Paradoxografia, o cuando los griegos antiguos escribían sobre países lejanos que sólo conocían de oídas.
O dicho de otro modo: un estilo literario no tan noble y elevado como la tragedia o la poesía, pero que también tenía su público.
Hacía ya un tiempo que no escribía nada, pero la falta de eso mismo, de tiempo, y también un poco de ganas, hizo que tuviera el blog un tanto abandonado.
Pero dejando aparte este pequeño comentario, sin ningún interés por sí mismo, preferiría escribir de un vocablo, y de lo que él significa, que viene a cuento por un artículo que leí en un periódico -no recuerdo cual, la verdad-, que creo que hablaba de política y de políticos -imagino que españoles, o quizá de griegos, o europeos en general, no recuerdo bien; claramente, no estuve muy atento a lo que el artículo de marras decía-, y allá usaba la palabra "paradoxografos", creo que era, así que, milagrosamente, recordando tan curiosa palabra -y digo milagrosamente, porque mi memoria no es que sea gran cosa que digamos, y menos todavía para palabras que he escuchado por primera vez en mi vida- y me pasé un rato buscando por la red, a ver de qué se podía tratar.
Historias sobre países remotos, pueblos extraños, o fenómenos inexplicables o milagrosos, o simplemente todavía poco conocidos.
Como cualquier otra sociedad, los griegos antiguos, incluyendo como tales a los macedonios, y siguiendo con los romanos -que no dejaron de ser, en cierto modo, un pueblo helenizado en muchos sentidos-, existía lo que se llamaría una alta y baja culturas. O sea, una cultura de élites, y otra popular. Al menos, en teoría, pues muchas veces se entrecruzaban, y lo que a los que vivimos estos tiempos nos parece un teatro, una poesía, o una historiografía quizá difíciles de comprender, por una razón tan simple como que se trata de parte de una sociedad que existió al menos veinticinco siglos antes de nuestra época, y que consideramos una cultura elevada, profunda, pero también un tanto abstrusa, oscura, para sus contemporáneos, era algo de lo más común y habitual, eran las obras de teatro que iban a ver siempre que pudieran permitírselo, y la literatura que leía cualquiera que no fuera analfabeto y que tuviera un mínimo interés por las letras. En no pocas ocasiones, incluso, tanto la poesía como la prosa se leía en público, se recitaba, así que hasta los que no tenían la suerte de haber aprendido a leer podían disfrutar de ellas. Pero dejando aparte el detalle de que, muy probablemente, el nivel cultural de una parte importante de la población libre de Atenas, o de otras ciudades griegas, o de Roma o Persia, era mucho mayor de lo que podríamos pensar, es cierto que también existía otro tipo de literatura, más ligera, no especialmente realista, pero tampoco estrictamente fantástica, porque trataba, simplemente, de "lo otro". De países apenas conocidos, de pueblos que podrían ser considerados salvajes no sólo -o no siempre- por su nivel cultural, sino por lo extraño de sus costumbres, o, simplemente, por hechos del pasado -lejano o presente- que no parecían tener explicación, como tampoco parecían tenerla fenómenos naturales o de otro tipo.
A todo eso, que era un totum revolutum, que dijeron sus primos romanos, donde se entremezclaba un poco de todo -desde literatura más que apreciable, a deseos de dar explicaciones más o menos plausibles a fenómenos extraños, pasando por la superchería y el puro cuento- se le dio por llamar paradoxografía. género, o sub-género, que hoy en día podría calificarse de "literatura pulp", o simplemente "de género", pues formaba uno en sí mismo. Se decía que gustaban de leerla, casi de devorarla, tanto los niños y jóvenes, como las chicas que parecían tener, curiosamente, tanto o más interés por las gentes de la legendaria India, o la lejana Iberia, que por relatos de amor y cortejo, así como gentes, en teoría, de poca cultura, así como los llamados "nuevos ricos" -bueno, la expresión no es que se haya dejado de utilizar, precisamente-, que querían demostrar que ellos también eran asiduos lectores. Eso sí, de lo que a ellos les daba la gana. En resumidas cuentas, aunque no pocos supuestos "intelectuales" negaban que leyeran aquella supuesta basura, la paradoxografía tuvo siempre un público lo suficientemente amplio, en Grecia, el mundo helénico y más allá, como para existir durante siglos. Y si, pasado el tiempo, se dejó de usar dicha palabra, más allá, quizá, del Imperio Bizantino -al fin y al cabo, un estado griego, por mucho que sus habitantes siempre le llamaran Imperio Romano-, fue porque adoptó otros nombres y formas. Al fin y al cabo, y salvando mucho las distancias, tanto los libros de caballerías, como los de viajes -escritos, en no pocas ocasiones, por autores que no habían salido de su país, y casi ni de su ciudad-, no dejan de ser deudores y sucesores suyos.
