología -algo que, sinceramente, sólo podría pasar en Inglaterra-. Sir Trevelyan era, además de un rentista rico -muy rico-, un filántropo, abstemio, vegetariano y pacifista. En resumidas cuentas, para la sociedad de la época, un tipo raro, pero al mismo tiempo relativamente común: el prototipo de británico excéntrico, aunque cada uno de esos excéntricos lo era un poco a su manera.
Pauline debió encontrarse, desde el principio, a gusto, viviendo con aquel hombre que la acepta tal cual es, y sin importarle su origen social, como también debió agradarle la mansión familiar de éste, Wallington Hall. Pero de algo no había duda: aquella enorme y típica casa de campo británica se veía muy vacía, y nada mejor que llenarla de arte. A ser posible, del que creaban los nuevos pintores de la época, pues, más allá de Reynolds o Turner, hasta bien entrado el siglo XIX -la época en que vivían los Trevelyan- no se podía decir que los británicos hubieron dado a la luz muchas obras de arte. Así que decidió ejercer de mecenas, y consiguió que la casa, y ella misma, como anfitriona y centro de reuniones sociales y artísticas, resultaran un imán para aquellos jóvenes dispuestos a poner la cultura oficial británica del revés. Por allá pasaron Ruskin -que debió ser una especie de maestro y apoyo moral e intelectual de Trevelyan; su amistad con él fue tanta, que cuando rompió su matrimonio con Effie Gray, fue de las pocas personas que lo apoyó sin reservas-, los Rossetti -Dante Gabriel, y tal vez Elizabeth Siddal; cuando se habla de "los Rossetti", no se está seguro si acudieron los hermanos de Dante, pues William abandonó pronto la crítica y la poesía para ser funcionario del Imperio, aunque se escribía con Pauline, y Christina fue poeta, no pintora, y siempre fue un poco a la suya, aunque nunca dejó de estar unida al resto de sus hermanos-, el poeta Swinburne, lo que hace pensar que Christina sí podría haber acudido allá, al menos, en alguna ocasión -el prerrafaelismo fue, sobretodo, pintura y dibujo, algo de escultura, pero también poesía, aunque su parte literaria no haya tenido tanto éxito a la hora de ser "redescubierta" hoy en día-, Millais -que se apuntaba a todo, y que era, además, el más "sociable" de la Hermandad-, el historiador y ensayista escoces thomas Carlyle, etc.
Y claro está, el término "mecenas" significaba tanto donación económica, como compra de cuadros, incluso cuando el resto de clientes no es que fueran ni abundantes ni generosos, o el apoyo social que cualquier artista de la época necesitaba para que los miembros de la alta sociedad compraran sus obras, o en su lugar, administraciones u organismos de todo tipo.
Wallington Hall, a la muerte de Pauline Trevelyan, podría habérsele considerado un auténtico museo. Y realmente, eso es hoy en día. Al estar en una zona rural lejana a Londres, básicamente recibe visitas de británicos, que conocen los museos de su país más allá de las grandes urbes, pero para cualquiera que contara con tiempo y ganas, visitar la casa-museo es toda una experiencia.
Existe un libro donde se habla de la vida y obra de los esposos, y de otros miembros de la familia, hasta prácticamente la época actual, "Una familia muy británica. Los Trevelyan y su mundo", de una de sus últimos miembros, Laura Trevelyan.
Dos cuadros, de forma ovoide -habitual de la época- de Pauline y Walter Trevelyan.
"Los fundadores de la Royal Academy of Arts", de Johann Zoffanny. Estos "padres fundadores", muy probablemente, no podían imaginar cuantos artistas saldrían, o expondrían, en la academia que acababan de fundar.
Su primer presidente fue el pintor Joshua Reynolds, que podría considerarse, también, el primer gran artista pictórico de Gran Bretaña -escultura y arquitectura tenían su importancia, pero en cuestiones de fama o prestigio para la nación, no tenían tanta importancia como la pintura; y en cuestiones literarias, las Islas Británicas hacía ya tiempo, por lo menos desde Shakespeare, que contaban con un acerbo cultural importante-. Teniendo en cuenta que era la segunda mitad del siglo XIX, se puede entender que Reynolds, que visto desde la posteridad, no deja de ser un gran pintor, fuera aclamado como gloria nacional, porque, al contrario que los llamados países latinos -Italia, España, Francia-, o centroeuropeos -Alemania, Flandes, lo que ahora es Holanda-, Gran Bretaña no contaba todavía con un gran pintor de fama, como mínimo, nacional, y que pudiera medirse con artistas contemporáneos, o anteriores a él, de otros países del continente. A partir de los años veinte del siglo XX, la institución fue renovada, tanto en cuestiones de enseñanza, como de funcionamiento interno. Hoy en día, acepta estudiantes de arte de postgrado, de cualquier país del mundo, y que pueden realizar hasta dos exposiciones al año, y realiza otras de todo tipo de corrientes artísticas. Y como cabe imaginar, cuenta con tienda, restaurante y, también, con una web que indica todas las novedades y exposiciones. Y para el que la quiera visitar, dejo aquí un enlace.