Sobre quienes eran los que escribían todo aquello, no es que hayan quedado ni muchos nombres de autores, ni de obras ni, lamentablemente, partes íntegras -o casi- de ellas. A veces eran auténticos mercenarios literarios, o más bien escritores que sobrevivían como podían, ofreciendo sus obras a editores -porque también los había, en la Antigüedad- que tenían una buena cantidad de copistas, normalmente -aunque no siempre- esclavos, que hacían copias de los textos más populares durante todo el día. Era el problema de una época en que no existía la imprenta, pues, aunque las obras literarias acostumbraban a ser cortas -no eran libros de cientos de páginas, sino, en la práctica, grandes royos de papel que se extendían y enrollaban para ir leyendo su contenido-, no se podían copiar lo que se dice en un momento. Estos textos, por lo demás, parece que eran poco extensos, o más bien debían escribirse, copiarse y "publicarse" -o sea, salir al mercado- por capítulos o partes. Según el éxito, o lo que el autor lograra reunir, averiguar o inventar, así serían de largos, si alguien se molestaba en completar la serie entera. Y parece que sí los hubo, pues en escritos posteriores, se hace referencia a la obra completa de autores más antiguos que el que la comenta, y no siempre, por lo visto, eran simple perorata. Había escritores de calidad, y algunos de ellos debieron ser viajeros o, si no filósofos o sabios, sí gente instruida y curiosa.
Unos cuantos, de estos casi desconocidos, misteriosos, personajes.
La verdad es que pocos nombres han llegado hasta nuestros días. Y en algunos casos, son sólo eso: nombres, pues apenas tenemos más que la lista de sus obras, o poco más. He aquí unos pocos, con la inestimable ayuda de la wikipedia, porque, al menos en español, es difícil encontrar algo más sobre ellos:
Paléfato, sería uno de los más antiguos, pues vivió en el siglo IV a.C, y sería, posiblemente, contemporáneo de Alejandro, o de sus inmediatos sucesores. Escribió "Sobre fenómenos increibles", aunque está tan poco claro la identidad de este autor,que no se sabe bien si se trataba de un solo individuo, de más de uno con el mismo nombre, o que al Paléfato original se le reconocen obras que, muy probablemente, él no escribió. En realidad, su obra es más bien una reconstrucción, pues es posible que lo que se conserva de él sean restos de varias consecutivas y de temática parecida. Se le conoce por una obra, la "Suda", que es una especie de enciclopedia bizantina, donde se puede ver una enorme lista de autores y obras, tanto de autores griegos, helénicos o romanos, paganos o romanos. Algunos de ellos -y de las obras- se conocen solamente gracias a dicha obra, que además está incompleta, así que, a la hora de reconstruir esta parte de la literatura greco-romana -y más aún, la más antigua-, toda investigación es una serie inacabable de puzzles a completar, y donde siempre faltan piezas.
Arato, escribió "Fenómenos" (240 a.C.; debe ser casi la única obra de la que se sabe con casi total exactitud cuando fue escrita). Se trata de un poema -algo raro, en este género- donde intenta explicar fenómenos atmosféricos inusuales, que él considera señales de los dioses. En cierto modo, era algo bastante habitual de la época, ver señales divinas en fenómenos atmosféricos o naturales extraños, sin explicación lógica, o que parecían fuera de lugar o de tiempo -en el momento del año en que transcurrían-. Y además, el acudir a los dioses para explicar lo desconocido, era una fórmula tan vieja como atractiva, a la par que socorrida. Vivía -y se ganaba la vida- en la corte del rey macedonio Antígono II, uno de los sucesores de Alejandro -aunque no por sangre, sino porque su padre se quedó con el pequeño reino helénico a la muerte del conquistador del mundo-, y es considerado el mejor de los autores de paradoxografía. En realidad, siendo poeta, bueno no sólo en la rima, sino en saber usar un lenguaje claramente arcaizande -deseaba imitar a Homero, y a poetas todos anteriores a su época- y en hacer que una poesía en teoría didáctica también pudiera ser épica, le ganó el respeto de los griegos alejandrinos -Alejandría era, en aquella época de reinos helénicos, la mayor ciudad de cultura griega del mundo, como de los romanos, tan admiradores de todo lo griego, que quizá olvidaron un tanto el desarrollar una cultura propia que tuviera más espíritu plenamente romano. También escribió otras obras, entre ellas algunas de contenido médico -no era tan raro, que un poeta con interés por la astronomía, pues de eso trataba en cierto modo "Fenómenos" también se acercara al mundo de la medicina o la anatomía humana-, pero se han perdido, como gran parte de lo que se escribió a lo largo de la Antigüedad.
Antígono de Caristo. Vivió y escribió a lo largo del siglo III a. C. Como la mayoría de los paradoxógrafos, fue hijo de la llamada época helenística, posterior a la división del enorme imperio de Alejandro, que había extendido la lengua y cultura griega -y a los griegos, como pueblo- por gran parte del mundo conocido, y parte también del hasta hacía poco, desconocido. Antígono vivió un tiempo en Atenas -que ya no era lo que fue en tiempos de Pericles, ciertamente, pero aún era un centro de cultura de primer orden, o casi-, para marchar más adelante a la ciudad de Pérgamo, en Asia Menor -la parte más occidental de la Turquía asiática-, capital del reino helenístico del mismo nombre, para ser un protegido del rey Átalo I. Escribió "Vidas de los filósofos", conservándose una parte de esa obra -aunque parece que se basó mucho, tal vez demasiado, en obras de reconocidos autores anteriores, como Diógenes Laercio-, pero sobretodo, destacó por su "Colección de historias maravillosas", que se conservan completas. Aquí parece que, aún siendo hombre culto y viajado, también se basó, principalmente, de obras anteriores, en este caso, nada menos que de Aristóteles, el maestro del mismo Alejandro Magno. Sobre si el Antígono escritor y amigo del rey Atalo I, y el escultor del mismo nombre -parece que aficionado a la escritura; para ser más exacto, a escribir sobre su propia obra escultórica- eran la misma persona, es más que probable que no fuera así, sino que se tratara de personas distintas, pues en aquella época, los griegos no tenían apellidos familiares, y en no pocas ocasiones, resulta fácil encontrar a varios individuos de la misma época que se llamaban igual. Aunque tampoco resulta imposible lo contrario. Tal vez algún descubrimiento próximo de la respuesta a estas dudas.