Al no recibir ayuda o apoyo económico de las administraciones, funciona solamente con los ingresos obtenidos de sus exposiciones, donaciones, y pequeños beneficios de venta en tienda o restauración. Aunque hay una mayoría de pintores, dibujantes o ilustradores, existe un cupo mínimo para que estén mínimamente representadas todas las artes. Debe haber, al menos, catorce escultores, y doce arquitectos, mientras que el número total de afiliados -miembros de la Academia, o académicos- es de ochenta, si bien también hay un número indeterminado e ilimitado de asociados, para los que no es necesario ser académico -haber estudiado allá, o conseguir el ingreso en la Academia-.
La Royal Academy of Art, donde, además de exposiciones, se pueden recibir clases, en Burlington House, en Londres.
Una vista del interior: la Galería II, desde la Galería I.
Una fotografía de una de sus exposiciones de verano, donde se entremezclan parte del fondo artístico de la institución, con nuevas adquisiciones.
Lady Trevelyan, mecenas del prerrafaelismo.
De Lady Trevelyan, la verdad, no sabía nada hasta hace sólo unos días, cuando descubrí su nombre en un pequeño vídeo de youtube, donde se hablaba de varias casas, más bien mansiones, que tenían algún tipo de relación -importante, eso sí- con el prerrafaelismo. Una de ellas, era la de esta dama, con una historia lo suficientemente interesante como para que, en su país, le hayan dedicado un libro sobre su vida y obra de mecenazgo, y la relación directa que tuvo con no pocos de los principales artistas, básicamente prerrafaelitas o cercanos a ellos, de su tiempo. Libro que, ciertamente, sólo podría tener un éxito de ventas y público, como mínimo aceptable, en la misma Gran Bretaña, donde todo lo que tenga que ver con el movimiento, aunque sea de forma transversal o secundaria, despierta interés entre parte no pequeña de la población.
Pero también se puede hablar de ella sin necesidad de un libro completo. Aunque, claro está, el interés es mucho menor, porque Lady Trevelyan, como se diría hoy en día, se lo supo montar muy bien.
Pauline Trevelyan era hija de un clérigo, de familia económicamente modesta, casi pobre, pero atractiva y, sobretodo, inteligente, de mente abierta, y con ganas de llenarla con todo tipo de conocimientos y sensaciones. De soltera Pauline Jermyn, se casó con sir Walter Trevelyan, un hombre bastante mayor que ella, al que conoció a través de una pasión conjunta por algo tan aparentemente poco romántico como la geología -algo que, sinceramente, sólo podría pasar en Inglaterra-. Sir Trevelyan era, además de un rentista rico -muy rico-, un filántropo, abstemio, vegetariano y pacifista. En resumidas cuentas, para la sociedad de la época, un tipo raro, pero al mismo tiempo relativamente común: el prototipo de británico excéntrico, aunque cada uno de esos excéntricos lo era un poco a su manera.
Pauline debió encontrarse, desde el principio, a gusto, viviendo con aquel hombre que la acepta tal cual es, y sin importarle su origen social, como también debió agradarle la mansión familiar de éste, Wallington Hall. Pero de algo no había duda: aquella enorme y típica casa de campo británica se veía muy vacía, y nada mejor que llenarla de arte. A ser posible, del que creaban los nuevos pintores de la época, pues, más allá de Reynolds o Turner, hasta bien entrado el siglo XIX -la época en que vivían los Trevelyan- no se podía decir que los británicos hubieron dado a la luz muchas obras de arte. Así que decidió ejercer de mecenas, y consiguió que la casa, y ella misma, como anfitriona y centro de reuniones sociales y artísticas, resultaran un imán para aquellos jóvenes dispuestos a poner la cultura oficial británica del revés. Por allá pasaron Ruskin -que debió ser una especie de maestro y apoyo moral e intelectual de Trevelyan; su amistad con él fue tanta, que cuando rompió su matrimonio con Effie Gray, fue de las pocas personas que lo apoyó sin reservas-, los Rossetti -Dante Gabriel, y tal vez Elizabeth Siddal; cuando se habla de "los Rossetti", no se está seguro si acudieron los hermanos de Dante, pues William abandonó pronto la crítica y la poesía para ser funcionario del Imperio, aunque se escribía con Pauline, y Christina fue poeta, no pintora, y siempre fue un poco a la suya, aunque nunca dejó de estar unida al resto de sus hermanos-, el poeta Swinburne, lo que hace pensar que Christina sí podría haber acudido allá, al menos, en alguna ocasión -el prerrafaelismo fue, sobretodo, pintura y dibujo, algo de escultura, pero también poesía, aunque su parte literaria no haya tenido tanto éxito a la hora de ser "redescubierta" hoy en día-, Millais -que se apuntaba a todo, y que era, además, el más "sociable" de la Hermandad-, el historiador y ensayista escoces thomas Carlyle, etc.
Y claro está, el término "mecenas" significaba tanto donación económica, como compra de cuadros, incluso cuando el resto de clientes no es que fueran ni abundantes ni generosos, o el apoyo social que cualquier artista de la época necesitaba para que los miembros de la alta sociedad compraran sus obras, o en su lugar, administraciones u organismos de todo tipo.
Wallington Hall, a la muerte de Pauline Trevelyan, podría habérsele considerado un auténtico museo. Y realmente, eso es hoy en día. Al estar en una zona rural lejana a Londres, básicamente recibe visitas de británicos, que conocen los museos de su país más allá de las grandes urbes, pero para cualquiera que contara con tiempo y ganas, visitar la casa-museo es toda una experiencia.
Existe un libro donde se habla de la vida y obra de los esposos, y de otros miembros de la familia, hasta prácticamente la época actual, "Una familia muy británica. Los Trevelyan y su mundo", de una de sus últimos miembros, Laura Trevelyan.
La entrada, de Wallington Hall, llamada también Salón Trevelyan, diseñada por John Dobson -data de 1853/4-. La casa al completo es un espléndido museo.
Una de las estatuas que se pueden encontrar en el Salón Trevelyan.
A Charles Dickens no le gustaban los prerrafaelitas.
Poco que añadir aquí, pues Dickens, sin necesidad de hablar de sus trabajos de crítico literario, o de prerrafaelitas o pintores varios de por medio, no dejará de ser nunca uno de los grandes genios de la literatura británica -y literatura, a secas- no sólo de su tiempo, sino de todos los tiempos.
Sin embargo, es un ejemplo de hombre culto, en general abierto de mente, extraordinario escritor, que no por todo ello tenía por qué estar de acuerdo con las nuevas corrientes o aires que se respiraban en la pintura británica de la segunda mitad del XIX. Nada que objetar, pues todo el mundo tiene derecho a tener sus propios gustos, y Dickens era, en general, seguidor de lo que se llamaba en la época "pintura academicista". Lo que se diría, la pintura de toda la vida, vamos.
Dickens, que no siempre fue el gran escritor que llegó a ser, ejercía, ya se ve, como crítico literario. Y en una ocasión, tras asistir a una exposición de John E. Millais, escribió críticas furibundas sobre lo que consideraba una pintura repugnante. ¿Lo que menos le había gustado? Un cuadro, famoso ya, en que Millais retrataba a la Sagrada Familia -Jesús, María y José- como una familia más, en el taller de carpintero del padre putativo del futuro crucificado. Para Dickens, aquello era insultante, y de tremendo mal gusto. Más adelante, Dickens y Millais se hicieron buenos amigos, pero antes de eso, parece que llegaron, incluso, a discutir en más de una ocasión. Por lo visto, el problema es que Millais pintó a Jesús y sus padres como "personas normales", tal como podrían haber sido en la realidad, y no cómo ejemplares de personajes bellos, casi tocados por la gracia divina. En resumidas cuentas, no eran "suficientemente atractivos", por decirlo de forma clara. Hoy en día, el intento de reaismo de Millais nos parecerá normal, e incluso lógico, pero aquellos eran otros tiempos, y a los personajes bíblicos, había que pintarlos, por decirlo así, "como Dios manda".
"Cristo en casa de sus padres" (154), de John E. Millais. La pintura que enfureció a Dickens.
¿Llegó Dickens a encontrar atractiva la pintura de Millais, y de otros prerrafaelitas? Sí, pero años después, cuando la mayoría de ellos se fueron acercando a lo que él consideraba "pintura de toda la vida", o académica. Aún así, todos y cada uno de ellos guardaron cierta personalidad propia, y lo más importante, e innegable, habían cambiado el arte para siempre, dentro y fuera de su país.
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