Flegón de Trales, liberto del emperador Adriano, y que con toda seguridad debió acompañarlo en, al menos, algunos de sus muchos viajes por todo el imperio -aparte de ser perfectamente bilingüe, en griego y en latín-, escribió, en el siglo II de nuestra era -por tanto, ya en época imperial romana- "Libro de las maravillas", donde, él sí, se deja de geografía, zoología o meteorología con algún viso de verosimilitud científica, para entrar directamente a relatar historias de fantasmas -lemures, los llamaban los romanos; en realidad los animales de Madagascar con el mismo nombre lo llevan debido a que, a los primeros europeos que los vieron, les parecieron fantasmas, y optaron por un nombre latino antiguo, que quedaba más realista y culto-, seres como los centauros -que aún en aquellos tiempos, pasada ya la época dorada de la antigua Grecia, eran considerados seres totalmente reales por no poca gente-, hermafroditas -otro ser que llamaba la atención de los antiguos, hombre y mujer, macho y hembra al tiempo-, esqueletos gigantes -que quizá podrían haber sido de dinosaurios u hombres prehistóricos de gran altura; en realidad, durante la Edad Media, y más allá, se siguió considerando huesos de humanos de enorme tamaño los que, en realidad, correspondían a animales, normalmente extinguidos en época inmemorial-, y demás personajes y hechos ya no insólitos, sino que, hoy en día, todavía se incluirían en lo que, de forma genérica, se llamaría "el misterio". Con toda seguridad, Flegón, en nuestro tiempos, se habría ganado bien la vida, hablando de todos estos seres misteriosos, o miembros de la llamada criptozoología -animales que supuestamente existen, pero que nadie puede dar pruebas reales de ello-, y habría escrito más de un libro, si no de éxito, si lo suficientemente bien vendido como para no tener que dedicarse a otros temas. Y ya no digamos, lo que podría dar de sí en televisión o en la red de redes. Flegón era de origen griego -o helénico, que no era exactamente lo mismo-, pero ya formaba parte del nuevo mundo, el de la Roma imperial, cuyo dominio abarcaba no sólo la totalidad de las riberas norte y sur del Mediterráneo, sino mucho más allá. Aparte de su "Libro de las maravillas", que debió poder realizar gracias a lo mucho que debió escuchar y aprender tanto en Roma como en provincias, se le debe una segunda obra -al menos, conocida-: "De los casos de longevidad", donde habla sobre las personas centenarias que él había conocido, si no en persona -al menos, sí a muchos-, de oídas, y donde también se incluyen algunos extractos de oráculos sibilinos. Estos oráculos, en teoría,deberían formar parte del libro de la Sibila de Cumas, la más famosa y legendaria de las adivinas de la Antigüedad, aunque quizá también podrían ser oráculos posteriores, tal vez escritos por judíos helenizados o primeros cristianos, que usaron el personaje de la Sibila para profetizar el nacimiento de Cristo, entre otras cosas -algo no tan difícil, pues al fin y al cabo, profetizaban cosas que ya habían ocurrido-.
Hubo otros, sin duda. Griegos o semi-griegos, y también romanos, si bien estos últimos, en no pocas ocasiones, eran también griegos, pero o con ciudadanía romana, o, los más antiguos, habitantes de las provincias, y parte de la población de la República y el Imperio Romanos. Por tanto, debían ser bilingües, o fueron publicados por romanos -de nacimiento o adopción- que sí lo fueron. No ha podido llegar hasta la actualidad gran cosa, pues eran obras que, si bien en su momento pudieron ser populares, más adelante, se fueron olvidando -algo parecido a los best-sellers actuales-. Respecto a si el tipo de literatura en cuestión, se fue perdiendo, de eso nada. Se escribieron y publicaron obras parecidas, tanto en el Imperio Bizantino, como el el mundo árabe-musulmán, como en la Europa Medieval. Y en no pocas ocasiones, para dar verosimilitud a los escritos -en ocasiones, reflexiones o estudios de tierras lejanas, o pueblos y animales casi desconocidos; en otras ocasiones, pura fantasía, o auténticas majaderías-, no se dudaba en indicar que estaban basados en tratados y trabajos anteriores, de autores clásicos, y uno de ellos, Aristóteles, era el más reivindicado. En realidad, es dudoso pensar que el sabio griego llegara a escribir no sólo todo lo que realmente se le atribuye, sino lo que se supone que escribió. Los apócrifos considerados "escritos de un pseudo-Aristóteles"- que han ido apareciendo a lo largo de los siglos son ingentes.
Los estados helenísticos, nacidos tras el hundimiento del Imperio Alejandrino. Incluye el estado griego de Bactriana, cuya escisión más sud-oriental daría paso al llamado Imperio Greco-indio -su nombre real, no se conoce; se trata de uno puesto por historiadores posteriores-.
También hubo autores plenamente romanos, que escribieron sobre temas maravillosos o inexplicables, pero total o casi totalmente, se han perdido. Se sabe que Cicerón se interesó sobre el tema, pero es que Cicerón escribió sobre muchas cosas -aunque, lamentablemente, se ha perdido casi todo-. También Marco Terencio Varrón, amigo de Pompeyo Magno, perdonado por César, que entendió la inteligencia y sabiduría de aquel hombre, que lo nombró director de las primeras bibliotecas públicas de Roma. El más importante de todos, sin embargo, fue posterior a ellos:
Claudio Eliano (siglos II-III), que vivió y escribió en tiempos de Septimio Severo y Heliogábalo, en tiempos ya del Bajo Imperio. Son celebres dos obras suyas: una sería "Sobre la naturaleza de los animales", donde, basándose en conocimientos propios y ajenos -Aristóteles, por ejemplo, que estudió e investigó sobre todo lo imaginable, y cuyo nombre sería usado durante siglos para defender todo tipo de teorías científicas, algunas aberrantes o completamente superadas-, habla largo y tendido sobre costumbres y curiosidades del mundo animal. Aunque pudiera incluir algunos animales mitológicos, en general, sería más bien una obra sobre ciencias naturales, o zoológica. La otra, "Varia historia", o "Historias variadas o diversas" -por traducirlo de alguna forma- es un auténtico cajón de sastre, una miscelánea de todo tipo de temas que dejó perplejo a los historiadores, donde se pueden encontrar anécdotas o resúmenes de la vida de filósofos, poetas, dramaturgos o historiadores griegos -él era romano de nacimiento, origen y cultura, pero prefería todo lo griego, y en griego más o menos arcaico, o arcaizante, escribía; quizá, la Roma de su época no le atraía demasiado-, pero también sobre cualquier otro tema que él consideraba interesante: mapas y planos; ejemplos de buenos y malos gobernantes o héroes; diversidad de costumbres en cuestión de matrimonios, entierros y amoríos y sexo; y hasta consejos de cómo ser un buen pescador de caña -ya se sabía que los romanos sabían usar cañas para pescar, pero no se tenían datos tan exactos de cómo lo hacían-. "Sobre la providencia", y "Manifestaciones divinas" son obras conservadas sólo en parte, gracias a la "Suda", la ya nombrada enciclopedia bizantina, donde se nombran trabajos, pero también se pueden leer extractos bastante amplios de algunas de ellas. En realidad, no se tienen más ejemplos o restos de una y otra, si no fuera por este curioso y amplísimo -e incompleto, lamentablemente- texto bizantino, nada sabríamos de ellas. Respecto a "Cartas de un granjero", se supone que es una forma de hablar sobre las costumbres y la forma de vida del campo, aunque él, parece ser, era hombre de ciudad. En ocasiones decía haber conocido tal o cual región del Imperio, pero en otras ocasiones -ya se dijo más arriba- presumía de no haber salido nunca de Italia. Así que es difícil tener una idea exacta de su biografía. Tal vez viajara, pero poco, y el resto lo dejara a sus conocimientos, conocidos, textos leídos, o simple imaginación. En alguna ocasión, parece haber estado realmente en Grecia, pero cuando se es gobernado por individuos como Septimio Severo, Caracalla, Macrino o Heliogábalo, es lógico que se sueñe con vivir en otro lugar, y también en otros tiempos.
No habría sido raro que otros autores, como Pitágoras o Arquímedes, pudieran haber escrito algo sobre el tema, pero por el momento, no ha aparecido nada. Y es difícil que aparezcan obras desconocidas de autores de la Antigüedad, pero no hace poco -hace ya tiempo hice una entrada sobre ello- se descubrieron unos versos de la legendaria Safo de Lesbos, la mejor poeta de la Grecia antigua.
Así que nunca se sabe.
El centauro fue un ser mitológico -no exactamente un animal, por tratarse de un "ser pensante", en parte humano- que en su tiempo fue considerado totalmente real, más que Pegaso o el Minotauro, que muchos griegos -y más todavía, los romanos- consideraban personajes de mitos, más que seres que, con toda seguridad, existieron tal como dichas historias los describían.
El hipogrifo -mezcla de caballo y águila-, fue otro animal fantástico, que hasta bien entrada la Edad Media, fue considerado real.
Los estados helenísticos, nacidos tras el hundimiento del Imperio Alejandrino. Incluye el estado griego de Bactriana, cuya escisión más sud-oriental daría paso al llamado Imperio Greco-indio -su nombre real, no se conoce; se trata de uno puesto por historiadores posteriores-.
También hubo autores plenamente romanos, que escribieron sobre temas maravillosos o inexplicables, pero total o casi totalmente, se han perdido. Se sabe que Cicerón se interesó sobre el tema, pero es que Cicerón escribió sobre muchas cosas -aunque, lamentablemente, se ha perdido casi todo-. También Marco Terencio Varrón, amigo de Pompeyo Magno, perdonado por César, que entendió la inteligencia y sabiduría de aquel hombre, que lo nombró director de las primeras bibliotecas públicas de Roma. El más importante de todos, sin embargo, fue posterior a ellos:
Claudio Eliano (siglos II-III), que vivió y escribió en tiempos de Septimio Severo y Heliogábalo, en tiempos ya del Bajo Imperio. Son celebres dos obras suyas: una sería "Sobre la naturaleza de los animales", donde, basándose en conocimientos propios y ajenos -Aristóteles, por ejemplo, que estudió e investigó sobre todo lo imaginable, y cuyo nombre sería usado durante siglos para defender todo tipo de teorías científicas, algunas aberrantes o completamente superadas-, habla largo y tendido sobre costumbres y curiosidades del mundo animal. Aunque pudiera incluir algunos animales mitológicos, en general, sería más bien una obra sobre ciencias naturales, o zoológica. La otra, "Varia historia", o "Historias variadas o diversas" -por traducirlo de alguna forma- es un auténtico cajón de sastre, una miscelánea de todo tipo de temas que dejó perplejo a los historiadores, donde se pueden encontrar anécdotas o resúmenes de la vida de filósofos, poetas, dramaturgos o historiadores griegos -él era romano de nacimiento, origen y cultura, pero prefería todo lo griego, y en griego más o menos arcaico, o arcaizante, escribía; quizá, la Roma de su época no le atraía demasiado-, pero también sobre cualquier otro tema que él consideraba interesante: mapas y planos; ejemplos de buenos y malos gobernantes o héroes; diversidad de costumbres en cuestión de matrimonios, entierros y amoríos y sexo; y hasta consejos de cómo ser un buen pescador de caña -ya se sabía que los romanos sabían usar cañas para pescar, pero no se tenían datos tan exactos de cómo lo hacían-. "Sobre la providencia", y "Manifestaciones divinas" son obras conservadas sólo en parte, gracias a la "Suda", la ya nombrada enciclopedia bizantina, donde se nombran trabajos, pero también se pueden leer extractos bastante amplios de algunas de ellas. En realidad, no se tienen más ejemplos o restos de una y otra, si no fuera por este curioso y amplísimo -e incompleto, lamentablemente- texto bizantino, nada sabríamos de ellas. Respecto a "Cartas de un granjero", se supone que es una forma de hablar sobre las costumbres y la forma de vida del campo, aunque él, parece ser, era hombre de ciudad. En ocasiones decía haber conocido tal o cual región del Imperio, pero en otras ocasiones -ya se dijo más arriba- presumía de no haber salido nunca de Italia. Así que es difícil tener una idea exacta de su biografía. Tal vez viajara, pero poco, y el resto lo dejara a sus conocimientos, conocidos, textos leídos, o simple imaginación. En alguna ocasión, parece haber estado realmente en Grecia, pero cuando se es gobernado por individuos como Septimio Severo, Caracalla, Macrino o Heliogábalo, es lógico que se sueñe con vivir en otro lugar, y también en otros tiempos.
Al contrario que los griegos -que se sepa-, los romanos sí que creían en espíritus de los muertos que deambulaban por viviendas, ruinas u otros edificios, o en bosques o zonas rurales. Los llamaron lemures, y ese nombre acabó bautizando, mucho después, a los proto-simios que habitan la isla de Madagascar, que, de noche, sólo se sabe de ellos por inquietantes ruidos y brillantes ojos.
Así que nunca se sabe.
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